Noches frías, sangre caliente

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XV

-Rey, ¿estás bien? - preguntó Laura mientras ella asentía y se acomodaba el entero azul marino que la hizo vestir Gen.

-Si, salgamos.

-Sabes que no tienes que estar aquí- Laura parecía una chica bastante calmada, seria, amable, pero en el fondo, también era extrema.

-¿Tú quieres estar aquí?- preguntó Rey mientras se ponía su chaqueta de cuero negra encima. Dentro de las bolsas venía su cajetilla de cigarros y su encendedor. Le ofreció uno a Laura pero ella se negó. Rey encendió uno mientras miraba la noche. Era la cena de compromiso, todos estaban ahí, y Rey lo único que quería hacer era llorar todo el tiempo, pero debía ser muy fuerte. De todas maneras, no había tenido tiempo de ser débil, la última semana se la había pasado en un tormento con pasteles, vestidos, zapatos, manicura, peinados, maquillaje. Algo muy envolvente, a Rey las bodas le parecían interesantes, amaba la trayectoria de las semanas al imaginar una boda, pero los novios era el detalle que la mantenía triste por las noches, luego de elegir un color de vestido para el gran día de Atenea y Simón, o, no sabía qué estaba pasando con él, pero parecía muerto. Y nadie parecía notarlo. Por un momento Rey sintió que así era antes de conocerla, y eso la hacía querer llorar más. Juan Pablo había tenido una discusión con Simón un día antes y había gritado que no quería verlo así, al final era el único que decía algo. Isaza se oponía a ir a la boda, y Simón se sentía mal, porque ni él quería, o por lo menos, si pudiese hacer algo diferente, lo habría hecho. Pero era su deber.

La boda de Atenea en la familia de Rey era un caso difícil. La casa de la abuela Cindy sería un problema de invitados, y de todo, el día de la boda, pues sería la primer boda de los nietos en la familia Lúa.

-Tengo que estar aquí, por Martín, aunque, realmente no me gusta ver a Simón destruido. ¿Sabes?, conocí a los chicos cuando entré a preparatoria. Hace exactamente 7 años y medio. En todo ese lapso no conocí a una variedad de chicas de Simón. Su relación con Atenea comenzó hace relativamente poco, pero, es la primera vez que lo veo tan vacío. Va a sonar algo estúpido para ti, pero, realmente creo que tú eres la indicada.

Rey sintió sus ojos aguarse, mientras le daba una calada a su cigarro y miraba el horizonte. Respiró hondo después de eso y se secó con cuidado las lágrimas directamente en papel. Laura le dio el brazo y ambas entraron al Salón, mientras que veían a Isaza y Martín en la entrada. Ambos vieron lo mal que se veía Rey, así que simplemente le dieron un apretón de hombro y ella se excusó, yendo al baño. Definitivamente no quería estar ahí. Se iría, lo haría. Que se joda mi familia. Pensó.

Se miró en el espejo del baño y dio una sonrisa torcida. Se veía muy linda. Lleva su cabello lacio y partido a la mitad, su maquillaje era muy sutil, pero un brillo de labios sobresaliente en tonos plateados. Su cuerpo se ajustaba perfecto al entero, mientras que se quitaba la chaqueta de cuero por unos momentos, sentía sudor recorriendo su cuello y la chaqueta le daba algo de calor. Y por más que se viera hermosa a sí misma, la sonrisa fue cayendo lentamente, mientras que sentía ganas de llorar. Su ceño se frunció y no se pudo ver más al espejo, cerró los ojos y respiró profundamente. Sabía que si se iba no se lo iban a cuestionar, pero sí reprochar. Y en ese punto le importaba un carajo.

El pasillo de los baños estaba con luz tenue, así que salió sin ser vista por los invitados, pero decidió que saldría por la puerta trasera donde no vería a nadie en la puerta principal, y algo se removió dentro de ella al ver el pasillo trasero iluminarse con la puerta abierta de un cuarto. Dentro de él estaba Simón, él la notó cuando iba caminando y salió rápidamente, captando la atención de la morena.

-Renée...

-Simón.

Ambos se miraron y Simón sintió su corazón estrujarse al verla con los ojos un poco rojos de las líneas. Rey miró a Simón, él llevaba un aspecto enfermo y una barba completamente descuidado, pero lo hacía ver como un escritor de Viena. Rey rió ante el pensamiento, y se comenzó a alejar.

-¿No te quedas?- preguntó él en sugerencia y ella quería gritarle en la puta cara que si necesitaba algo más obvio que un asentimiento.

-No quiero quedarme a ver esto, por favor no me obligues tú, porque pase lo que pase, me sentiré peor.

Y Rey se atragantó las lágrimas y miró el suelo.

Simón reaccionó.

-Perdóname, Renée, perdóname, perdóname, perdóname - dijo mientras abrazaba fuertemente a Rey.- perdón por lo que diré, pero, siempre, escúchame bien- dijo mientras timaba el rostro de Rey, que tenía guardadas unas cuántas lágrimas- yo no voy a olvidar esto fácilmente, perdóname si te sigo amando después de esto.
Y la volvió a abrazar, mientras que ella se pegaba una última vez a él, y se iba, dejando a Simón en el pasillo, con una lágrima corriéndole por la mejilla. Él se la secó con tristeza y mucho arrepentimiento, mirando el cuerpo de Rey alejarse.

Atenea pudo ver la escena de lejos, y algo se rompió con fuerza dentro de ella.

Las siguientes horas no mejoraron. Atenea y Simón estaban en la cena, platicando, pero Simón estaba muerto en vida, y Atenea tenía un horrible dolor de cuerpo. Al finalizar todo ella quiso irse a su casa, Simón a la suya, pero nada mejoró. Los padres de Atenea aún estaban en la casa de la abuela Cindy, pues toda la familia decidió ir a tomar unos tragos a la casa familiar, pues Simón y Atenea habían terminado la cena antes de lo pensado. Cindy Lúa disculpó a ambos, diciendo que no tenían idea sobre fiestas, invitándolos a su hogar. Cuando Simón y Atenea se despidieron, un frío beso hizo que el alma de Simón se fuera lentamente de su cuerpo.

Rey dormía con tristeza, mientras que Simón escribía y escribía.

Exactamente a la 1:00 de la mañana Atenea sintió su cuerpo dar una movida con fuerza, algo dentro de ella dolía como el infierno. Atenea fue directamente al baño, pensando que era algún malestar por la comida, cuando sintió sus piernas doblarse y comenzar a gritar de dolor. Sintió un liquido hirviendo recorrer sus piernas cubiertas por un short de dormir, y de repente un dolor intenso la llenó en el estómago. Se sentó en el piso de la regadera y comenzó a llorar del dolor, sangre comenzó a correr por el piso, hasta que no quedó tanta y paró. Haciéndole saber a Atenea que había abortado a su hijo.

Ella sabía lo que era, no era estúpida, y por eso abrió rápidamente la regadera alzando la mano hacia las manijas, sintiendo su cuerpo mojarse y el agua llevándose la sangre, pero dejándole dolor físico y mental. Comenzó a llorar con tristeza y algo dentro de ella quería gritar.

Había perdido a su bebé.

Atenea lloró de verdad, lágrimas calientes salían de sus ojos, mientras que se desnudaba con cuidado luego de quince minutos y se intentaba parar. Lo hizo, se levantó, se duchó, y miró algo extraño en el suelo, comenzó a llorar con fuerza mientras que lo levantaba con cuidado, mirando lo que alguna vez pudo ser una hermosa sonrisa, o una linda carcajada, y lo tiró en el retrete, sintiendo un pedacito de su alma irse en la corriente del baño. Se bañó y duchó con cuidado, tomó su caja de medicamentos y se aplicó una inyección para el dolor, por algo había estudiado medicina, y mientras lo hacía, el dolor disminuía. Y ella pensó que eso era, un sedante para el dolor de su alma. Entonces durmió con el pensamiento de que probablemente después de eso se desataría una tormenta. No una, mil.

Y antes de dormir tomó una decisión definitiva.

Susurros resonantes | Simón VargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora