diecinueve

1.5K 239 44
                                    

La casa de las praderas parecía la escenografía de una película ambientada al siglo diecinueve. Ismael se encogió de hombros y bajó del auto, las hojas cayeron con suavidad al suelo y el sol se apoyaba tibio y cálido sobre su rostro. Era una gran morada de madera, techo azul y paredes blancas. Le sorprendió que Ignacio alquilara tal lugar, aunque a decir verdad era tal como le gustaba; silenciosos y vacíos. 

Ismael caminó con cuidado por el suelo de tierra, se oía el silbido del viento y el aroma puro lo envolvía y lo llevaba por completo a una tranquilidad neta. Era un lugar bellísimo, distante de la ciudad y único para olvidar los problemas de afuera. Sin embargo, sintió un pequeño calor sobre la nuca, trató de olisquear el aire pero no sintió nada más que el aroma a los árboles y el pasto húmedo. Había flores silvestres por todas partes, le gustó el aroma que desprendían.

Cuando pisó las tablas de la entrada se escuchó el crujir de la vieja casona. Tan silenciosa y antigua que Ismael sonrió, aquel estilo era muy de Ignacio. Golpeó la puerta suavemente. Nadie le atendió. La abrió por completo y notó el suelo de madera lustrado, había un gran reloj ruidoso a cada segundo y los muebles barnizados estaban cubiertos de cuadros de naturaleza muerta. Había olor a lavanda, Ismael llamó a Ignacio con cuidado, se quitó los zapatos por las dudas, a Ignacio no le gustaba la mugre de afuera.

Volvió a llamarlo y recorrió la sala y después la cocina. Todo estaba sumamente ordenado, Ismael observó la tarta de arándanos que esperaba lista sobre la mesada de la cocina. En un principio le pareció sospechoso verla solita, sus ojos se desviaron a la heladera y la abrió con cuidado. Dentro había una variedad exclusiva de postres llamativos. Desde el más fino chocolate a los cítricos más coloridos. El Cotidiano sintió dolor de estómago cuando lo pensó, Ignacio solía preparar cosas dulces cuando trataba de controlarse. Tal vez la casa era muy solitaria, Inglaterra no guardaba buenos recuerdos para él ni tampoco lo hacía su lejanía de casa. Ismael cerró la puerta de la heladera y volvió a llamarlo.

Esta vez pudo oír un ruido. Su oído se agudizó y guardó la respiración por unos segundos. Ismael volvió la mirada arriba y escuchó tiernos pasos lentos. Se quedó callado, no podía sentir el aroma de Ignacio. Lentamente subió las escaleras, el rostro de Ismael se fue frunciendo y sus ojos se dilataron cuando volvieron a escuchar ruidos más fuertes. Entró con rapidez a la primera habitación que lo puso alerta, su corazón retumbó contra su pecho con fuerza cuando observó a Ignacio con las manos cubiertas de sangre. Su carita morena se alzó y sus ojos negros siguieron tan normales como siempre.

—¡¿De dónde salió toda esa sangre?! —gritó y su mirada bajó a la cama. Ahí estaba recostado Ivar, sus rizos despeinados decoraban su rostro pecoso. Sobre la cama había un centenar de libros abiertos, por el suelo también, el Omega encontró botellas de alcohol, gasas usadas, y un montón de botellitas de cristal de origen dudoso.  Ismael enrojeció al instante cuando escuchó la voz de Ignacio.

—Me corté —el Cotidiano levantó el brazo, el castaño retrocedió cuando observó el torbellino de sangre que goteaba de la mano de Ignacio y él como si nada. Rápidamente lo agarró de la mano como a un niño y lo cubrió con su palma. Su corazón se aceleró y le gritó desesperado, volvió la mirada al baño y lo arrastró hasta él. El rostro de Ismael estaba rojo mientras que Ignacio perdía su mirada en los bonitos azulejos verde agua que decoraba aquel estrecho baño—. No sabía que ibas a venir. La señal aquí no es muy buena.

—¡¿En qué estabas pensado?! —gritó y volvió la mirada a la habitación, Ismael observó los libros de medicina y sus ojos dilatados y grandes se volvieron enojados al Cotidiano, siquiera sé percató que seguía teniendo el bisturí en la otra mano—. ¡¿Sabes lo peligroso que es usar ese material?!

—Estuve leyendo algo sobre medicina, he aprendido a suturar bananas —Ignacio sonrió—. Practiqué con frutas, soy muy bueno —Ismael bajó la mirada al corte en su palma. La piel se había levantado como una tapita. Trató de acomodarla con manos temblorosas al borde del llanto. Ignacio se la arrebató—. No te preocupes, sabes que mis nervios están muertos.

Cotidiano IvarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora