La abrupta muerte del matrimonio Hamada desató la picada emocional de su familia.
Cass, sabiendo que no era momento de dejarse caer, postergó su sueño de abrir un restaurante propio para trabajar como ayudante en una cocina que le diera un salario estable. En el pasado se había comprometido a cuidar de los hijos de su hermana si a ella le pasara algo, y el dinero le ayudaría bastante a cumplir su última voluntad sin que nada les hiciera falta.
Una vez los tuvo con ella, lo peor y más difícil fue explicarle la situación a los niños.
Abordar a Tadashi fue simplemente doloroso con todas las lágrimas que el niño dejó caer, pero Hiro fue...
...Complicado.
El menor no entendía por qué sus padres no podían a regresar a casa, por qué tenían que ir al hogar de su tía a diario, por qué había que pedir permiso a ella (y no a sus papás) para un caramelo, por qué trabajaba de día y estudiaba por las noches, y por qué por más que pasaban los días, sus papás no iban a recogerlos.
¿Ya no los querían? ¿Habían hecho algo malo? ¿Estaban de viaje? ¿Cuándo regresarían?
A veces su tía les llevaba a la guardería, conseguía niñeras, o si no, hasta les llevaba con ella a sus clases de gastronomía. ¡Y era divertido! Pero...
...Extraño.
Costó procesar por qué todos estaban tan tristes, por qué se tuvieron que vestir de negro y por qué su hermano estaba triste todo el tiempo. Hizo un berrinche monumental el día que su casita adorable y cómoda se puso a la venta, y lloraba mucho sin entender por qué las cosas no podían ser como antes.
Y así, Hiro dejó de hablar. Otra vez.
Tadashi se sintió con la responsabilidad de intentar algo, por ser el mayor o por querer olvidar su propia tristeza, así que compartió sus juguetes y juegos de robótica preferidos con su hermano mientras trataba de sonreír a través de su duelo.
Su tía puso su parte, cuidándolos, alimentándolos, dándoles cariño, tiempo, compañía, y diciéndoles que les quería mucho (cosa que Tadashi de verdad había agradecido).
Pero nada funcionó para hacerlo hablar.
Las señales de alarma se empezaron a juntar: Hiro, previamente rollizo y regordete, empezó a dejar de comer y a adelgazar más y más, perdiendo peso a un ritmo alarmante porque "no tenía apetito" llorando si querían forzarlo a comer.
Poquito a poquito, sus mejillas como manzanitas se empezaron a ahuecar, empezó a enfermar más seguido, su costado empezo a mostrar sus costillas, y tuvo que sacarlo de su educación preescolar para poder cuidarlo junto con Tadashi.
Y el pobre Tadashi comenzó a adoptar aún mas responsabilidades que no correspondían a su edad, aún cuando Casa trataba de frenarlo. Con lo cual su estrés creció, su depresión más, y Cass de alarmó de lo mucho que le veía seguir a Hiro de un lado a otro para asegurarse de que estuviera bien.
Esos niños merecían disfrutar su infancia, pero estaba ocurriendo todo lo contrario.
Por eso, los Rivera les llegaron como caídos del cielo.
Fueron mamá Coco y mamá Elena quienes, con mucho tacto y paciencia, se encargaron de explicarle a los hermanos Hamada lo que era la muerte, y como era que sus padres siempre estarían presentes aunque no pudieran verlos. Fueron también ellas quienes extendieron una invitación a la reconstruida familia Hamada para pasar el día de muertos juntos, esperando que así pudieran hallar paz en sus heridos corazones.
Aunque al inicio pensó que quizá fuese demasiado pronto para tocar el tema, Cass aceptó al borde de la desesperación de ver a su sobrino mudo adelgazar más y más, y al otro no pudiendo recuperar el piso, queriendo sanar los lúgubres recuerdos de San Fransokyo y de paso echar mano del último recurso que parecía haber funcionado la última vez que intentaron socializar a Hiro:
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No Romo
FanfictionHiro y Miguel son mejores amigos desde que llevaban pañales. El paso de los años hace que sus amigos crean que es cuestión de tiempo para que acaben casados, pero ellos insisten en que "no homo", no hay nada romántico en lo suyo, simplemente son mu...