ocho

3.2K 483 140
                                    

—Tú no eres mi alfa.

—No, no lo soy —respondió, miró sus uñas con sumo interés. La mañana había sido caótica, entre el servicio médico al Omega que Ivar salvó y los gastos que aquellos dos alfas bastante dinero se fue del capital. Ni hablar de la mala fama que su cotidiano valuado a dos billones de dólares se había ganado.

Se sentía un poco molesto, tal vez irritado, le dolía un poco la cabeza y sentía cierta incomodidad en el pecho. El solo hecho de tener a Ivar frente suyo, ahí, de pie en medio de su despacho le causó un nudo en el estómago. Suspiró, tratando de relajar su pulso, su corazón, su respiración, su todo. Los ojos de Ivar estaban grandes, distintos, tenía una venda blanca rodeando su cuello y el moretón sobre su mejilla estaba desapareciendo con rapidez. Lo miró, su rostro serio, sus ojos azules claros y sus abundantes pestañas estaban delicadas, bonitas, le gustó ver sus clavículas, la ropa holgada que traía. El enojo que sentía por sus malditos receptores, por los estúpidos gustos de Henry Weston y las capacidades de Ivar lo tenían con las pelotas al plato. Pero no podía negar el deseo que sentía por tenerlo, por meterse entre sus piernas y que toda su puta cabeza se adecue a sus gustos, a sus putos deseos. Lo mejor de todo esto era que Ivar podía aguantar el sexo duro, podía aguantar orgías, y lo mejor de todo era que no se tenía que preocupar por los cachorros. Por cuidarse, por nada. Verdaderamente deseó que se quitara la maldita ropa y le pusiera el culo frente a él.

—No soy tu alfa —repitió y se levantó de su asiento, relajó un poco los músculos, tensos, y lentamente se acercó al Cotidiano—. Pero yo te compré.

Ivar lo miró directamente a los ojos, le incomodó el hecho de que no se volviera, que no bajara la cabeza. Sintió su respiración serena, y miró sus labios rosáceos. El alfa empezó a liberar feromonas.

Yo te compré —habló y sintió que su piel se erizaba, la voz de Ivar salió gruesa, distinta, lentamente sus feromonas se volvieron más fuertes. Era un Cotidiano, un Omega artificial. César frunció el ceño y se mordió la mejilla interna de la boca—. Te gusta dominar. Dominar con tus feromonas, y tu presencia.

—¿Y?

—Te excita el hecho de saber que me compraste a pesar de no ser tu Cotidiano. Que no sepa nada de ti —comentó—. Cuando una madre tiene a su cría existe una conexión entre ellos, bastante fuerte que dura alrededor de tres años. Para el cachorro su madre lo es todo, la ve en su padre, quien se vuelve como una madre sustituta, porque no es la real. Los Cotidianos tenemos ese tipo de conexión con nuestros alfas, desde nuestra creación hasta nuestra muerte. No es romántica, solo... Sabemos que fuimos creados a partir de ellos, es lo primero que sentimos, nuestros cuerpos reaccionan más, es todo.

—Es un concepto bastante bizarro —criticó.

—A lo que voy es que yo no tengo esa conexión contigo —Ivar pestañó—. No sentiré amor por ti, porque no fui programado para ello.

—Los Cotidianos no sienten amor, Ivar. Eso lo sé.

El chico frente a él lo miró, intenso, sus ojos azules se volvieron un poco oscuros, rápido, sombrío.

—Fuiste creado para llenar un vacío —César ladeó la cabeza, levantó una mano y acarició los rizos negros de aquél—. Creí que los Cotidianos sabían eso.

—¿Y cuál es tu vacío? —preguntó. César sonrió, y se mordió el labio a pesar de que Ivar lo miraba seriamente.

—Quiero dominarte —confesó, Ivar apartó la mirada de repente—. Quiero que seas todo para mí.

—Seré todo para ti.

—No quiero que seas el Omega de Alemania. Quiero que seas el Omega de este lugar, aquí, que cuides de los tuyos, que seas parte de aquí.

Cotidiano IvarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora