Es lo que es

120 12 1
                                    

XII

Rey miró a Simón por segunda vez desde que llegó y sintió algo extraño invadirla. Podía sentir dolor, incluso una impotencia, pero no rabia. Porque, de alguna manera, estaba preparada para eso, para que ella llegara a reclamarlo como un premio, aunque Simón no lo fuera.

—Okay.— dijo con la voz rota mientras le pasaba la invitación a Simón. Quería llorar, quería tirarse en el piso y berrear cual niña pequeña, pero sólo alcanzó a tragar duro y mirar el suelo. Él no la recibió, la dejó con la mano estirada. Entonces ella entendió un poco y eso la hizo deprimirse más.

Simón la estaba invitando a su boda.

—Si pudiera cambiarlo, no estaríamos en estas circunstancias, te lo juro.

Simón se pasó una mano por el cuello, quería abrazarla y decirle que todo era una farsa, y que por favor se dejaran de idioteces y siguieran con su maratón de The Good Doctor. Pero no. No.

—Pero es lo que es, Simón.— dijo ella mientras se metía en el interior de la casa y caminaba hacia la puerta, con Simón detrás de ella. Ella abrió la puerta de su hogar y le indicó que se fuera.— si me disculpas, tengo que hacer otras cosas.

Él no lo aguantó y la abrazó, mientras el de barba lloraba en silencio y con mucha tristeza e impotencia, porque no podría estar con ella como él lo anhelaba. Porque su piel junta era ahora sólo un triste y apasionado recuerdo.

—Perdóname.

—Perdóname tú a mí, Simón— dijo ella mientras le secaba unas lágrimas con su mano y le daba un beso cerrado en la mejilla. —Voy a estar bien, Simón.

El alto la abrazó una vez más, sintiendo cómo se hacía pequeño al oír las palabras que ella le decía.

—¿Y si te digo que yo no estoy seguro de que yo lo estaré? — preguntó y afirmó él mientras ella cerraba sus labios con fuerza, intentando no llorar.

—Lo estarás.

Y se separó de él, y cerró su puerta.

Renée caminó hacia las escaleras y se sentó en el segundo escalón, sintiéndose de pronto enferma. Un sollozo se escapó de sus labios, mientras otro y otro le seguían, formando un silencio sepulcral sumando sus lágrimas bajando incontrolablemente en sus mejillas. Ella se tapó la boca mientras lloraba, pero no podía sentirse destruida. Nunca había llorado por nadie, siempre se había escondido un poco a la vista de los que la pretendían, ella no sabía de amor, y ahí estaba, con las alas rotas.

En el inicio de las escaleras se hallaba Gen, con la mirada centrada en su hermana. No había escuchado mucho.

La rizada bajó las escaleras rápidamente y abrazó a su hermana, mientras la mecía lentamente. Rey lloró más fuerte mientras que abrazaba a su hermana como si la vida se le fuera en ello.

—¿Qué pasó?— preguntó mientras Rey aún lloraba.

—Se va a casar, con Atenea. Simón y Atenea tendrán un hijo y una boda, Gen.

La mirada chocolate de la niña se oscureció, mientras sentía a su hermana temblar por el llanto.

La niña abrazó más fuerte a su hermana mientras que ambas se encontraban en una esquina de las escaleras.

Por otro lado, en la entrada del estudio se encontraba Catalina mirando la escena. Algo dentro de ella se rompió.

Recuerda perfectamente el día que Carlos tuvo ese accidente.

—¡No puedes culparme por eso!, yo necesitaba un respiro de ti— le dijo Catalina mientras le golpeaba el pecho a Carlos. El pelo rizado de Carlos se movió de su lugar, sus ojos cafés miraban con tristeza a quien una vez le había jurado amor eterno.— necesitaba un respiro de ti porque te odio, odio que seas un jodido egoísta y no pueda salir siquiera con mis amigas a dar una vuelta, odio que me tengas encerrada, ¡yo vivo encerrada, Carlos, y me voy a largar!— había gritado Catalina mientras Carlos aún permanecía con tristeza.— Eres un estorbo, y si no te vas , me voy yo.

—No te preocupes, yo me voy.

Carlos estaba alcoholizado, con adrenalina. No había golpeado a su esposa, simplemente salió con el auto, volcándose con él, rompiéndose el cuello en el accidente, y nunca más volviendo a ver a sus hijas, o a Catalina.

Catalina cerró sus ojos y volvió a cerrar la puerta. Ella no sabía manejar con tristezas, y evadía siempre.

Quizá debió hacer algo más. Pero como siempre, no lo hizo. 

Por la parte de Rey, si ella hubiera sabido que esa no sería la única vez que le romperían el corazón, por lo menos se hubiera hecho a la idea de que la iban a destrozar con la que venía.

Susurros resonantes | Simón VargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora