Miradas congeladas

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IX

Gen despertó con un dolor de cabeza enorme. Se sentía mareada y tenía muchas ganas de vomitar. Un costado de su cabeza estaba en un moretón grande, ella pudo sentirlo cuando se tocó la cabeza debido al dolor y soltó un quejido al tocar la zona sensible.

—Doctor Meléndez, la paciente del cuarto 43 despertó.— habló una enfermera al Doctor que estaba en sala de medicación. El Doctor corrió hacia la habitación mientras que abría la puerta. Una Gen bastante decepcionada miraba sus brazos llenos de agujas y un respirador en su rostro. El Doctor Meléndez se lo quitó con cuidado mientras que Gen recuperaba la forma de respirar por sí sola.

—¿Cómo estás?— preguntó el doctor y ella carraspeó.

—Bien.

El doctor alzó una ceja hacia Gen y ella bufó.

—Me siento mal, sí, adolorida. Pero dentro de lo normal, bien.

—¿Quieres ver a tus familiares?— preguntó el doctor y ella asintió.

Los ojos del doctor moreno escanearon la sala de espera y pudo visualizar a su hermana con su padrastro, Bruno.

—Familiares de Génesis Zaúri— habló mientras que Rey se paraba como si el alma le devolviera el cuerpo. —Despertó, pueden pasar a verla.

Rey suspiró con alivio mientras que Bruno se sentaba de nuevo en la silla, Rey debía pasar primero.

La morena paseó sus ojos por los pasillos mientras que el Doctor le indicaba que cualquier cosa hablara, habían cámaras de seguridad que podían apoyarla con la comunicación a los doctores.

—Rey— dijo con alivio la niña mientras Rey la abrazaba con cariño.

—Me metiste un susto de los mil demonios, Génesis— le reclamó la morena mientras que le acaricaba su cabello color café con rizos suaves.

—Lo siento, ni estaba en mis manos.

—Lo sé.

—¿Cuándo volveré? — preguntó Gen mientras Rey le desenredaba el pelo de la cara.

—Aún no lo sabemos, Lolo, pero espero que pronto.

—¿Y mamá?

—En casa, estaba cansada, pero seguro ya viene.

La tarde transcurrió tranquila, Gen le contaba ciertas cosas a Rey acerca de un nuevo vestido que planeaba, mientras que Rey desenredaba el pelo de su hermana. El pelo de Gen siempre se enredaba muy fácil.

Cuando llegó su mamá, Rey podía sentir la verdad en la punta de la lengua, pero lo único que podía atinar a hacer era abrazar a Gen, como pidiéndole perdón por no poder decirle que se iba a ir. Decidió que la iba a amar el tiempo que le quedara. Amar a muerte.

Para cuando dieron de alta a Gen ella ya estaba bastante despierta y hambrienta, así que fueron directo a su casa, donde estaban todos sus familiares esperando a la niña. Simón y Martín estaban por llegar, y si bien Rey apreciaba a su familia, creía que no era buen momento para que entre todos se encontraran con los integrantes de la banda.

Rey bajó su maleta de ropa de Gen mientras que veía a su abuela Cindy en la entrada, junto a Beva.

—Te tenemos una sorpresa, Gen— dijo la abuela mientras que Gen bajaba de la camioneta.

—¿Ah, si?— preguntó la niña juguetonamente. Rey pasó a su casa y pudo ver a varios de sus tíos en la sala, y en la isla de la cocina estaba su primo Jonny, con una rubia al lado, con muchas ojeras y una mirada serena. Ahí estaba Atenea. La rubia caminó hacia Gen para posteriormente abrazarla y preguntar por su bienestar. Rey salió de la cocina bajo la atenta mirada de su abuela, así que comenzó a subir las escaleras hacia su habitación. Cuando llegó al pasillo, pudo sentir que el aire se regresaba por la garganta. Entró a su cuarto mientras que se ponía una sudadera gris grande pues hacía algo de frío, se armó el pelo en una coleta y quiso no bajar. No quería bajar.

—¡Rey, Simón llegó, recíbelo, estoy haciendo una ensalada!— gritó su madre. Rey sintió su alma extraña. Eso temía.

Bajó con rapidez las escaleras para poder abrir la puerta ella, pero era demasiado tarde.

—¿Simón?— preguntó Atenea mientras veía al de gafas y a su hermano en la sala. Toda su familia se quedó en silencio cuando Simón le dio una mirada fría a la mujer rubia.

—Atenea, qué sorpresa verte por acá— habló Martín mientras se encaminaba a Gen e ignoraba olímpicamente a la rubia después de su comentario.

—¿Vienes a buscar...?— preguntó Atenea con la mirada confundida y enlazó las cosas. Su sangre hirvió.

—A mí. Soy muy amiga de ellos.— dijo Gen mientras se sentaba en un sillón con Martín, este mirando la escena incómodo.

La rubia se excusó pidiéndole a Simón que la acompañara al patio trasero. No volvieron hasta que Simón tuvo que ser llamado por Martín, para irse. 
Rey estaba destruida, mientras que su abuela Cindy la miraba con una gran satisfacción en su rostro.

Susurros resonantes | Simón VargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora