El eco de Marian

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Era una mañana soleada cuando Marian y su familia se dirigían a la playa a disfrutar del primer día de las vacaciones de verano.

- Esperé mucho éste momento mami – Marian le decía a Rachel, su madre.

Marian era una niña de seis años, de cabellos rizados color chocolate. Ojos grandes color miel, con piel clara y suave como los duraznos. Era bajita y menuda a comparación de los demás niños de su edad. Era muy alegre y le encantaba explorar cada rincón del lugar en el que se encontrara.

- Ven pequeña, vamos hacer un castillo en la arena – Le decía Rachel a su pequeña.

Juntas jugueteaban en la suavidad de la arena fina de la playa "El Márquez" en las costas de Florida. No era una playa muy concurrida ya que había múltiples historias sobre personas que se habían vuelto locas en las cuevas que se encontraban en la zona rocosa de la playa. En aquel lugar en dónde rompen las olas de manera estruendosa sobre las rocas, inundando por pequeños momentos las pozas naturales creadas dentro de las cuevas. De no ser por las malas historias que se contaban sobre ellas, serían el lugar perfecto para tomar fotografías y contemplar la inmensidad del mar.

El tiempo transcurría despacio, muy lento en la orilla de la playa en la que Marian corría hacía la orilla cada que las olas estaban por alcanzarla. Mientras su madre preparaba los emparedados de ensalada rusa que iban a comer ahí.

Después de los ricos emparedados que Rachel había preparado, todos se sintieron bastante somnolientos como para tomar una siesta teniendo como canción de cuna las olas del mar. Debajo de la palapa en que se encontraban pasados los minutos se sumergieron en el mar de los sueños. Todos excepto Marian quién cargada de energía seguía corriendo por la playa. Corría de aquí para allá. La sonrisa en su rostro era incomparable. Pronto se sintió atraída por la suavidad de la arena y decidió sentarse a jugar con ella después de tanto ajetreo. Comenzó a cavar un pocito en la arena que se llenaba cada que la ola llegaba. Su carita se iluminó cuando el mar trajo hasta ella un caracol. De inmediato recordó lo que su madre le dijo un día;

- Cada que encuentres un caracol en la orilla del mar, colócalo en tu oído. El mar quiere que escuches sus secretos -

Sin pensarlo dos veces la pequeña Marian colocó el caracol en su oído izquierdo. En un principio escuchó las olas del mar. Maravillada por el sonido no se dio cuenta que de la nada comenzó a caminar alejándose de la palapa en la que se encontraban sus padres. Se dirigía hacia las cuevas del Márquez perdido. Llamadas así porque la primera persona que entró ahí y perdió la razón fue un Márquez de Inglaterra que había venido a América con una flotilla de hombres a explorar la costa.

Después de un tiempo lo que escuchaba Marian ya no eran las olas del mar, pronto se convirtió en una voz tenue pero entendible.

- Ven aquí pequeña, tengo algo que mostrarte. Ven aquí. – Era lo que le susurraban a la pequeña Marian.

- ¿A dónde vamos? – Respondía

- Ya lo verás, solo sigue caminando. Te mostraré algo maravilloso - Seguían susurrando.

- ¿Me mostrarás más conchitas? Quiero enseñarle a mi mami – Decía entusiasmada la pequeña.

- Es algo aún mejor. Ven aquí -

Al entrar en lo profundo de la cueva más grande que se encontraba en la costa. Marian dejó de escuchar aquel dulce susurro que la había llevado hasta ahí. Cuando se dio cuenta que no podía ver casi nada frente a ella. El miedo la invadió y comenzó a gritar despavoridamente.

- ¡Mami! ¡Mamita! ¡¿Dónde estás?!

Lamentablemente lo que escuchaba solo era el eco de su voz. No importaba cuando gritará o implorará nadie la escuchaba, nadie respondía. Nadie sabía dónde estaba.

Así pasaron varias horas hasta que la pequeña Marian de cabellos ahora enmarañados y aquellos ojos color miel teñidos de rojo por tanto llorar decidió parar y recostarse sobre la arena mojada de aquella cueva sin fin.

- Al fin dejaste de llorar – Escuchó repetidas veces por el eco de la cueva.

- ¿Quién eres?, ¿Dónde estás? – Respondió enseguida la pequeña.

- Yo soy el principio y el fin. Dónde sea que pueda haber sonido ahí estoy.

- ¿Qué? – Marian no entendía

- Soy el eco de tus lamentos, y soy lo único que escucharás de ahora en adelante.

Marian al escuchar aquella última oración rompió a llorar de nuevo. No sabía quién era aquella voz que la aturdía. Sabía lo que era el eco, pero jamás había escuchado que el eco respondiera.

- ¡Quiero a mi mamá!, ¡Quiero a mi mamá! – Repetía sin parar.

- ¡Ya basta!, me aturdes. - Se escuchó en la penumbra.

- Déjame ir con mi mamá - Le gritaba la pequeña Marian en medio de su desesperación.

- No sé qué esperas para irte, nunca dije que te iba a tener prisionera. Solo tenías que regresar por donde entraste. – Respondió el eco.

Sin pensarlo dos veces la pequeña Marian comenzó a caminar en dirección contraria a la que iba. Lamentablemente ella no sabía que había estado ahí el tiempo suficiente como para que la marea subiera y las olas que se estampaban contra la cueva y las rocas fueran aún más poderosas. Marian de solo seis años aún no había aprendido a nadar. Murió ahogada entre las rocas...

El último grito que se escuchó quedó guardado en el caracol que sostenía en su mano.

La madre de Marian al despertar y percatarse de que su pequeña no estaba a la vista comenzó a buscarla desesperadamente hasta que se topó con un caracol en la orilla del mar. Instintivamente lo recogió y lo llevo a su oído. Las lágrimas comenzaron a emanar de sus ojos color miel. Cuándo del caracol escuchó;

- Busca mi eco entre las rocas – Era la voz de la pequeña Marian.

Sin pensarlo dos veces Rachel corrió hacía las rocas. Sus pies temblaban y sus ojos no paraban de cristalizase con el mar de lágrimas que emanaba de ellos. Hasta que llegó a aquella cueva, dónde entre las rocas sobresalía un mechón de cabello color chocolate perteneciente a la pequeña Marian quien yacía entre olas y arena. Con su último suspiro entre las manos.

El dolor que sintió Rachel no es comparable con nada. Ni siquiera mil espadas atravesadas en el alma serían suficientes para describir o comparar lo que sentía Rachel.

Con todo el dolor de su corazón tomo a su hija por el brazo. Fue entonces cuando notó que tenía un caracol aprensado entre sus manos. Lo tomó y lo colocó en su oído.

- Mami... ¡Encuéntrame! ... - Fue lo que con eco escuchó.

Fue así que Rachel se sumó a los cientos de personas que perdieron la razón en las cuevas del Márquez. Ya que desde entonces Rachel no hablaba sin hacer el eco de su propia voz. No iba a ningún lugar en el que no escuchará el eco retumbar.

Pasó el resto de su vida recorriendo esas playas y las cuevas buscando y escuchando cada caracol que encontraba con la esperanza de encontrar el eco de su hija.

Se dice que hasta la fecha puedes encontrar su espíritu en las playas del Márquez preguntando si has escuchado el eco de su pequeña Marian.



Sustos de MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora