Episodio 11

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— ¡Por lo que más quieras, cállate!

La voz sonó amortiguada, como si el dueño tuviera algo en su boca al hablar.

Las carcajadas de otros dos indivíduos tardaron unos segundo en resonar y llenar el vacío que había dejado el grito anterior.

La cascada cercana y el río al que desembocaba, daba un aspecto pacífico al lugar, con árboles de un tono verde lleno de vida, césped y tierra, el sol se encontraba apenas saliendo. Era un lugar que transmitía una sensación tan acogedora...

Pero la verdad era que quienes se encontraban ahí le quitaban todo lo delicado al paisaje...

Tres siluetas. Dos de un tamaño muy similar -el mismo se podría decir- y otra más pequeña.

— No hables con la boca llena… — una voz masculina dijo como una reprimenda, pero con voz suave.

Era pelirrojo, de ojos de color cobre y piel algo pálida. Se revolvió el cabello cansado y suspiró largamente.

— Déjala Merrick ¿No ves que es su forma de comportarse? Es su cultura salvaje. — en un tono sarcástico un poco menos grave que el anterior, otra voz masculina salió a relucir.

Ojos como esmeraldas, cabello azabache y piel blanca, con una risa sarcástica algo molesta.

La figura más pequeña, de cabello largo y negro atado en una coleta alta y ojos ambar oscuros. Tragó fuertemente lo que había estado conteniendo en su boca.

— ¡Tu si te lo estás buscando! — la chica se levantó de su lugar y buscó una de los bolsos para tirarselo al jóven.

Su ubicación en el paisaje de ensueño era cerca del río, sentados en el piso, sobre el césped y en el centro una fogata con una olla negra hirviendo y su contenido blanquecino burbujeante, con un olor muy agradable saliendo de él.

No tan lejos de ellos estaban situadas unas mantas y dobladas o estiradas de la forma que les convenía para acostarse sobre ellas.

También, al lado izquierdo de la chica, se encontraban los bolsos, más que todo eran 4 mochilas y una bolsa de tela café con una cuerda que la cerraba.

— ¡No, ahí está mi D-Code! — saltó el pelirrojo que había estado manteniendo su distancia en la pelea un tanto exagerada que sus compañeros estaban montando.

La fémina se detuvo al instante y dejó la mochila en su lugar suspirando abatida.

— Te salvas esta vez...

El ojos cobre suspiró como por sexta vez en la mañana y se dejó caer hacia atrás, recostandose en el pasto que tenía un poco de rocío de la pequeña brisa que hubo en la madrugada.

— Me avisan cuando esté la avena... — murmuró Merrick por último antes de cerrar los ojos.

— Yo vigilaré el desayuno, no vaya a ser que te vuelvas a comer algo más. — su burló el azabache mientras tomaba una cuchara larga de madera oscura que tenía sobre sus piernas y revolvía el contenido de la olla.

— ¡Oh vamos! era mi galleta. Lo sabes. — la de ojos ambar se cruzó de brazos.

— Nikoru, deja de gritar, vas a despertar a los demás y ya sabes como se ponen si lo haces... Además estuvieron hasta tarde vigilando. — comentó el pelirrojo.

— ¿No ibas a dormir? — murmuró la chica.

— Creo que no hay forma de que aunque esté en el quinto sueño no pueda oírte, eres escandalosa. — habló el ojos esmeralda.

Digitalizados | El virus de la muerte |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora