ɪɪɪ- ᴇꜱᴛᴀɪꜱ ꜱɪᴇɴᴅᴏ ᴀʀʀᴏɢᴀɴᴛᴇ.

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Elaine memorizó las reglas más rápido de lo que había esperado y, durante los días siguientes, pasaban todas sus horas frente al tablero. Él tomaba siempre las piezas negras y ella, las blancas.

Extrañamente, la presencia de Petyr la desconcentraba. Es decir, solía desconcentrarse a menudo o evadirse en conversaciones aburridas, pero no en casos así. Además, no le gustaba perder, casi no lo soportaba. Pero parecía una tarea complicada; sus ojos se desviaban inexplicablemente a la ironía con la que se levantaban las comisuras de su boca al hacer una jugada inteligente, o la fijeza con la que seguía sus movimientos.

Aquel día, al fin después de tantos intentos, iba ganando. A veces, Petyr hacía comentarios divertidos que la hacían sonreír y Elaine sospechaba que no se estaba tomando esa pequeña batalla tan en serio como ella, pero de todas formas trató de distraerlo con observaciones parecidas, aunque no igual de ingeniosas.

— ¿Sabes? La idea principal del juego es prestar atención al juego —ironizó, antes de acabar con uno de sus alfiles.

Elaine alzó una ceja, disimulando lo mucho que lamentaba que se hubiera dado cuenta de su distracción.

— ¿Y a qué estoy prestando atención según vos, lord Baelish? —inquirió, moviendo a su rey hacia la derecha.

— Parecías creer que la mejor forma de ganar era mirando al jugador y no a las piezas.

Elaine también le gustaba a Petyr. Había iniciado una extraña dinámica; trabajaba un par de horas y después, jugaban. Ella tenía una personalidad un tanto extraña que parecía entretenerlo; ese empeño en parecer feroz mientras, al mismo tiempo, evitaba a toda costa hacerse notar, decidida a tener cuidado. Elaine era puro carácter; detalle que le habría resultado aburrido y estúpido, de no ser porque eran rasgos mezclados con la prudencia, la desconfianza y casi se atrevería a decir que la sensatez.

También lo entretenían sus ojos. No eran muy especiales, profundos o impresionantes. Pero había un ardor extraño danzando en ellos que, con el tiempo y las tardes frente al tablero, había conseguido apaciguar. Se consideraba a sí mismo un auténtico estratega y se sentía complacido al ver que, cuando cualquier otra persona que no fuera él (las chicas del burdel o el par de veces que Ned había ido a comprobar que todo seguía en su sitio) hablaba con ella, el fuego volvía a llamear.

— Creo que estáis siendo arrogante —comentó, pero su tono era desenfadado. No se sentía en peligro por su atrevimiento; Meñique tenía esa habilidad de parecer, al instante, amigo de todo el mundo. Le caía bien; en realidad, le caía mucho mejor de lo que pudo creer en un principio.

— ¿Lo creéis? —repitió, con voz suave. Meñique movió su reina en dirección diagonal y el movimiento fue tan decidido que apenas lo pensó dos minutos.

'¿Quién no presta atención ahora, Baelish?', pensó, triunfal.

— Se necesita algo más que un hombre interesante para hacerme perder —afirmó, casi divertida. Su desconfianza parecía haberse apagado momentáneamente, alentada por el disfrute de su partida.

— Oh, ¿te parezco interesante?

La bastarda decidió fingir no oírlo (ligeramente avergonzada ante el cumplido involuntario) y tras un instante de duda, movió su otro alfil una sola casilla.

Petyr Baelish miró por la ventana, observando que comenzaba a anochecer y se levantó resueltamente, dando por finalizada la partida.

— Veo que la derrota no os sienta bien — dijo ella, algo burlona, segura de que vencería en un par de movimientos.

No era muy sensato, rozar los límites de la cordialidad con su protector, pero, aunque la muchacha era prudente habitualmente, tenía más carácter del que podía resultar conveniente. Además, había algo extraño en él que inducía a su curiosidad y por ello quería alargar sus conversaciones.

Petyr se giró, serio y avanzando hacia ella. Entonces temió haber malinterpretado su confianza, pasarse de la raya u haberlo ofendido.

— Creo que estás siendo arrogante — usó sus propias palabras, apoyando una mano sobre la mesa y más cerca de ella. Sus inteligentes ojos ni siquiera miraron el tablero antes de tomar esa reina negra que hacía rato no paraba de mover.

Petyr estaba muy cerca de ella. Su comportamiento le recordaba al de un felino; elegante, sutil, calculado. Era un hombre curioso, sí, pero entendió que estaba jugando y por ello no retrocedió al sentirlo; en lugar de ello, permaneció estática, pero con postura relajada.

— ¿Eso creéis?

Meñique sonrió y dejó de girar la pieza entre sus dedos para dejarla sobre la mesa.

— Solo se me hace tarde — comentó. Acercó su rostro con una sola mano, suave y sin avisar y, estúpidamente, Elaine pensó que iba a besarla. Fue solo un segundo, pero su primer instinto fue entreabrir los labios... Pero Petyr se limitó a dejar un beso sobre su mejilla, en un gesto amistoso, casi fraternal. Su barba le hizo cosquillas en la piel y ella pudo sentir como toda la incredulidad e ironía con la que se atrevió a hablarle a él se evaporaba — Un placer jugar contigo, querida.

La forma en la que Petyr dijo "querida" hizo que se se le erizase el vello de la nuca. Entonces, entendió que él le atraía. De una manera sorprendentemente intensa, voraz, casi morbosa. Irónicamente, Meñique se percató de esto mucho antes que ella y precisamente por ello tuvo el descaro de besar su mejilla. Pero Elaine se contentó con entender que solo era debido a la cantidad de tiempo que pasaban juntos, y que ese gesto significaba que ahora eran amigos.

También se molestó consigo misma por haberlo malinterpretado. Después, lord Baelish salió por la puerta y, cuando se disponía a seguirlo, echó un último vistazo a las piezas.

Con una sonrisita de satisfacción, Petyr Baelish pudo ver claramente cómo los ojos de la bastarda se habrían con sorpresa al ver que la pieza (la reina que hace poco dejó distraídamente sobre el tablero) del lord había tumbado a su rey, ganando la partida. 

Sinsonte |Petyr Baelish|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora