Era esa época particular del año, invierno, donde la temperatura descendía gradualmente hasta pasados algunos grados bajo cero (aún en Konoha, donde el clima solía ser habitualmente cálido era normal aquel frío glaciar). Sin embargo, no era por ser invierno que era una época peculiar. No, en absoluto. Era por ser diciembre que lo era, más concretamente 18. Y aunque aún faltaban algunos días por delante hasta aquella noche tan esperada, la noche de víspera de navidad, se podía percibir en el aire la anticipación y expectación que generaba la proximidad de la fecha. La emoción vibrante y la alegría de la navidad atiborrándolo todo, junto con sus brillantes colores cegadores y luces resplandecientes por doquier.
Fuera adonde fuera, por dondequiera que caminara podía ver pequeños niños jugando y corriendo felices por las calles de la aldea hablando, con la emoción que sólo aquella época evocaba, sobre los posibles regalos que recibirían aquel año. Imaginando seguramente magníficos obsequios escondidos en grandes cajas y envueltos en papeles brillantes –preferiblemente de colores verde, rojo y dorado- con una blanca y deslumbrante sonrisa en sus rostros. Para ellos, navidad era dicha. Así como también lo era para las parejas que paseaban de la mano, más acaramelados que de costumbre, por la aldea observando a través de los límpidos cristales de las vidrieras y escaparates las distintas ofertas navideñas que las tiendas ofrecían. Ambos intentando elegir el regalo perfecto, ese ideal, para el otro. Aquel que demostrara cuanto significaban el uno para el otro. Shikamaru afortunadamente, no tenía ese problema. No se encontraba en el dilema de tener que elegir ningún tipo de regalo especial para nadie, así como estaba seguro de que él no lo recibiría. Y, honestamente, no le importaba. Aquello lo tenía sin cuidado alguno. Sin embargo, muy por el contrario de lo que se pudiera pensar de él, Shikamaru no odiaba la navidad. En absoluto.
Era cierto, quizá, que su falta de interés y entusiasmo en el asunto era claramente notoria (la cual no se molestaba en ocultar ni disimular). Así como también lo era el fastidio que sentía por algunas cuestiones de la festividad, como lo eran, por ejemplo, la compra de regalos y el abuso de precios innecesario de las tiendas que muy lejos estaban –en su opinión- de propagar el verdadero espíritu navideño . No obstante, también consideraba –y disfrutaba como tantos otros- los beneficios que la fecha acarreaba consigo. Y el no tener misiones que completar ni trabajos que hacer durante el mes de diciembre era uno de ellos, probablemente, el mejor.
Otro de los beneficios de la navidad que Shikamaru disfrutaba, y mucho, era la constante sensación de paz que se respiraba en el aire. El poder caminar tranquilo por Konoha, totalmente despreocupado, y sentir que nada malo podría ocurrir. Que nada podría estropear la tranquilidad que sentía a su alrededor. Bueno, casi nada... Pensó suspirando, a medida que observaba de forma perezosa hacia el frente de la calle donde una pequeña figura femenina de largo cabello dorado, recogido en una cola alta, se acercaba hacia él dando pequeños saltitos de felicidad. Ino.
—¡Shika! —gritó alegremente la muchacha agitando los brazos, la cual se encontraba ahora a tan solo tres metros de distancia de su amigo.
El moreno resopló, cerrando los ojos unos instantes antes de volver a abrirlos. Dirigiendo su profunda mirada caoba a la chica frente a él, mientras refugiaba sus manos del frío en los profundos bolsillos de su pantalón.
—Hola Ino...
La rubia sonrió, observando con alegría lo que su amigo llevaba alrededor del cuello. Una ancha bufanda de lana, de franjas gruesas horizontales, color verde claro y verde oscuro —¡Veo que tienes puesta la bufanda que te regalé la navidad pasada!