ɪɪ- ¿ᴍᴇ ʟʟᴀᴍᴀꜱᴛᴇɪꜱ, ᴍɪ ꜱᴇñᴏʀ?

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Elaine estaba en los aposentos privados de Lord Baelish.

Bueno, quizá aposentos no era una manera adecuada de llamarlos, pues si bien pasaba una considerable cantidad de tiempo dentro, no pasaba las noches; sólo trabajaba en asuntos de aquel burdel y, según sospechaba, de los que poseía alrededor.

Cuando fue llamada, temió una vez más. Pero recordó las palabras de Ros, la mujer que le había explicado uno o dos "conceptos básicos" de aquel lugar.

"Petyr nunca se acuesta con sus putas, cariño. Puedes estar tranquila", fue lo que le dijo.

Lo cierto es que, si bien era mayor que ella, Petyr no le desagradó en absoluto. Le gustaba la elegancia de sus ropas y andares, y, si bien no habían conversado demasiado en los tres días que llevaba allí, lo poco que había podido escuchar no eran más que observaciones agudas, endulzadas con una amabilidad que no sabía si era muy real. Por no hablar de que, si bien no era especialmente alto, sus facciones eran indudablemente atractivas. Era cierto que había algo perturbador en sus ojos fríos, como si siempre supiese lo que dirías antes siquiera de abrir la boca, pero desde que dejó su casa solo encontró paranoias a su alrededor, así que no le dio, quizá, la importancia que merecía a esa cuestión.

Por otro lado, eso no significaba que quisiera perder su honra ni tomar semejante riesgo. Tan sólo le resultaba extremadamente interesante.

—Puedes tomar asiento —invitó tras saludarla, con esa falsa cortesía que lo caracterizaba, pero cuya gelidez era difícil de advertir para quienes no estaban acostumbrados a su presencia.

Dirigió sus ojos a él. Tenía un par de papeles sobre la mesa; amontonados, pero nunca desordenados. Ella había notado que, cuando estaba trabajando en el burdel, si bien sus ropas no eran tan ceñidas ni tan nuevas como las que llevaba cuando solo iba momentáneamente a ver si todo funcionaba como debía, seguían siendo finas y con cierta clase. Se había fijado lo bastante en él (no era ingenua ni estúpida; ese hombre la tenía a su cargo e informarse sobre él era lo más prudente que podía intentar) como para entender que sus intenciones eran algo difíciles de averiguar, si bien no tenía ni idea de los límites y matices que podían alcanzar sus mentiras y sutilezas, y había iniciado un pequeño juego privado en el cual intentaba adivinar qué cosas hacía lord Baelish por las apariencias y qué hacía sencillamente por disfrute personal.

Elaine tomó asiento en uno de los sofás, con aquel vaporoso y ligero vestido moviéndose suavemente ante sus gestos. Llevaba ropas de prostituta. En realidad, esto la avergonzaba tanto le ocurriría a cualquier otra joven (inclusive algo menos pues nunca tuvo una posición social muy alta, lo que la hacía valorar menos los modales) pero, al saber que estaría rodeada de mujeres igualmente vestidas y teniendo en cuenta que no tenía muchas más opciones, sencillamente le daba la menor importancia posible.

Ciertamente, prefería no recordarlo.

— ¿Me llamasteis, mi señor?

Lo cierto es que había pensado guardar silencio hasta que decidiera hablarle, pero sentía demasiada curiosidad y estaba demasiado inquieta todo el tiempo como para contenerse.

— Así es —levantó sus ojos de los documentos y soltó la pluma con la que escribía, mirándola — Las demás chicas lo notarán si no te ausentas. Pero nadie entra aquí mientras yo estoy, así que no te verán.

— ¿No se darán cuenta de que nos dejamos ver al mismo tiempo?

Petyr sonrió. Se preguntó si le agradaba que hubiese barajado esa posibilidad, o si la pregunta le parecía tan obvia que era una sonrisa divertida.

—Oh, lo harán.

Y volvió a tomar la pluma.

Eso la irritó. No lo estaba siguiendo y Meñique lo sabía, pero prefería esperar a que preguntase antes que explicárselo gratuitamente.

— ¿Y eso no es un problema, mi señor?

— Sea como sea, terminarán pensando que haces algo aquí. Parece poco probable que crean firmemente que estarás solo sentada en esa cama durante horas. Si hacen preguntas, no respondas. Pero no las harán.

Ella no respondió, sintiendo como se le erizaba el cabello de la nuca. No se había equivocado; Petyr no era estúpido. No le importaba mentir y casi parecía divertirlo que la imaginación de otras personas fueran siempre en la dirección que marcaba.

— Puedes leer un libro si lo deseas —añadió antes de seguir escribiendo.

— No sé leer —murmuró, observando la estantería.

Petyr se quedó en silencio y Elaine estaba segura de que él había supuesto su respuesta. Quizá solo quería asegurarse. Era consciente de que era mucho más vulnerable a cualquier engaño careciendo de una educación, pero no era su culpa.

Aún así, se incorporó y observó la estantería. Le gustaba cómo olían los libros, le gustaba observar su forma y por ella suponer su contenido. Le gustaba tomarlos en sus manos y fingir que era alguien.

Se preguntó qué clase de libros tendría Baelish en sus estanterías. No creía que tuviera novelas de nobles caballeros, e indudablemente tendría muchos libros útiles y prácticos, pero, ¿con qué disfrutaría? Se preguntó si le gustaría la poesía, pues era lo único que ella podía disfrutar gracias a quienes la recitaban o la cantaban en las calles.

Mientras cavilaba, lo miró de reojo, tratando de ser sutil, pero no funcionó. Él se dio cuenta rápido, sonrió y dejó sus labores nuevamente.

— ¿Ocurre algo?

No, no creía que la poesía fuese lo suyo. Sus dedos avanzaron por la estantería, topándose con un tablero con aspecto viejo y unas piezas toscamente talladas perfectamente ordenadas sobre la madera.

— Nada, mi señor —no quería interrumpirle aún más. Temía que se cansara de la poca tranquilidad que le proporcionaba y la echase fuera.

Petyr alzó una ceja.

— Me preguntaba...—se decidió, algo presionada ante su gesto — ¿Por qué tenéis un ajedrez, si nadie entra? —terminó preguntando, con voz curiosa.

Él se levantó resueltamente, caminando hacia los libros y mirando el tablero. No entendía muy bien por qué tenía el detalle de cederle su tiempo, aunque supuso que los negocios y el papeleo debían de ser muy aburridos.

— Nadie entra... Sin permiso —corrigió, afable — Los servicios que ofrezco los contrata gente cara y la gente cara a menudo finge disfrutar de juegos finos. A veces las cortesías con gente cara desembocan en posiciones caras. Por eso tengo un ajedrez, Elaine.

Se dio cuenta de que él era tan inteligente que casi la molestaba. Tan impoluto, no podía concebir una imagen de él cometiendo un solo error ni actuando sin pensar antes. Era meticuloso hasta un punto que, sumado a su capacidad para entender los pensamientos ajenos, resultaba sospechosamente retorcido.

Mierda, lo admiraba.

Elaine siempre había querido aprender a jugar, pues, como bien había dicho Meñique, era un juego fino. Pero esos eran placeres reservados para gente de otras posiciones, así que, al igual que con los libros, se había resignado a admitir que, sencillamente, eso no era para ella.

Lord Baelish casi pareció adivinar sus pensamientos. Sonrió una vez más, pero, esta vez, su mirada no era igual de burlona.

— ¿Te gustaría jugar conmigo, Elaine?

Sinsonte |Petyr Baelish|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora