trece

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—Dijiste que tú no obligabas

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—Dijiste que tú no obligabas.

—No te estoy obligando. Te estoy contando.

Ivar frunció el ceño y se echó unos pasos atrás. De repente su cabeza dolía, atrás, como también la venda sobre su cuello. Sus ojos azules viajaron a sus manos, a las prendas suaves, distintas que Julián le había dado aquella tarde. No supo si el reciente descontento era por la noticia de que un alfa quería comprarlo y que debía estar allí porque se relacionaba con Henry Weston. No sabía si era eso o por el aroma extremadamente dulce que embriagaba ese lugar. El Cotidiano juntó sus piernas, mirando los ojos negros del Alfa delante suyo, podía sentir ese aroma por todo su cuerpo, por sus manos, su cuello. La mirada de Ivar se dilató un poco y su rostro se puso pálido, lentamente sus orbes bajaron a la entrepierna del Alfa. Lo sentía más fuerte ahí. Era vainilla, fuerte vainilla.

Sintió un cosquilleo por todo su cuerpo, por sus receptores, su piel se erizó y suavemente frotó sus brazos ante las nuevas sensaciones. Ivar se encogió de hombros cuando César le indicó que se acercara a su escritorio.

—Su nombre es Nicholas Nielsen, fue guardaespaldas de Henry Weston hacia algunos años y ahora forma parte de la milicia alemana —el Alfa extendió una fotografía. Ivar la tomó, y sus ojos azules chocaron con otros claros, tenía una mirada extraña, fuerte, a simple vista, en una simple fotografía, parecía ser un hombre grande. Ivar sintió dolor de cabeza, sus dedos empezaron a picar y volvió a llevar una mano a su cuello. Rápidamente sintió la de César sobre la suya—. No te toques, te lo vas a irritar.

—No puedo... Reconocerlo —murmuró. El Cotidiano miró todo rasgo facial, las manos, el cuello, el dolor de cabeza se extendió con furia, hasta su nuca, y apretó los dientes. El malestar lo chocó con fuerza cuando intentó recordar si sabía algo de él. Pero Ivar sintió su cabeza vacía—. No puedo.

—Tal vez es la memoria —habló César y se acercó a su cuello. Ivar bajó la mirada y se apoyó contra el escritorio cuando sintió que el alfa le desabrochaba el collar y le hacía a un lado la venda. Los ojos negros de César se clavaron en la herida, cicatrizando. Estaba rojiza—. Está roja. ¿La tocaste, verdad? Te dije que no lo hicieras, te duele la cabeza porque se está moldeando a tí. Debes calmarte.

—¿Moldeando...? —Ivar cerró los ojos, sintió la piel fría de los dedos del alfa sobre su cuello cuando volvió a cubrir su cicatriz. El Cotidiano volvió a mirar la fotografía. El guardaespaldas de Henry Weston quería comprarlo, quería pasar una noche con él—. ¿Cómo se supone que... Que le quitaré información?

—Nosotros nos ocupamos de eso, Ivar —habló César, los ojos azules del Cotidiano se levantaron justo cuando alguien entró a la oficina. Ivar sintió el choque de aromas, suaves, fuertes, neutros. Pudo sentir feromonas puras y otras artificiales. Ivar se encogió cuando sintió unos brazos delgados y unas manos pequeñas abrazando su pecho.

—¡Lo harás bien Ojos tristes! —el Cotidiano se volvió y observó unos ojitos risueños y brillantes, mieles, la sonrisa del pequeño Omega le hizo recordar lo que pasó aquella vez en su habitación—. ¿Sigues molesto por lo de la otra vez?

Cotidiano IvarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora