Ratoncito busca un amigo en Pandita

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Las estaciones del año fluyeron constantes entre llamadas, mensajes y videollamadas donde Hiro demostraba progresar con cada momento en que veía a Miguel. Sus chillidos de ratoncito empezaron a transformarse en palabras, sus modos ariscos y silenciosos desaparecieron poco a poco, se volvió más parlanchín y juguetón, y, por supuesto, ahora era capaz de reconocer a Miguel en pantalla.

Los problemas de socialización y aprendizaje, fueran lo que fueran, empiezan a ser un fantasma del pasado, y los Hamada pueden respirar tranquilos por ahora.

Dicho progreso en la psique de Hiro es anotado por el pediatra que está dándole seguimiento al menor de los Hamada, y al ser evidente para él lo bien que le ha hecho para su desarrollo neuronal les recomienda que, de ser posible, continúen estimulando la amistad entre ambos niños.

Recomendación que los Hamada se tomaron muy a pecho, y tras compartir los resultados con los Rivera, éstos terminaron por invitarles a México a pasar la Navidad, invitación que fue extendida también hacia la tía de ambos, Cass, quien encantada aceptó acompañarlos.

El día que llegaron a Santa Cecilia y sus amigos mexicanos fueron por ellos a la estación de autobuses, el pequeño pueblo ya estaba adornado con luces, escarcha y guirnaldas, papel picado de motivos decembrinos, y hasta el cielo estaba jugando su papel decorativo, aborregado y blanco como un rebaño de ovejas de escarcha.

Hiro no podía evitar voltear en toda dirección decorada por tantos bellos colores, extendiendo su manita libre (pues la otra está ocupada tomando a su hermano de la mano) como si intentará tocar el mismísimo espíritu festivo con sus pequeños dedos, distraído brevemente del hecho de que está a escasos metros de ver de nuevo a su pequeño amigo moreno.

—¡Mamá! ¡Mamá, mira!

—Sí, Hiro, qué bonito.

A su lado, Tadashi jugaba a exhalar vaho blanco y tratar (con pocos resultados) de darle forma de dona, como había visto que alguna gente hacía con el humo del cigarro, mientras sus padres y su tía jalan de las maletas y platican con los Rivera.

—Papá, ¿Nevará para Navidad? —Pregunta Tadashi, y su padre funge de traductor entre él y Enrique.

—No, no lo hará. —Contestó el señor Enrique. —En ésta parte de México no cae nieve, pero está mejor así, porque los niños se pueden divertir en las posadas.

—¿Cuáles posadas?

—Son fiestas decembrinas que celebramos en México, de carácter religioso. Como pequeñas celebraciones antes de Navidad, están hechas para recordar el momento en que María y José iban de un lado a otro pidiendo un lugar donde hospedarse. Algunas casas las organizan y es común invitar vecinos.

—¿Tadashi y Hiro podrían asistir? —Pregunta con cierta ilusión la madre de ambos.

—¡Pues claro que los niños pueden asistir! Hay ponche, buñuelos, y más cosas que les pueden gustar. ¿Son alérgicos a alguna comida? Para avisarle a mi mamá. —Inquiere Enrique.

—Hiro es alérgico a los cacahuates. —Aclara ella, mientras su marido no tiene siquiera oportunidad a partirse la cabeza intentando recordar las posibles alergias de ambos.

—Eeeeh, entonces no creo que pueda probar las palanquetas ni los mazapanes, por seguridad. Pero de ahí en fuera no creo que tenga mucho problema... se lo voy a mencionar.

Hiro está a punto de protestar, pero la voz animada de Cass se interpone.

—¡Oh, yo quisiera esas recetas! —Interviene Cass. —¡Me encanta cocinar! De hecho estoy pensando en abrir algún pequeño restaurante en San Fransokyo porque...

No RomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora