~2~ CAPITULO

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 3 de octubre

 

  Menudo DÍA, y aún no ha terminado. Comenzó esta mañana,

cuando me levanté, como todos los días, cuando aún no estaban

puestas ni las calles.

  ¿Podría dejar constancia aquí de que está científicamente

demostrado que los adolescentes aprenden más y rinden mejor si

entran en el colegio más tarde? Supongo que sería algo a tener en

cuenta si el colegio no fuera simplemente un centro de día financiado

con dinero público para mantener a los chavales ocupados. (No sé

vosotros, pero yo me siento más inclinado a delinquir entre las seis de

la mañana y las tres de la tarde. ¡Arriba esos pulgares!)

  Finalmente conseguí resucitar después de pulsar tres o cuatro

veces el botón «snooze» del despertador. Me arrastré hasta el baño y

descubrí que hoy no iría al colegio solo; tenía una espinilla enorme en

un lado de la cara. Acné: junto con el resto de tus imperfecciones, la

manera que tiene Dios de recordarte que no eres perfecto. Gracias por

el soplo, Señor; casi me olvido.

  Me vestí, fui al salón y, como era de esperar, me encontré a mi

madre inconsciente en el sofá. Solo ella consigue que parezca que ha

pasado la noche de fiesta con los Guns N’Roses pese a que sé de

sobra que se ha tirado toda la noche viendo las reposiciones de

Playas.

  Descorrí las cortinas para que entrara la luz. Hago lo mismo

todas las mañanas con la esperanza de que eso le haga abandonar el

sofá. Y todas las mañanas me asalta la misma preocupación de que la

luz del sol pueda hacer que su cuerpo estalle en llamas.

  —Mamá, ¡despierta! —le dije, golpeándola con una almohada—.

Otra vez has perdido el conocimiento.

  Mi madre se revolvió bajo la manta, como una foca atrapada en

una red.

  —¿Q-q-qué? —dijo, recuperando por fin la conciencia.

  —Enhorabuena, has logrado sobrevivir a otra noche —le dije.

Me gusta darle los buenos días con algún comentario positivo, para

que vea que me preocupo.

  —¡Si fueras bueno me dejarías dormir en paz! —masculló.

  —Si fuera bueno te dormiría para siempre —repliqué.

  —Oh, Dios, la cabeza…

  —Pues se supone que las mañanas no duelen.

  Le llevé un vaso de agua y el ibuprofeno. Lo necesitaba.

  Eché un vistazo a la mesita de café; mejor dicho, al cementerio

Fulminado por un rayo - Chris ColferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora