¿"Correcto"?

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Mientras más grados se saltaba Hiro, más difícil le resultaba a todo mundo seguirle el paso.

Tía Cass y Tadashi no pensaron en su momento que fuera a ser demasiado, hasta que se encontraron en la incómoda situación de ver que el niño ya estaba entrando a secundaria con nueve años de edad y todo se fue en picada.

Hasta ahora el niño se había mantenido relativamente sano: se había alejado de los compañeros que le hacían bullying en el pasado y se había encontrado en el campamento con otros más de su edad, lo cual le ayudó a, al menos, dejar de pegarse tanto a Miguel por carecer de otras opciones...

Pero ahora se enfrentaban a otro problema. Que Hiro estaba empezando a crecer demasiado rápido.

El ambiente de la escuela secundaria ya era muy diferente al de la primaria: aquí no estaba Miguel para abrazarlo, practicar escalas musicales con él, tomar el sol, pedir ir al río, cantarle canciones, contarle sus sueños ni decirle que era su mejor amigo.

Aquí todo mundo ya esperaba que llenara unas expectativas que no se había molestado en tratar de alcanzar hasta ahora, arrullado en el cariño de su familia, de los Rivera, y la protección de mamá Elena antes cualquier cosa que molestara a "sus angelitos".

Aquí ya no era un niño que quería jugar. No era un niño pequeño en secundaria, era un prodigio. Un grande logro. Un triunfo. Un ejemplo a seguir.

Pero Hiro no se sentía de ese modo. El mismo cerebro que tan lejos le había llevado era a la vez la pesa más grande con la que debía cargar ahora.

Sí antes no lograba conocer a sus compañeros de clase del todo porque todo el tiempo se estaba brincando años o clase, aquí ni siquiera compartía ya las mismas actividades con ellos.

Hiro quería jugar al fútbol con una pelota de plástico, pero los chicos tiraban unos cañonazos con el balón pesado de cuero que su cuerpo aún no estaba preparado para dar, por más ejercicio que hiciera. En el receso quería comer su almuerzo, pero había chicas y chicos yendo a la cooperativa en grupo hablando de una cultura pop que no le hablaba de vuelta, chicos tirando su almuerzo de casa para comer otra cosa, escapándose, solos, en grupo o en parejas cómplices, para ir a hacer no sabía qué cosas porque le decían que era muy pequeño para saber.

Una vez vio a un chico fumando en el baño. Su shock fue grande, al chocar con todos los valores que ambas familias le habían tratado de inculcar, y se retiró de ahí tan discretamente como pudo.

Era extraño: las clases eran sencillas, la teoría fácil de entender, pero la vida escolar no lo era. Para unas cosas le decían que era muy joven, para otras, ya esperaban que reaccionara con más edad y se sentía presionado a hacerlo.

Y era muy, muy difícil y muy, muy frustrante cuando no podía lograrlo, porque entonces lo trataban con condescendencia.

No quería que le hicieran menos, pero tampoco que esperaran mucho. No quería que le dijeran cerebrito, pero tampoco sentirse inepto. No quería que le miraran raro si preguntaba a un compañero por qué estaba fumando o por qué otro no quería entrar a clases o por qué se estaban escapando al baño en parejas si estaban separados para niños y para niñas, o por qué decían groserías.

Y que lo vieran con esa cara, cuando tenía que explicar a la maestra por qué sus papás no podían firmar algo.

Esa cara.

No puedes pretender que alguien te importa después de tratarlos de ese modo, sin ayudarle a que entendiera nada (porque era muy joven) para luego regañarlo (porque debía portarse menos joven). Porque entonces lo mirabas con lástima.

No RomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora