3 Recuerdos Muertos

30 7 1
                                    

—Disparado hacía el cielo rumbo a Andrómeda, navegando por el infinito voy—digo al aire vacío en donde me encuentro, recordando una vieja canción que talvez había escuchado antes.

—Fue un error—escucho una voz.

—¡Ni siquiera después de la muerte me dejaras en paz!—grito a la oscuridad, al instante demasiadas voces se escuchaban en todos lados, gritos de agonía y dolor junto con llantos y peticiones de auxilio, pero así como llegaron se fueron.

—Te encuentras en mi territorio, espero disfrutes tu estancia—dijo de nuevo aquella voz. Puedo sentir mi cuerpo, siento como puedo mover mis brazos y piernas, al tocar mi cuerpo pude notar que me encuentro totalmente desnudo, intento sentir algo en la oscuridad, pero no puedo tocar nada. Mi cuerpo comienza a sentirse cansado, como en aquellos días donde trabaje más de lo normal, me arrodilló del cansancio, mi respiración es cada vez más difícil, el suelo se siente frío, gotas de sudor recorren mi frente, no paso mucho tiempo hasta caer rendido.

—Caer rendido.

—Angustia.

—Miedo.

—Dolor.

—Luz.

—Oscuridad.

—Sufrimiento.

—Sufrimiento.

—¡Sufrimiento!—grito exaltado, despertando en una cama ajena.

—¿Hablas dormido?—dice la voz de Francisco.

—¿Dormido?, ¿Estaba dormido?—pregunto exaltado y sudando un poco.

—Te quedaste dormido cerca de 6 horas— responde en el balcón de aquel lugar mientras fuma.

—¿Tuviste alguna pesadilla o algo así?—me pregunta Francisco.

—¿Por qué lo dices?—pregunto.

—Todo el rato te encontrabas gritando cosas raras—responde francisco.

—¿Pero qué fue lo que pasó?—digo.

—Pues estábamos en la ceremonia y.... — Francisco empieza a narrar la historia que me intriga, pero se presentó una interrupción.

—¡Hola!—dice un pequeño niño.

—¿Ya despertó? ¡Qué bien!—dice una mujer mientras entran por la puerta principal con unas bolsas.

—¿Di-Die-Diego?—pregunto mientras ese nombre me venía a la cabeza.

—¿Cómo sabes mi nombre?—pregunta Diego confundido mientras inclina un poco la cabeza.

—Talvez en el camino que lo triamos inconsciente escucho tu nombre y aun lo recuerda—dice Francisco.

—¿Inconsciente?—pregunto aún más confundido.

—Talvez eso pueda ser—dice aquella mujer, ella vestía con una sudadera demasiada grande para su estatura, pero combina bien con su tinte de color rosa.

—¿Dónde dejo esto?—le dice Diego a la chica mientras carga las bolsas.

—En la cocina—responde la chica.

—¿Dó-dónde estamos?—pregunto nervioso.

—Estas en mi casa—dice la chica.

—Perdón me llamo Karen—dice presentándose.

—Mucho gusto, supongo—digo.

—Karen, ¿ya puedo medirme la ropa?—dice Diego desde la cocina.

Un mundo nefastoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora