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—A ver, calmaros que no quiero destrozos en mí hogar, ¿vale? —advertió Sabela mientras abría la puerta del apartamento

—Hostia, ¡que guapo! —exclamó María viendo el lugar

—Mira, Marta, ¡ven a ver esto! —gritó Natalia mientras pasaba por mi lado arrastrando a Marta del brazo

—Parece una niña con un juguete nuevo, ¿no? —me preguntó Sabela— Tiene una especie de estudio y es muy fan de él.

—¿Estudio en plan lugar de trabajo?

—Lo siento, olvidé que tu no la conoces. Es un estudio de música. Aquí a las tres nos gusta mucho todo lo relacionado con las maravillosas melodías de la vida. —explicó— Supongo que por eso será lo que te comenté sobre las canciones hace un rato.

—¿En serio? Pues genial, porque a nosotras también nos gusta mucho, de hecho tenemos una conga semanal en el departamento, y la lidera tu querida amiga de la infancia.

—¿Conga semanal?—preguntó Julia— Yo quiero, que aquí Natalia y yo somos prisioneras de la meditación.

—¿Meditación? —pregunté confundida

—Oye, que nadie las obliga. —se defendió Sabela— Bueno, yo sí, pero no sois "prisioneras". Lo pasáis bien.

—Que curioso que nunca nos hayas preguntado y aún así lo afirmes...

—Calla. Yo sé que sí.

—Alba, tía, tienes que ver esto. —me llamó Marta apareciendo desde un pasillo— Es increíble.

Otra niña pequeña más.

Una vez que entré en la habitación, entendí la emoción de Marta. Era un pequeño estudio de música bastante improvisado pero precioso.

—¿A qué está to' guapo?

—Ya ves. —contesté mientras seguía admirando el lugar

—Como os gusta dejarme sola, ¿eh? A ver si alguna vez– hostia, que guapo.

—Perdona, Mari. Es que nos distrajo esta maravilla.

—Deberíamos tener algo así en casa, ¿no?

—¿A vosotras también os gusta la música? —preguntó Natalia emocionada

—Pues claro, ¿a quién no? Tendrías que escuchar cantar a la señorita Alba Reche aquí presente.

—Mari, no es para tanto.

—Que no es para tanto, dice.

—Luego yo te mando un vídeo de ella cantando si quieres. —le dijo Marta

—¡Marta!— la reproché más avergonzada de lo que ya estaba— Hay algo llamado consentimiento, ¿sabes?

—Pero si Nataliuca es de confianza.

—Te creo, pero aún así no la conozco de nada. Y no es por ella, se supone que antes de mandarle algo mío a cualquiera deberías preguntarme antes.

—Tranquila, Alba. Si me manda algo sin tu permiso lo borro. Igualmente ya habrá alguna oportunidad en la que te pueda escuchar cantar en persona, ¿no? —preguntó la más alta con una sonrisa burlona

¿¿¿¿????

No pude evitar la risa nerviosa que se me escapó.

—¿Qué?

—Que igual en algún momento se da la situación, no sé. Si nos juntamos todas otra vez o algo. —comentó con inocencia, levantando los hombros y haciendo como si no hubiera utilizado el tono anterior

—Ah, ya, claro.

—Pues ya te digo yo que que vamos a encontrar. Que ahora que he encontrado a Sabela y a Nataliuca otra vez no las pienso perder de nuevo.

—¿Esta vez si soy parte del grupo? —preguntó María fingiendo estar enfadada

—Que sí, illa, que nos tenemos que volver a juntar las seis.

—Por mí perfecto pero sinceramente no me molestaría que fuese un arreglo más organizado... —comenté

—Ya, yo estoy de acuerdo con Alba. —agregó Sabela, mientras se adentraba en la pequeña habitación— Veo que las has hechizado con tu pequeño espacio, ¿eh? Que con Julia nos quedamos esperando a que volvieseis, pero empecé a sospechar que no iba a pasar.

—Perdona, Sabeliña, es que esto es mágico, ¿sabes? Un sueño. —explico Marta

—Lo sé, lo sé. Suele tener ese efecto. Pero bueno, venía a deciros que con Julia decidimos preguntaros que si la queréis quedar, ya que es tarde y no creo vayamos a poder sacar a Marta de aquí.

—En eso tienes toda la razón. —admitió Marta— A mi personalmente me parece una idea fantástica.

—Vale, a ver. Suponiendo que nos quedamos, ¿cómo nos distribuimos? O sea, no conozco el lugar pero siendo que seríamos el doble de personas igual no entramos.

—Mari tiene razón, aunque no quiero molestar, así que creo que yo no me quedo.

—No, Alba, Alba, escúchame. —se apresuró Marta— Tienes que quedarte, por favor. Por favor, por favor, por favor.

—A ver, mamarrachada. —habló Julia, finalmente apareciendo en el marco de la puerta— Os vais a quedar y nos las vamos a apañar todas con lo que encontremos para acomodarnos en el comedor, ¿vale? Vale.

Y dicho eso, desapareció por dónde había entrado.

—Pues... entonces supongo que vale, ¿no? —preguntó María levantando los hombros

—Vale. —contestamos todas con una risa confusa

Psicología de la MúsicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora