Recuérdame

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Los Hamada llegaron a Santa Cecilia a tiempo para las fiestas de día de muertos, muy para el alivio de Tadashi, que se estaba volviendo loco con su "secretísimo proyecto de tesis", y de Hiro, que sentía que había recuperado de cierto modo una parte de su familia que, aunque no fuera oficial, ya la consideraba como una.

Llegó la hora de la media hora de abrazos y saludos. Su tía y su hermano se fueron a saludar al resto de la familia pero Hiro tenía los ojos puestos en mamá Coco. Migual ya le había advertido que había cambiado mucho respecto a la última vez que la vió, pero le dolió ver que mamá Coco no sólo ya no lo recordaba ni reconocía, si no que además, confundía su nombre y no podía hablar tanto como antes.

Sintiendo la pérdida de pasar un año sin hablar con ella y perderse de muchos momentos que ahora nunca podrían regresar, la abrazó con sentimiento, mientras Miguel le palmeaba un hombro, entendiendo un poco del conflicto de su amigo. Luego volteó a ver a mamá Elena, quien también parecía esperar su abrazo.

Hiro titubeó y no se acercó. En su lugar, la miró con duda. La quería mucho aún, pero sus sentimientos seguían siendo conflictivos.

Ella pareció darse cuenta, porque ante su acción suspiró, se suavizó, y la motivó a hablar con él. Sí, lo sentía mucho. No debió de haberlos tratado de ese modo. Entendía que su amistad era importante para ellos, ¡y claro que podían seguir viéndose! ...pero él y Miguel iban a tener que dormir en cuartos separados.

No hacía falta que ninguno de los dos niños preguntara por qué: eso era clave para decir que mamá Elena sólo los apoyaba un poquito, pero no estaba dando su brazo a torcer.

Quizá fuera eso el desencadenante, o el hecho de que llevaban tiempo sin verse, o todo al mismo tiempo, pero a decir verdad los niños sentían que ya habían alcanzado su límite.

Como si estuvieran en un concurso compitiendo por ver quién le sacaba más dolores de cabeza a doña Elena en menos tiempo, Miguel se escapaba constantemente a la plaza del mariachi con Dante mientras que Hiro se escapaba en pos de algo interesante que hacer, lo cual no sería tanto problema si no fuera porque "interesante" en su diccionario solía ir acompañado de peligro, acción, o ligeras ilegalidades aquí y allá. Entre atender a Cass, vigilar a los muchachos y asegurarse de que Tadashi estuviera cómodo y que Rosita no se le saliera del huacal, era mucho estrés y distracción para la anciana.

Estrés que los muchachos explotaron a su conveniencia.

Luego del mega-regaño que Miguel se ganó por haber ido a la plaza del mariachi, seguido de su humillación pública ante su familia, Hiro y él optaron por encontrarse en el escondite del ático.

—¿Concurso de talento? ¿Con música? —Le dijo Hiro mientras le tendía a Miguel la foto del señor Takamoto y su esposa para tenerlos en el altar privado junto a De la Cruz. —Miguel, te van a matar.

—Me da coraje. Ni saben que llevo años con ésto de la música. —Gruñó el niño. —El señor mariachi tiene razón. Si no lo intento, ¿cómo voy a saber que puedo hacerlo?

—Tienes un canal de youtube con un montón de gente que es tu fan sin saberlo. Es decir, así conociste a Marco, ¿no? —Intentó animarlo Hiro.

Pero Miguel negó con la cabeza.

—No es lo mismo. No quiero tener que esconderme, estoy harto. ¿De qué sirve si no? No es justo, Hiro.

Emberrinchado, Miguel se inclinó para seguir dibujando sobre la guitarra blanca que trataba de decorar para que se pareciera más a la guitarra de De la Cruz. Hiro suspiró y, del modo más discreto que pudo, se arrimó al lado de su amigo. El niño moreno lo miró con confusión, luego sonrió y se acurrucó un poco en Hiro, quien le sonrió de vuelta.

No RomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora