Lo siento

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XVIII

El día después. Parte 2

Los hombros de Rey comenzaron a temblar. Sus pies dieron un paso y luego otro, sintiendo la nariz caliente. Quería llorar ahí, en ese momento.

La música de arpa sonaba por todos lados, mientras que la gente veía a las damas de Honor entrar a la iglesia. Cada una fue en fila, mientras que se sentaban acorde al orden en el que iban formadas. La última en pasar fue Rey. Y se quedó mirando a Simón cuando sus ojos chocaron. El alto se veía arrepentido con ella, por lo del otro día, sin embargo, no había rastro de que había estado llorando o algo parecido, de hecho se veía bastante feliz. Eso descolocó mucho a Rey.

Su vista fue a parar a la banca al lado de sus papás y su tía Beva. Ella estaba sentada con ellos. Mientras que ella debía sentarse junto a las damas. Gen le dio un apretón de manos mientras que Melissa miraba su celular.

La música sonó más fuerte unos minutos después, mostrando a Atenea caminar con su padre del brazo, el vestido era blanco azulado, con una falda esponjosa y mucho encaje arriba. Su peinado era un moño alto y una tiara lisa en el pelo. Simón sonrió con fuerza y Atenea se sintió tan extrañada de verlo así, cuando días antes no la podía siquiera mirar a los ojos. Pero la rubia disfrutó de la atención del de gafas y sonrió levemente. Aunque, dentro de ella, estaba muy mal debido a lo sucedido en la cena de compromiso. Aún podía sentir la sangre recorrer sus piernas. Y eso la hacía tensarse, así que dejó de pensar en eso y fue recibida por Simón, quien besó su mejilla con efusividad. Ella rió algo extrañada mientras que la iglesia entera sonreía, a excepción de todos los que realmente sabían la situación de la boda.

La pequeña Alicia no había querido tomar la cola del vestido de Atenea, se había sentado con su madre y Laura, sintiéndose algo molesta, porque Alicia podía ser pequeña, pero era muy inteligente.

Villa le entregó los anillos, mientras que Martín y Laura les pusieron los cordones (wey no sé cómo se llaman, jajaja). Todo pasó muy rápido, que cuando menos lo esperaron, el padre estaba diciendo.

-Simón, ¿aceptas unirte en matrimonio con Atenea Lúa para estar con ella, en momento buenos, malos, y peores, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, para amarla y respetarla hasta que la muerte los separe?- preguntó el padre y Simón asintió sistemáticamente.

-Acepto.

¿Oyeron eso?

Fue el corazón de Rey rompiéndose más, si es eso posible.

-Atenea... , ¿aceptas unirte en matrimonio con Simón Vargas para estar con él, en momento buenos, malos, y peores, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, para amarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe?- preguntó el padre. Y Atenea lo pensó y lo pensó.

Ella se había ido de Bogotá con un solo propósito. Alejarse de la vida de Simón, una vida tan acelerada.

«Tengo que irme mañana a España y en 3 días a Argentina»

«Mi presentación es en dos días, tenemos qué ensayar.»

«Lo siento mucho, descubrieron tu dirección, ¿te enviaron cartas de odio?»

«¿Cerraste tu Instagram?»

«Pedro nos necesita en México, no puedo ir a esa cita.»

«Lo siento, no puedo»

«Lo siento, no sabía que harían eso»

«Lo siento, no debieron decir eso, no eres así»

«Lo siento»

Susurros resonantes | Simón VargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora