Ojos color selva

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III

-Voy tarde a la escuela, Atenea, lo siento... - habló Rey intentando bajar las escaleras y esquivar a la rubia.

Atenea tomó su mano con bastante firmeza, cerró los ojos por unos segundos y luego los abrió dándole una mirada de súplica a Renée. Su rostro estaba desmaquillado, tenía una coleta y ropa de cama, el borde de sus ojos verdes oscuros estaban rojos y sus labios temblaban. Iba a llorar. Sin dejar el hecho de que traía consigo su auto y varias maletas en él.

-Por favor, Renée.- dijo firme, pero su respiración era pausada y tenía el pecho inflado, su miedo se podía oler a kilómetros.

Rey bajó la guardia y se decidió a que no iría a la primera clase de la escuela, ya no tenía caso. Aparte tres lágrimas habían bajado del rostro pálido de Atenea, Tae, para sus seres queridos, evidentemente no tanto para ella.

-40 minutos, por lo menos llegaré a la segunda hora.

Tae asintió mientras se sorbía la nariz.

...

-¿Y bien?- preguntó Tae. Rey suspiró, todo mal.

-Engañaste a Simón.- le reprochó la pelinegra.

-¿En serio que en el tema del bebé lo único que reprochas es lo de Simón? - ironizó la rubia mientras bebía de su taza de té de Lavanda.

-Es una buena persona, Atenea. Y dejando de lado de que es famoso o algo así, es una persona. No merecía eso.- sentenció Rey. Atenea por primera vez en la vida, se sintió juzgada por Rey,- y en cuanto al bebé, creo que debes decirle a Simón lo que harás.

-Renée, por eso vine contigo. Tengo que buscar al papá de mi hijo, estoy segura que no es de él, y aunque lo fuera, yo ya no quiero estar con Simón, su vida es una locura. Pero no soy capaz de decírselo de frente, aunque ya no quiera estar con él, le guardo cariño, y le fallé vilmente. No soy capaz de mirarlo a los ojos.

Y así era Atenea, sincera cuando hablaba de sus sentimientos, algo que nunca pudo hacer Rey. Y a la misma Rey le sorprendía lo que le pedía Atenea, pues ella era sincera en cierto aspecto.

-¿Volverás?- preguntó Rey. Atenea asintió.

-Si lo encuentro, pero..., si no, yo criaré al bebé sola. Mi abuela paterna me ayudará, si le digo a mi mamá querrá casarme y no quiero eso.

Rey lo pensó varios segundos.

-¿Qué le tengo que dar y decir?

...

Rey condujo por varios minutos hasta dar con la casa. Eran las 4 de la tarde, apenas había vuelto de la escuela y Atenea dijo que Simón ya habría regresado a esa hora.

Horas antes vio la versión más real de Tae y sintió algo en su estómago revolverse al recordar cómo la dejó en el aeropuerto. Se había llevado su auto a la universidad y ahora mismo lo traía. Después no sabía qué haría con él. Si su tía Beva veía el auto en su casa, la iba a meter en el lío más grande, la familia de Atenea. Casualmente su familia.

Bajó del auto gris de Atenea, se pasó las palmas de las manos por sus jeans negros y se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja que sobresalía de su moño. Suspiró y caminó, creando resonancia al chocar entre sí con el asfalto. La casa de Simón era grande y con muchos rosales. Era bonita.

Con decisión tocó el timbre de la casa. La puerta se abrió unos segundos después dejando ver a un chico más alto que ella, pero no como Simón. Era pálido y de labios rosados y gruesos, su cabello aparentemente largo estaba amarrado en un moño, tenía unas cejas grandes pero definidas, y tenía cargando a una niña de máximo 1 año y medio en brazos.

Susurros resonantes | Simón VargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora