Dos días después, estaba acostado en mi cama de la cual casi no salía desde que tú me dejaste en casa.—Entonces, quiere decir que realmente tú no tienes todo bajo control, —dijo una voz cerca de la puerta—. Estaba comenzando a pensar que eras algún tipo de cyborg.
Levanté la cabeza y me di de frente con mi hermano cuando él entró, se arrojó al puf en el rincón y estiró sus largas piernas. En algún momento después de regresar a casa, él había comenzado a vestirse como antes, con pantalones cargo y camisetas, menos esas ropas que los chicos pijos de facultades caras usaban y más… ropa de tiendas de departamentos.
—Quien pudiera. Si fuera un robot, no estaría sintiendo nada ahora, —comenté, mirando al techo.
Estaba desesperado por no sentir nada.
Nada sería mucho mejor que la torturante mezcla de culpa y corazón partido, como un peso que me presionaba tanto que parecía demasiado trabajo moverme un centímetro. Podría pasar la eternidad mirando el techo áspero. Para hablar la verdad, extrañaba un poco las estrellas y los pósteres que me miraban, que arranqué en mi frenesí de orden semanas antes.
—Además de eso, si los cyborgs no tienen sentimientos, no hacen las mierdas que yo hice, para empezar, —agregué.
—Y ahora estás diciendo tacos. ¿Quién eres y qué has hecho con mi hermano?
—Se aburrió y me libré de él.
Aburrimiento. Que motivo idiota para hacer lo que hice.
De cualquier forma, no era solo aburrimiento. Era mucho más que eso. Era soledad y miedo y desesperación. ¿Pero cómo podría explicarle a mi hermano todo eso, el hombre que siguió un plan como si fuera un misil teledirigido? Incluso habiendo fallado, él sabía lo que quería.
—Aburrido —dijo él.
—¿Yo soy aburrido? —pregunté.
Las luces que había hecho para impresionarte estaban desapareciendo a aquella altura. Un símbolo literal de nuestra relación apagándose.
¡Mi Dios, cómo sentía tu falta!
—En el pasado, sí. Creo que dormir con tu profesor te volvió algo diferente de aburrido. —Él se aclaró la garganta—. Es bastante repugnante, en verdad.
Cogí la almohada y se la arrojé, pero no me molesté en ver si acerté, porque mis ojos todavía estaban mirando el techo. Él gruñó, entonces interpreté que había acertado.
—Quiero decir…, el hombre es seis años mayor que yo. ¿En qué estabas pensando?
Nadie entendería por qué me enamoré de ti, pues todos sólo veían tu edad. Era gracioso como me había concentrado tanto en la mía y todos estaban concentrados en la tuya.
—Creo que el consenso es que no estaba pensando. Ya me han dicho eso claramente.
—No sé por qué, pero dudo que esa sea tu apreciación. Vamos, dime. ¿Qué sucede contigo?
Me senté, sorprendido porque él estaba siendo tan… amable. Tan calmado, paciente. Mis padres, los policías, todos tenían una opinión clara sobre ti, sobre nosotros, antes siquiera de llegar a casa. Nadie lo necesitó, nadie quiso preguntarme por qué hicimos eso.
Por qué yo hice eso.
¡Diablos! Ellos ni me preguntaron lo que hice, no de una forma que precisara de una respuesta verdadera. Solo acusaron, declararon, exigieron saber. Llenaron todas las lagunas necesarias por cuenta propia, te difamaron como quisieron.