Besos de ceniza

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La calendarización de Hiro y la vida de Miguel estaban a tres crisis existenciales de valer real camote.

De puro milagro no se llevaron el año escolar, apenas panzaron.

Hiro se animó a meterse a la Universidad de último minuto mientras lidiaba con el fallecimiento de su hermano y su antojo de ser superhéroe, y Miguel por su parte trataba de recuperar, entre el nuevo parto de su madre y sin tutorías del ocupado Hiro, las mugrosas décimas que había perdido por el viaje a San Fransokyo, la muerte de Tadashi y la mudanza de Marco, en un doble salto mortal que llamaba "no bajar su promedio entero con el parcial".

Sentirse horrible por perder a Tadashi tenía sentido, pues era casi su hermano mayor. Bastaba con ver lo mal que Abel mismo lo pasaba, y lo en serio que su primo parecía estarse tomando sus estudios ahora. Eso no se cuestionaba.

Pero lo que no tenía sentido, o no para él, era que le doliera saber que Marco no sólo se había mudado, sino que pareciera estarse acercando tanto a Hiro. No entendía. Su mejor amigo y su crush hablaban y se llevaban bien. ¿No debería estar feliz?

Lejos de recuperarse por una pérdida que no entendía, no hacía más que regañarse a sí mismo por ser tan dramático respecto al dolor que sentía cada vez que su mente inevitablemente le torturaba con el pensamiento de qué rayos estaría haciendo Marco en este momento y si acaso estaría con Hiro a solas en su casa. No entendía por qué las taquicardias más horribles que había conocido en su vida sucedían justo cuando ninguno de los dos estaba disponible para contestarle el teléfono, clavándole un cuchillo de angustia que sólo lo torturaba sin saber por qué.

Trataba de no sacar el tema ante sus amigos porque en su opinión, ni siquiera tendría por qué importarle: sabía que Hiro no haría más que echarle la mano cuando se lo pidiera o hasta darle el aviso por si Marco desgraciadamente empezaba a salir con alguien más (lo cual no le sorprendería si pasara, medio mundo era el simp de Marco, pero igual le daban ganas de llorar al pensar en ello porque pues estaba enamorado y era idiota).

Si pudiera dejar de sentirse tan extrañamente mal cuando pensaba en Marco sin ningún motivo razonable, eso sería fabuloso. Podría enfocarse en ser buen hermano mayor, ayudar a su mamá, con la guitarra y la escuela y ayudar a su abuelita Coco, que cada día parecía más cansada, pero sus sentimientos no hacían caso a sus deseos.

Su entusiasmo se desmoronaba mientras sus inseguridades y el estrés variado se acrecentaba. Su paranoia se estaba comiendo su autoestima a grandes bocados, convenciéndose de que nunca sería lo suficientemente bueno para Marco, amén de la historia que sus tatarabuelos habían compartido. Se sorprendía a sí mismo al mirar su reflejo en cada estanque de agua, en cada espejo, en cada vidrio o cristal, cada vez encontrando un nuevo defecto o razón por la cual Marco obviamente lo iba a rechazar. Aún cuando se había prometido concentrarse en otras cosas primero, por alguna razón, torturarse se estaba volviendo una adicción.

Ultimadamente ¿quién querría salir con él?

Era feo: tenía unas orejas y una nariz enormes, ya había escuchado a unos cuantos riéndose a sus espaldas. Era prieto de los culeros: su color de piel era el de la piel sucia, manchada y cenicienta, de la que con ninguna cantidad de jabón se salvaría de verse sucio y brillante de grasa. No como Marco, que siempre iba por ahí con su piel lisita y suave, como de terciopelo, cálida, sana y bronceada de sol, como un actor de novelas. Le permitía verse bien sin esfuerzo, así como los modelos exóticos que derretían gringas y no como Miguel que parecía un albañil borracho y descuidado.

¿Hiro contaba como gringo? Bueno, mejor no pensaba en eso.

Marco había recibido muchísima instrucción musical, y él, bueno, hacía lo posible por no quedarse rezagado... la única razón por la cual no estaba valiendo más cake de lo que ya lo hacía era porque el señor Takamoto, gracias al cielo, le había salvado del analfabetismo musical cuando era un niño, porque encima ni para eso se bastaba él solo. Ni siquiera era un hermano mayor competente, si Coquito lloraba él nunca sabía qué quería, así que tenía que intentar de todo mientras llegaba un adulto competente a ayudarlo. Tampoco podía ayudar a su abuela Coco a recordar su nombre, ni pudo ayudar más a Hiro cuando estaba en su peor etapa tras la muerte de Tadashi. Carajo, si no fuera tan inútil con los estudios, podría haber tenido unas calificaciones lo bastante buenas como para permitirse un vuelo a San Fransokyo el día de la presentación de Hiro, detener a Tadashi y que nada de ésto habría pasado. Pero como era un inútil, no podía, porque tenía que quedarse a estudiar.

No RomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora