-051220
—Nos vemos el jueves.— Con simpatía la mujer despidió al chico en la puerta.
Felix suspiró colgando su mochila en uno de sus hombros, mirando cansado el pasillo desierto.
No iba a negar que las sesiones con la psicóloga de la escuela le ayudaban, pero estaba completamente harto.
Estaba harto de ser el bicho raro para todos, de recibir miradas de extrañes y de que todos se alejasen de él.
No era su maldita culpa, al contrario; Felix era una simple víctima más del abuso.
Su vida había sido arruinada sin previo aviso y su reputación igual. Había confiado en quien menos tenía que confiar, se había lanzado al vacío desde lo más alto con un paracaídas completamente dañado.
Y sí que le había dolido la caída.
Pero era ridículo que tendría que pasar por tanto por las personas que lo llevaron a caer y que estas, estuvieran de lo más contentas continuando con su vida.
A ellos nadie los juzgaba.
Ellos eran los queridos, los respetados, ejemplares, favoritos.
Populares.
Los recuerdos comenzaron a lanzarse a su mente como balas uno tras otros, incluso recordaba la presión en su piel, las lágrimas derramadas, la opresión y el estrés sufrido. El daño que recibió y los escombros dejados por las horrorosas experiencias.
La sangre.
Sus manos empapadas de aquel líquido rojizo y su respiración agitada, las emociones saliendo a flor de piel y la mirada aterrorizada como respuesta de aquella llena de odio e ira.
La desesperación del momento y las inmensas ganas de morir tras las miradas de desaprobación del resto.
Queriendo desaparecer bajo las intensas miradas, bajo las acusaciones, bajo la decepción de aquellos que alguna vez lo quisieron.
Bajo la completa soledad.
Quiso defenderse ¿Eso estaba mal?
Aún así, jamás lo hizo de manera violenta pero ¿Quién le creería?
Manchado de su propia sangre sobre aquel otro chico que cubría su rostro con su ceja partida y su labio roto, con sus manos bañadas en la sangre del contrario y aquella mirada de borrego entristecido por la que todo el mundo caía.
¿Quién iba a creerle? A él, un don nadie; por sobre un chico aparentemente amable, ejemplar, popular y querido por todos ¿Quién iba a hacerlo?
Ahora era él quien pagaba.
Hubiera querido que las cosas salieran de manera diferente, pero así era la vida, querías algo y te salía totalmente diferente a ello. Había aprendido a las malas a convivir con la soledad y sus propias tristezas, con aquellos recuerdos y la frustración e impotencia de no poder o haber hecho algo más, lo último.
Si tuviera al menos, tan solo una última oportunidad, haría las cosas bien, como debieron ser desde un principio.
Levantó su vista de su puño y suspiró en la soledad que lo abrazaba, o eso creía.
Porque no estaba solo.
Sorprendido miró a la figura que se levantaba con seguridad frente a él del piso y le dirigía una mirada de completa superioridad.
Felix sintió su espalda temblar.
—¿Quién eres?— Preguntó algo bajo.
—La respuesta a todos tus problemas.