Capitulo 6 MDA

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—¿Cuál es el parentesco que los une con los Fernández? —preguntó Esteban sin darle importancia. Jamás habría podido imaginar que la familia
Fernández fuese tan sencilla.

—Mort y la madre de María son hermanos —dijo Vera.

—Ah. No se… no se parecen.
Ni Mort ni las chicas contestaron y Esteban las miró esperando no haber tocado un tema incómodo para ellos.
María le ofreció aquella sonrisa suya tan dulce.

—Los dos son guapos, eso sí —añadió él, y todos se rieron.
Mort sonrió a su mujer.

—Mi esposa era la chica más guapa del condado de Fairfax, pero ahora le ha salido competencia con Charmaine y María, ¿no le parece?

—Yo no sabría por quién votar.
El tío de María se acabó el café.

—Es usted un hombre inteligente, señor Sanromán.

—Es que no me gusta ponerme yo solo la soga al cuello. Mort se rio y echó hacia atrás la silla.

—Aún me queda trabajo por hacer —dijo, y le ofreció la mano—. Vuelva por aquí cuando quiera.

—Gracias, señor.
Mort echó a andar hacia la puerta y desde allí se volvió, frunciendo el ceño con curiosidad.

—Y dígame, ¿a cuál de estas jovencitas viene usted a cortejar, señor Sanromán?

Capítulo Seis

Se había apresurado al decir que no le gustaba ponerse él solo la soga al cuello. Las palabras de Mort Renlow crearon el primer momento de tensión que había sentido en aquella casa, ¿qué debía decir? Había invitado a María y a Charmaine a tomar un helado y a cenar, y a pesar de que él lo había hecho con la idea de que la presencia de la más joven hiciese respetable el encuentro
entre María y él, era posible que los demás considerasen que estaba utilizando a María como carabina. La idea le molestó, pero enseguida fue consciente de
que Mort no menospreciaba a su sobrina; simplemente no estaba seguro de cuáles eran sus intenciones y su pregunta había sido sincera.
Por primera vez, consideró los sentimientos de Charmaine y se sintió fatal. Y María no le había contado nada, podía estar pensando que era ella quien despertaba su interés.
Mort seguía en la puerta, apoyado en el marco, esperando.
Esteban miró a María y vio pánico en sus ojos. Luego miró a Charmaine y vio sonrosadas sus mejillas y enarcadas sus
cejas. No. María no le había contado nada. ¿Por qué lo habría hecho? No se le ocurrió otro modo de salir de aquel atolladero que con la verdad.

—Charmaine es una joven preciosa y encantadora, y estoy seguro de que dentro de bien poco los hombres vendrán a cortejarla en tropel, pero su hija es un poco joven para mí, señor Renlow.
Mort asintió como si aquella simple declaración le bastara.

—Entonces, se trata de María.
Esteban asintió. Desde luego que se trataba de María.

Ella lo vio asentir y sintió una alegría y un alivio inconmensurables. Había
esperado con temor sus palabras porque no sabía si estaría dispuesto o no a hacer una declaración. Su admisión le puso un nudo en la garganta. Hubiera
querido levantarse de un salto y abrazarlo, pero se volvió hacia su prima. Charmaine tenía la mirada en la mesa y tardó casi un minuto en levantarla y en mirar a María a los ojos. María quería ahorrarle aquel bochorno, pero no supo qué decir. No había sabido qué decirle desde el primer momento, y precisamente por eso habían llegado a aquella situación. No había tenido el valor ni la confianza suficientes para creer que Esteban estaba interesado por ella. Ahora ya lo sabía, y Charmaine también.

—Pues lo va a tener complicado con la familia de María —dijo Mort—. Espero que sepa lo que hace.

—Creo que lo sé —contestó él—. No tuve un buen comienzo con su
familia, pero María es ya una mujer adulta que debería poder decidir por sí sola.
Vera se colocó tras la silla de Charmaine.

Mi dulce amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora