Rapunzell

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Otro maldito día en el cuarto blanco, traigo la camisa de fuerza y no como hace tres días. Creo que con la muerte de mi antiguo enfermero ya no tendré ninguno y me quedaré en esta habitación, donde me dan de comer 3 veces a la semana.

                — Elisabeth.—elevó mi muerta mirada a la cara en la pequeña ventana.—adivina, llegó tu nueva enfermera.—sonrió arrogante el sujeto, yo empiezo a reír a carcajadas.

                   Traigan a quien quieran, sabes que les pasarán.

Bajo la cabeza ignorando al bastardo.

Paso el tiempo lentamente para mi, dos enfermeros corpulentos me sujetaron arrastrándome hasta mi cuarto en el lugar, a pesar de sacudirme empujar y patalear no lograba moverlos ni un centímetro. Me sacaron la camisa de fuerza dejándome adentro y cerrando la puerta, mi cuarto esta casi vacío; ya muchas veces este cuarto se a teñido de rojo.

Los fortachones volvieron a entrar a mi cuarto sujetandome de los brazos para que no escape o lástime, sólo tengo 18 años.

               — ¿Donde vamos?

Pregunto a uno.

                  — A tu sección de terapia de electrones.

Frunzo el ceño completamente molesta, electros en mi cabeza es muy dolorosa.

Me conectan a la máquina apricionandome en la mesa, empiezo a gritar aguantando las lágrimas, mi corazón se acelera. En la puerta de la sala mi fría mirada se cruza contra unas ordes verdes, la rubia me mira sorprendida y asustada, las máquinas hacen su trabajo y mi cuerpo empieza a tener conbulciones por la corriente, una y otra y otra y otra vez, ya no puedo más y caigo inconsciente.

Desperté en mi cuarto completamente sola, mi cuerpo está adolorido y aún tiene algunos espasmos, miro la bella noche por la ventana.

               — Sólo entre a casa...

Volvía de la casa de una amiga muy feliz, entre a casa y unas gotas rojas me giaron hasta la sala, cuando entre mis padres estaban en el suelo, las paredes y piso estaba teñido en rojo sus cuerpos, mi padre, mi padre tenía el pecho atravesado y su brazo estaba amputado y sus piernas rotas, mi alegría se esfumó de mi cuerpo y me congele, y mi madre, mi amada madre, tenía el vientre abierto y sus intestinos estaban esparcidos por la habitación uno de sus ojos estaba en el suelo. Me deje caer de rodillas a tal escena, todo mi mundo se derrumbó pero no podía llorar, sin previo áviso un desgarrador grito sale de mi boca veo mis manos, estaban bañadas en sangre igual mi ropa, en mi mano derecha el cuchillo manchado en carmesí, mis ojos se desencajaron completamente y mis pupilas se delatan, otro grito escuche y mi corazón se congeló, al voltear me encontré con lo peor, la horrorizada mirada de Anna juzgando mi interior, una gran sonrisa se formó en mi, y de la nada todo se nubla en mi mente.

Estaba frente al tribunal conteniendo la risa.

                 — Elizabeth Arendelle la declaró... culpable. Pasará una sentencia de 15 años en la Correccional a lo cual al cumplir la mayoría de edad será transferida hasta la prisión para mujeres para terminar su sentencia.

Sonó el Masó contra la madera, no pude contenerme más y empecé a reír.

Toda la evidencia apuntó a mi, todo estaba contra mi, Anna me acusó en el jurado igual, reía una y otra vez las lágrimas comenzaron a caer.

Un Mundo En Caos.|Jelsa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora