xɪᴠ- ʏᴏ ꜱɪ ᴇꜱᴛᴏʏ.

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Elaine acarició el oscuro cabello de Petyr. El azabache había ido a su habitación aquel día. Pensó que, quizás, buscaba sexo y estaba bien con eso. Cuando no inició ese tipo de contacto, creyó que quería hablar, porque ambos eran buenos conversadores y solían disfrutar de las charlas del otro. O al menos eso le gustaba pensar.

Pero no. Daba igual lo que hiciera o lo mucho que lo estudiara, jamás podría entenderlo, jamás podría verlo venir. Porque Petyr estaba tumbado boca arriba, con la cabeza apoyada en su vientre y sus grises ojos cerrados. No le había explicado nada, pero notaba un extraño aura de tristeza y melancolía envolviendolo. Y eso, por mucho que intentara fingir lo contrario, le encogía el corazón. Así que lo trataba con toda la delicadeza del mundo, esperando que se abriera tarde o temprano.

Pero, tras un largo rato, decidió preguntar. Tenía una mente algo inquieta y, la verdad, solo era paciente si se veía obligada a ello.

— ¿Ocurre algo?

Petyr tardó unos segundos en separar sus párpados, clavando su mirada en ella. Después, tal y como había pensado, no le dio una respuesta directa.

— ¿Qué piensas? — inquirió, con ese matiz burlón en la voz al cual ya se había acostumbrado— Quiero...— suspiró, cerrando sus ojos de nuevo— Oír tus teorías.

Ella suspiró pesadamente. Vaya, quizás había estado exagerando. No parecía tan destrozado como supuso, no si podía hacer comentarios así.

— No tengo ni idea, Petyr — dijo sin más.

— Vaya, ¿ni siquiera vas a intentarlo? Estoy... Decepcionado — bromeó, amable, pero serio aún.

Ella bufó. Normalmente no era tan malhumorada, pero se había preocupado sinceramente y no quería dar rodeos, quería una respuesta útil y sincera... Aunque, pensándolo mejor, quizá no era el hombre más adecuado para darle eso.

No volvió a insistir, solo se lo quedó mirando con fijeza, paciente. Esperando una respuesta.

Y entonces sonrió. Era una sonrisa extraña, e incluso un poco cínica. Era una expresión dolida y muy amarga.

— Cat.

Lo había dicho. Había dicho su nombre otra vez.

Él era tan egoísta. ¿Acaso no sabía lo mucho que le dañaba? Sí que lo sabía. Entonces, ¿por qué se atrevía a acudir a ella al entristecerse por recordar a esa mujer? ¿No podía hacerlo con otra persona? ¿No podía desahogarse de cualquier otra forma...?

Entendió que no. Que no tenía a nadie más. Que aquel frío hombre se empeñaba tanto en separarse de sus emociones que se había quedado solo. Al completo. Era un poco enfermizo sentirse así, lo sabía, pero de todas formas no pudo evitar disfrutar de la idea de ser única para él, de una forma u otra.

Por supuesto, eso no quería decir que no lo pasase mal cuando iba a hablarle de ella. De aquella mujer. Y estaba dispuesta a cortar eso de raíz, a pedirle que se fuera a sufrir a otra parte, porque no quería que lo repitiera. A dejarlo solo, porque le hacía daño.

Hasta que lo miró otra vez. Y vio sus ojos cristalizados. Y ver a Petyr Baelish a punto de llorar, fue una visión tan confusa, anormal y enternecedora al mismo tiempo, que solo quiso estrecharlo contra ella y no volver a soltarlo nunca.

— Ya no está — aclaró, con voz ronca y rasposa.

No, Petyr no había presenciado la llamada boda roja. Y quizá eso era lo peor. Cuando le llegó la noticia, su brillante mente había reproducido escenas grotescas una y otra vez, cada cual peor que la anterior. Se imaginaba a Catelyn muriendo de la forma más dolorosa posible. Se la imaginaba viendo cómo masacraban a su gente y a su hijo, la imaginaba de rodillas y suplicando, la imaginaba tumbada en el suelo, sangrando y con sus ojos abiertos y carentes de vida. Y se imaginaba cómo hubiera sido todo si las cosas hubieran tomado otro ritmo. Se imaginaba cómo sería si se hubiera quedado con él y no con Ned.

No es que estuviera exactamente enamorado de Cat, más bien de su recuerdo. De lo que podrían haber sido. Aquella imagen, aquel deseo, lo había acompañado durante años. Y ahora no quedaba nada de él.

Elaine se fijó en que Petyr ni siquiera pretendía parecer sereno. No estaba intentando permanecer frío, estable o coherente. No sabía si pretendía algo con aquel comportamiento, no sabía si pretendía darle pena, o ganarse su cariño. No lo sabía, porque con él nunca era fácil saberlo.

Pero algo tenía claro. Esa lágrima que acababa de resbalar por su rostro era completamente real. Y ella no quería volver a verlo llorar.

— Yo sí estoy, Petyr — prometió, poniendo una mano en su rostro para limpiar esa única lágrima con su pulgar — Yo sí estoy.

Sinsonte |Petyr Baelish|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora