Epílogo

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Susurros resonantes

Martín miró el ataúd de Gen. Su mirada viajó hacia la foto donde ella sonreía hacia la cámara, una flor blanca se posaba en su oreja mientras que la cámara estaba algo desenfocada de lo demás y se centraba en su sonrisa.

Martín no había podido despedirse de ella ese día, ni en el funeral. No estaba en Bogotá.

Ahora mismo se encontraba en el cementerio junto a Laura, quien lloraba a su lado. Simón miró el ataúd con tristeza. Sabiendo que quizá Rey estaba tan mal que no podía soportarlo. Atenea había ido al funeral, así que no se encontraba en esos momentos con él. Por lo que, Simón dejó a la pareja en el cementerio, le dio una última mirada al ataúd mientras sentía una lágrima recorrer su mejilla, y manejó hacia la casa de Rey.

Su vista fue a dar a la casa de la morena, tocó y lo recibió Catalina, quien tenía una mirada que lo decía todo. La mujer lo dejó pasar y se dio cuenta al instante que varias cajas rodeaban la casa. Se mudaban.

Subió a su cuarto y la vio ahí, mal, triste. Empacando.

—Rey...— dijo mientras ella volteaba completamente asustada.

—Vete.

—Déjame hablar, por favor.

—No te necesito.

—Yo no escribí eso.— dijo él mientras la abrazaba, ella se tensó. Había sido Atenea.

Pero lo respondió a su abrazo, simplemente se separó lentamente y bajó los hombros.

—Te deseo mucha suerte con tu familia. — dijo Rey, de corazón. — Yo me largo.

Simón sintió un nudo en su garganta. —Ella lo perdió.

Rey alzó la vista y lo miró con asombro, para luego decir: —Lo siento mucho.

—Yo lo siento más. Gen es y era un ángel.

Rey asintió con lágrimas en los ojos y los cerró fuertemente.

—Lo sé.

—¿Cuándo te vas?— preguntó él mientras se sentaban en la cama de Rey. Ella jugó con sus manos mientras veía una foto en su buró de ella, Martín, Laura, Gen, Simón, Pedro, Villa e Isaza en un concierto de Morat.

—El jueves.

—Te deseo buen viaje.

—Y yo te deseo buena vida.

...

Para cuando fue el martes, una visita inesperada tocó su puerta.

—Simón dijo que te vas.

—Lo haré.

—¿Puedo ir?— preguntó la chica y ella la miró con confusión y asombro a la vez— Él estaba enamorado de ella. Y no sé si pueda manejar esto. Necesito irme.

—¿Crees que sea lo correcto para ti?— preguntó Rey y ella asintió.

Para el jueves, Rey, Catalina y Laura partían a Argentina.

Susurros resonantes | Simón VargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora