El sonido de balazos impactando contra las casas de los vecinos despertaron a la familia Rivera a las dos de la mañana.
-¡Son los zetas! -Gritó Enrique.
-¡Pecho a tierra, todos! -Ordenó Berto, aunque ya toda la casa se le estaba adelantando.
-Silencio, niños. -Susurró Carmen.
-Mamá, no se vaya a mover. Ahorita se pasa. -Susurró Elena a mamá Coco, dirigiendo la más sucia de sus miradas en dirección a la balacera, sú única forma de reproche. Ambas abuelas eran demasiado viejas para tirarse con brusquedad al piso sin resentirlo, por lo cual debían quedarse inmóviles y recostadas en la orilla más oscura de la cama.
Miguel tembló de miedo y se acurrucó en los brazos de su madre mientras yacían tirados en el suelo, sin atreverse ni siquiera a llorar, escuchando los balazos zumbar en el exterior, hasta que éstos se fueron espaciando más y más. Y luego...
...
Silencio.
Nada. Nada se oía. Era un silencio aterrador, de incertidumbre. Del tipo que te hace quedarte otro rato tirado en el suelo, preguntándote si el peligro ya pasó o si una nueva ronda va a iniciar en poco, forzándote a tratar de leerle la mente a un desconocido sólo para tratar de tener una mínima esperanza de salvar tu pellejo y el de tus seres queridos si eras acaso capaz predecir sus caprichos correctamente.
Y eso hicieron. La familia entera se quedó en sus lugares durante unos momentos más; rezando porque las puertas estuvieran bien cerradas.
Felipe Calderón Hinojosa había declarado la guerra al narcotráfico; optando por sacar a los militares a defender las calles como estrategia. Y si bien en papel la cosa se oía bien; en la práctica implicaba a militares poco empáticos (y algunos aprovechados) violentando a la misma población que decían proteger cada vez que se enfrentaban a un enemigo que era superior en poder, números, dinero, armas, sangre y crueldad.
Era el pueblo el que, como siempre, quedaba atrapado en el fuego cruzado. La guerra contra el crimen organizado se había asentado en Santa Cecilia, imposibilitada de pedir ayuda al ser una comunidad tan pequeña y remota de la capital, mientras los cuerpos de los civiles caían como moscas aquí y allí entre sus callecitas empedradas antes tan divinas..
Y era algo que mamá Elena no estaba dispuesta a sufrir ni un segundo más.
Había tenderos en otros pueblos a los cuales les exigían pagar derecho de piso, otros a los cuales ejecutaban como escarmiento por no acatar las órdenes para llevarse a las mujeres y los niños después, y a otros los llevaban presos los militares. Y no querían que se fijarán en la zapatería, porque toda su familia trabajaba en la misma.
A mamá Elena nadie le decía que no cuando se trataba de velar por sus hijos. Ni el presidente, ni la milicia, ni el crimen, ni el toque de queda, ni la virgen, ni nadie.
Se organizó con sus hijos para decidir qué hacer y de todas las soluciones, la de Enrique fue la que le gustó más: Irse de México un tiempo y regresar cuando las cosas se hubieran calmado.
Carmen y Enrique agilizaron los trámites y permisos al juntar fuerzas con otra familia de confianza que también pensaba irse para ejercer presión sobre la embajada; pensando irse en bola como refugiados. Elena y Berto se encargaron de toda la documentación legal de la zapatería, empacando lo que podían llevarse y escondiendo el resto.
Luisa, Gloria y Dolores (la matriarca de la otra familia que se les había unido) tenían amistades en Estados Unidos con quienes se pusieron de contacto de inmediato para explicarles la situación y pedirles alojamiento hasta que todo se solucionara.
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No Romo
FanfictionHiro y Miguel son mejores amigos desde que llevaban pañales. El paso de los años hace que sus amigos crean que es cuestión de tiempo para que acaben casados, pero ellos insisten en que "no homo", no hay nada romántico en lo suyo, simplemente son mu...