—¿María? —sonó su voz, ahogada e incierta.
Ella se inclinó hacia delante e intentó ver.
—¿Esteban?Capítulo Cuatro
Esteban salió de la oscuridad del jardín,
—¿Estás sola?—Sí, se han ido a cenar a casa de los Miller, y nunca vuelven antes de las once. ¿Dónde está tu caballo?
Subió las escaleras del porche.—He venido andando.
María había cerrado la puerta y las cortinas. Si alguien pasaba, no podría distinguir sus formas.—¿Todo ese trozo?
—No está tan lejos, y hace una noche deliciosa.
—Recibiste mi nota.
—Sí —se sentó en una silla de mimbre frente a ella—. Has corrido un riesgo, María.
—Pero estás aquí.
Hubo un momento de silencio.—Sí, aquí estoy.
Esteban había levantado la vista de la pezuña del caballo que estaba herrando al ver a la joven aparecer en la puerta del establo. Ella le había llamado y él, después de limpiarse las manos en los pantalones, la saludó
pensando que iba a alquilar un coche. Pero ella se había limitado a entregarle la nota.
—Es para usted.Cuando levantó la mirada del papel, ya había desaparecido.
Abrió el sello allí mismo para poder ver su contenido a la luz del sol, y leyó las palabras que saltaron del papel directamente a su corazón:Querido Esteban,
Estaré sola esta noche.
María.Quería verlo.
Hacía al menos diez años que no ponía un pie en su casa, y no por temor a Burdell Fernández. Nunca le había tenido miedo. La piel se curaba. Los huesos y las narices, sanaban. No temía el dolor físico que pudiera derivarse
de su relación con María, pero lo que sí temía, lo que había temido siempre era que sus padres la enviasen lejos. Aquel era el motivo de que hubiese guardado
las distancias, consciente de que algún día sería mayor para tomar sus propias decisiones.
Y esperando estar entre ellas.
El que quisiera que acudiese junto a ella era casi demasiado bueno para creerlo. No podía explicar por qué sentía aquella inclinación hacia María, pero
se había sentido atraído por ella desde que eran niños.—Esteban, yo… —empezó ella.
—Nunca he dejado de preguntarme… —empezó también él al mismo tiempo.
Los dos callaron y se echaron a reír con cierto nerviosismo.—Adelante —dijo Esteban,
María se estiró las arrugas del vestido.—Siempre he deseado tener la oportunidad de decirte lo mucho que lo siento por lo que ocurrió aquel día.
—No tienes por qué disculparte.
—Por favor, déjame que te diga lo que llevo guardado desde entonces.
Él sintió una extraña quemazón en el pecho y esperó.—Aquel fue el mejor día de mi vida. Cuando pienso en lo breve que fue… en lo maravilloso… bueno, no tengo palabras para describir cómo fue para mí.
Cuando volvimos y mi padre se enfadó tanto, yo me quedé sin palabras y luego, cuando Burdy te golpeó, Esteban… —la voz le tembló—. Yo quise morirme.
Me sentía tan inútil. Estaba tan enfadada. Pero sólo lloré y lloré por lo injustos que habían sido contigo.—No pasa nada, María.
—Sí que pasa. Yo quería ir contigo.
—Lo que me preocupaba a mí eras tú —se inclinó hacia delante y la silla chirrió—. Intenté volver a verte. Quería saber si estabas bien.
