ᴠɪ- ʟᴀꜱ ᴘᴜᴛᴀꜱ ɴᴏ ᴄʀᴇᴇᴍᴏꜱ ᴇɴ ʟᴏꜱ ᴅɪᴏꜱᴇꜱ.

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—Por... Por todos los dioses —exclamó.

Elaine no recordaba el nombre de aquel cliente. La había reclamado un par de veces, al parecer encantado con sus servicios. No le caía bien; hablaba demasiado y a menudo decía cosas sin sentido. Era estúpido y ruidoso.

—Las putas no creemos en los dioses, mi señor —replicó, con una sonrisa pícara y moviendo las caderas cuando consideró que lo tenía lo bastante adentro.

Muchas cosas habían pasado desde que se despertó llorando aquel día, temiendo ser atrapada. Ahora pasaba sus noches con desconocidos y sus mañanas con sus compañeras. Nunca terminó de llevarse bien con todas, quizá porque sus tardes las reservaba para Petyr y eso podía convertirla en una amenaza. En realidad, no podía quejarse. Gran parte de su horario lo pasaba junto al dueño de aquel burdel, hablando por horas.

Se movió un poco más sobre él. No recordaba su nombre, pero había algo que sí recordaba.

Elaine miró alrededor, sintiéndose expuesta y preguntándose por qué tenía tan mala suerte. Por aquel entonces, aún daba por hecho salir de aquel burdel. Aún creía que Ned estaría allí para llevarla lejos y que Petyr era tan encantador como cualquiera podría creer.

Habitualmente, cuando llegaban clientes ella no estaba disponible. Encontraba excusas tales como pasar tiempo con Petyr, bañarse o no estar en la sala. Pero Ros la había mandado con las demás chicas, no había pasado suficiente tiempo desde su último baño y Petyr no había llegado aún.

Ahora, un hombre bien vestido y con una mirada lasciva las evaluaba antes de elegir. Aquella era una humillación difícil de describir. Hacía que se sintiera inferior, vacía y usada.

En su interior, solo podía pensar 'que no me escoja a mí'.

¿Qué posibilidades había? Gran cantidad de chicas a sus costados lo observaban de manera mucho más insinuante. Elaine evitaba el contacto visual y ni siquiera sonreía.

El cliente paró frente a ella.

'Que no me escoja a mí, que no me escoja'.

Pero la escogió. Abrió la boca para replicar, pero no tenía una excusa válida.

Él la besó bruscamente, de forma húmeda y desagradable e hizo señas a las demás para que los dejasen solos.

Ella no lo apartó.

Bajó las manos hacia sus pecho y ella tampoco lo apartó. Le hacía daño, y no hizo ningún sonido más que quedarse quieta y mirarlo en silencio.

Entonces, dio un tirón a su fino vestido y finalmente lo empujó, incapaz de contenerse.

— Esperad —pidió.

Él la miró sonriente. Pensaba que trataba de jugar, así que se arrimó más a ella tratando de besarle de nuevo.

— No —replicó con firmeza. Él no la escuchaba; comenzaba a desvestirse a su antojo.

— Yo... Mi señor —pensó — Creo... Creo que sífilis —murmuró.

Entonces, sí le prestó atención. No parecía un hombre violento a simple vista, pero le dirigió una profunda mirada de hastío. Su expresión había cambiado con sorprendente rapidez.

— ¿Te atreves a mentirme, zorra?

Sintió la necesidad de pegarle, pero lo miró en silencio.

— Te he hecho una pregunta.

Si volvía a acercarse, lo patearía.

— Esa chica aún no está disponible —no podía recordar la última vez que oír la voz de alguien le proporcionó tanto alivio — Ha habido una equivocación. Acaba de llegar de Lys.

Elaine miró a Petyr entonces, que a su vez, observaba a Ros con reproche en sus ojos. No lo había oído entrar ni entendía como sabía que estaba allí, pero se lo agradecía profundamente.

— ¿Es por el pago? —inquirió él, enfadado por verse interrumpido — Pagaré el doble —gruñó.

En realidad, estaba segura d  que no la deseaba, ni con mucho, con tal intensidad. Sólo intentaba presumir de orgullo y dinero.

Meñique sonrió.

— Oh, no. Amigo mío, aún no ha sido probada. Es posible que tenga alguna enfermedad, pero si aún así queréis tomarla, adelante.

Ese comentario sonó muy conveniente con su propia excusa sobre la sífilis. Entonces, se preguntó cuánto tiempo llevaba escuchando.

Él la miró. Después miró a Meñique y volvió a mirarla a ella. Elaine sabía que rara vez eran tan cuidadosos en esos locales y que, de tener realmente alguna enfermedad, jamás se habría enterado, pero aparentemente, él no, pues volvió a gruñir y murmuró algo, girándose para elegir a otra.

La muchacha se apresuró en seguir a Petyr, orgullosa de conservar la calma.

— Gracias, mi señor —murmuró, caminando a su lado.

Sin embargo, sospechaba de sus intenciones. ¿Por qué hacerle semejante favor? ¿Quizá tenía miedo de la reacción de Ned? Lo dudaba. 

Él se dio cuenta de su desconfianza, y aunque sabía que no sentía tanta tranquilidad y alivio como aparentaba, apreció esa facilidad para mentir y le sonrió.

— No es molestia.

Lo cierto es que cavilaba sobre la utilidad de Elaine. Aquel rico señor había ido un par de veces a su burdel; había mirado a las chicas y, la mayoría de las veces, las había descartado a todas. Era un hombre extraño, en realidad. Extraño, caro y con unas influencias tentadoras. 

Ahora, ella lo entendía. En sus primeros días después de la muerte de Ned, comprendió que Petyr nunca pretendió ser su amigo; el amigo de nadie, en realidad. Petyr la protegió alguna vez porque le vio alguna utilidad, e independientemente de lo mucho que congeniasen o no, la seguía manteniendo a su lado porque aún le venía bien.

No le importaba. Ella no necesitaba amigos tampoco. Necesitaba aprender.

Y tenía a su lado al mejor maestro.

Y era su favorita. Además, por algún motivo, Meñique siempre daba los peores trabajos a otras que no fueran ella. Lo sabía e, incluso, se enorgullecía de aquello, pero por encima de todo, lo apreciaba. Lo apreciaba de una forma cálida y quizás algo insensata, pero se arrepintió de haberlo sentido cerca alguna vez. Había sido un sentimiento estúpido.

El hombre abrió la boca, pero antes de responder, gimió en voz alta y sintió cómo se venía en su interior. Quiso vomitar, empujarlo y marcharse, pero como siempre, se contuvo. Con el tiempo se había acostumbrado. Él salió de su interior, besándola de una manera que pretendía ser dulce, pero que en realidad fue húmeda e incómoda. La joven sonrió, incorporándose y alejándose de él con disimulo. Cuando volvió a ella reclamando más, lo detuvo con una mano sin perder la sonrisa.

— Solo has pagado una hora. Si deseas más, deberás consultarlo.

Él suspiró con fastidio, poniéndose la ropa con desparpajo y de muchísimo peor humor que hasta hace unos minutos.

Elaine ni siquiera se molestó en vestirse, pues en Desembarco del Rey nunca hacía bastante frío.

Lo siguió con los coquetos y gráciles andares que había aprendido a imitar hasta la salida. Sabía que no había traído más dinero y eso la alegraba profundamente, porque estaba demasiado cansada para trabajar más ese día. Le sonrió durante todo el pasillo y continuó sonriendo hasta el mismo momento en que cerró la puerta en sus narices.

Sí, habían cambiado muchas cosas.

Sinsonte |Petyr Baelish|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora