Los guardias cayeron en estiércol, mientras que Stephen y Christine en un callejón lejano.

Chocaron los puños y se sentaron en el suelo, recargando sus espaldas en la fría pared.

—Y ahora mi estimada amiga —partió el pan a la mitad —esto es para ti—

Christine devoró el trozo de pan, parecía ser lo más delicioso en mucho tiempo, porque realmente lo era.
Strange iba a morder la masa cuando vio a dos pequeños, remover la basura, una pequeña niña pelirroja y un niño peliplata, parecía que no habían tenido suerte pues sólo consiguieron un hueso de pez.

Stephen miró su porsion, miró a Christine comer emocionada sin notar su alrededor, se puso en pie y se acercó a los pequeños.

—tenlo—les extendió el trozo de pan. El pequeño lo miró desconfiado —si tengan —

La pequeña lo tomó y le sonrió agradecida. Stephen volvió con Christine la cual miraba atenta al hombre, poniéndose de pie entregó lo poco de pan que le quedaba a los pequeños. El pequeño partio un poco y se lo ofreció a la mujer para que siguiera comiendo.

La pequeña abrazo a la mujer y Christine les sonrió mientras acariciaba sus cabezas, giro a ver a su amigo y lo encontro saliendo del callejón, algo había llamado su atención.

En la calle principal un hombre vestido en oro era observado por todos los habitantes de Agrava.

—va camino al palacio —le dijo un hombre a otro. Stephen escuchaba la conversación en silencio. —supongo –

—de seguro es otro pretendiente para el príncipe —dijo otro hombre.

Los pequeños hermanos salieron del callejón y cruzaron sin mirar, el hombre tuvo que detener su caballo por su culpa —¡fuera de mi camino! —ordenó, levantando un látigo —¡Niños sucios! —dijo con asco.

—¡oye! —Stephen se puso en medio, dejando que el látigo se enrolle en su brazo, se lo arrebato de un jalón al hombre envuelto en oro —si yo fuera tan rico como tu tendría mejores modales! —le arrojó el látigo a la cara.

El hombre rico se vio molesto, la cara empezó a enrojecerle —¡yo te voy a enseñar modales! —grito, empujando a Stephen con su caballo, arrojando lo a un charco de lodo. Christine se acercó a ayudarlo mientras las personas se reían de él.

—mira eso, Christine, no todos los días vemos a un animal montado sobre otro animal—dijo en voz alta y clara. El hombre rico detuvo el andar,  él y su caballo giraron a verlo molesto.

El hombre rico rápidamente se giro para no verlo —¡eres una rata miserable! Naciste miserable y te vas a  morir miserable — Stephen se levantó del lodo para enfrentar a ese hombre —y solo tus pulgas te lloraran—entró al palacio del sultán y las puertas se cerraron, dejando a Stephen afuera.

—¡no soy un miserable! —le grito a las grandes fueras de madera gruesa cerradas frente a él.

—¡Y no tiene pulgas! —grito Christine.

Stephen miró al suelo —Vamos, Christine, hay que ir a casa—

Caminaron sin parar hasta que el sol estaba por ponerse, casi en las afueras de Agrava, en los barrios más pobres de esta.

—vago, pillo, eso es falso—dijo Stephen caminando con la cabeza gacha —si miran más de cerca —subieron por una vieja escalera, por un edifico en mal estado y abandonado, al último piso, un lugar sin techo y casi sin paredes—ven tan solo un pobre, no señor —

Christine se recostó en una gran y vieja almohada en el suelo. Stephen la cubrió con una fina tela y camino a lo que intentaba ser otro cuarto —hallarán que hay mucho más —movió una vieja tela que servía de cortina y frente a él una vista majestuosa del palacio —en mi... —

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