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Un ruido que me pareció vidrio rompiéndose me despertó de golpe. Tardé unos segundos en recordar dónde estaba, y cuando lo hice, me dirigí hacía a dónde el día anterior había visto que se encontraba la cocina.

—¿Natalia? —pregunté cuando entré y la vi de espaldas agachada en el piso— ¿Estás bien?

—Ay, Alba. Que susto. —se levantó de golpe con la mano en el pecho— Si, yo estoy bien, pero mí vaso no. —continuó, señalando los pedazos de cristal en el suelo

—¿Pero no te cortaste ni nada?

—No, no. El vaso fue el único herido. —de repente su expresión cambió repentinamente— Te he despertado, ¿no?

—Si, pero no pasa nada.

—Joder, lo siento. ¿He despertado a alguien más?

Ambas nos asomamos para ver hacia el comedor, en el cual no había signos de actividad alguna.

—Parece que no. Solo tú y yo.

—¿Quieres desayunar? Puedo cocinar unas crêpes o algo, así de paso me entretengo. Y si quieres me ayudas, claro. Pero no te voy a obligar.

—Me encantaría, pero tengo que avisarte que soy intolerante a la lactosa.

—Joder, no tenemos leche sin lactosa. —cogió el móvil y se fijó la hora— son casi las seis, si esperamos un rato igual algún negocio abre y podemos ir a comprar.

—Te recuerdo que es un domingo, así que no sé cuántos negocios van a abrir. Pero no importa, cocinemos igual y ya luego veo que hago.

—¿No tienes sueño? Porque si quieres puedes volver a la cama, no me molesta.

—No, soy de esas personas que una vez que se levantan ya no se pueden dormir.

—Entonces lo siento aún más, te he arruinado el sueño.

—Al menos hiciste que me levante temprano. ¿Tú no tienes sueño?

—Yo si, pero no voy a dejarte siendo la única despierta. Además, no estás en tu casa, así que creo que no tendrías mucho para hacer... salvo que eso no te importe y empieces a usar nuestras cosas.

—Pues no, resulta que respeto mucho la privacidad, así que no haría mucho. —comenté divertida—Pero si quieres ve a dormir, eh, que no me molesta.

—Que va, prefiero quedarme hablando.

—Hablemos, entonces. ¿De qué conoces a Marta?

—De... toda la vida. Bueno no, pero íbamos al instituto juntas, así que desde que éramos unas crías, casi. ¿Y tú?

—Yo gracias a la Mari. Ellas dos vivían juntas cuando María me ofreció vivir con ella. Y bueno, cuando ya la conocía no podría negarme a vivir con ella.

—Ya, debe ser divertidísimo.

—La verdad es que sí. ¿A Sabela también la conocéis del instituto?

—No, era nuestra vecina. Nuestras familias vivían casi al lado y nos cruzábamos a Sabela cuando paseaba a Lolo, su perro —aclaró por las dudas— y ya sabes cómo es Marta, así que puedes hacerte una idea de cómo es el resto de la historia.

—Marta se encariñó con el perro y por ende con Sabela, ¿no? —asintió con una sonrisa en respuesta— O sea que la conocéis desde su época en el instituto pero no la conocéis del instituto.

—Exacto.

—Pero espera, ¿Sabela tiene perro?

—Sí, pero ahora está con su novio. Si venís otra vez igual algún día lo conocéis.

—¿Al perro o al novio?

—Al perro. A Sabela no le gusta traer a su novio aquí. Pero al novio que igual si conocéis es a Carlos, el de Julia.

—¿Y tú no tienes? —pregunté curiosa

Es la única que faltaba, tiene sentido que pregunte. Así que no podéis decirme nada.

—No, no. —contestó negando con la cabeza— Yo estoy solica.

—Pues si venís vosotras al nuestro igual conocéis a Pablo o Paco. ¿Conoces a Paco? Digo, ya que que conoces a Marta...

—¿Marta está con Paco? Que zorra, no me ha dicho nada.

—¿Y de qué le conoces entonces?

—También iba a nuestro instituto.

—Pues mira, tenemos más gente en común de la que creí. Ah, y si venís y llegáis a cruzaros a Pablo, el novio de la Mari—aclaré de la misma forma que ella había hecho antes— pedidnos tapones para los oídos a mí o a Marta, porque los vais a necesitar.

—¿Para tanto?

—Te lo prometo.

—¿Y tú no tienes novio? Digo, nombraste a los de Marta y María pero de ti no dijiste nada.

—Nop, estoy sola. Las dos estamos solteras y vivimos con dos personas que tienen pareja, que triste. Tendremos que conseguirnos novios. —bromeé

—Si... yo de eso no sé. —murmuró por lo bajo

—¿A qué te refieres? —pregunté frunciendo el ceño

—¿Qué? —preguntó con cara de pánico, seguramente pensando que no la había oído

—Dijiste que de eso tu no sabes... ¿A qué te referías?

—A que... no es muy probable que yo tenga novio.

—Ya, eso lo capté. Pero preguntaba que por qué. O sea, puede ser porque no quieres una relación, porque te van las tías... yo que sé. —justo cuando terminé de decirlo me di cuenta de lo personal que había sido la pregunta— Si no quieres no me digas, eh. —avisé

—Eso, que... igual necesitamos novias. Es decir, yo, por lo menos. O bueno, no sé si tú... O sea lo primero no, aunque igual...

No pude evitar reírme ante su nerviosismo.

Encima de mona, bollera. Es perfecta.

—Respira, Natalia. No pasa nada. Igual yo también necesito novia, no lo sé.

—¿Tú también...? —preguntó con un gesto, haciéndome entender a que se refería

—Sí. —contesté segura— Aunque también me van los tíos.

—No, si a mí también. —aseguró rápidamente— Solo que... menos.

Pues a mí eso me ha sonado a que está intentado convencerse más a ella misma que a mí.

Bueno, bollera a medias igual cuenta.

—Buenos días. —murmuró Sabela, quien juzgando por sus apariencias, acababa de despertarse

—Buen día. —contestamos al unísono

—¿Lleváis mucho despiertas?

—No sé que hora es... —contesté antes de agarrar el móvil de Natalia para fijarme— Hala, pues ya ha pasado un hora. Son casi las siete.

—¿Crees que Damion y África han abierto ya? —le preguntó Natalia a Sabela

—¿Antes de las siete? No. Pero ya sabes lo que dice Afri.

Sin que ninguna dijera nada más que eso, parecieron entenderse. Natalia cogió su móvil y marcó un número.

—Juro que si no me contest– Afri, buen día, guapa. Escúchame, necesito hacer una compra matutina, ¿crees que hay forma de que...? Vale, gracias. Ahora te veo.

—¿Y eso? —pregunté una vez que cortó la llamada

—Vamos a por tu leche sin lactosa.

Psicología de la MúsicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora