Salir a comprar nunca fue tan complicado... (Día #6)

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Desde aquel mítico domingo, NO salí de mi casa por ningún motivo dado el decreto supremo de que solo podía salir una persona por hogar para hacer las compras de vital importancia (comida, utensilios de limpieza o de cocina, etc). 

El que solía salir siempre era mi tío Richard (hermano menor de mi papá), el cual solía ser responsable con nuestro comer diario. Y digo "solía"  ya que a veces se le escapaba dicha tarea de traernos algo que comer. 

Pero bueno, no lo juzgo, a veces el trabajo (entre otros asuntos suyos) lo tenían algo distraído.

Después de todo, ya era un chico grande. Ya casi rozo los 18 años de edad. Muy pronto seré mayor de edad, y podré hacer muchísimas cosas más de forma independiente.

Y comprar a la tienda, pues... no es algo muy difícil que digamos. Además, si quería comer algo, tenía que... no... DEBÍA comprar alimentos para mi consumo (y el de mi familia). Ya no quería poner más excusas. Ya no más. La flojera debía irse de una vez.

En esas estaba. Ya eran las 6pm; muy pronto sería ya toque de queda (entre las 8pm y las 5am), que básicamente es la orden presidencial de que no salgamos de casa durante aquel intervalo de tiempo y así evitar la propagación masiva del virus, dicho sea de paso.

Ni bien anoté mi lista, me despedí de mi abuelito. Mi querido tata Pedrito. Ya estaba ancianito mi tata. Él resolvió hacerme una venia con su mano, y con aquel gesto sentí que me quiso decir un "¡Cuídate mucho hijito!". Con la misma cordialidad (y con los ojos semi empapados), me despedí de mi tata, quién me decía adiós como si fuera yo a la mismísima guerra a luchar por nuestra patria.

Sí, prácticamente algo así era. Nunca me había despedido tanto así de mi tata solo por IR A COMPRAR A LA TIENDA. Era algo insólito. Pero bueno. Digamos que la situación lo "ameritaba". Jejeje.

Pasado ello, salí a la calle, no sin antes cargar conmigo mi mascarilla personal para protegerme aquel mítico enemigo microscópico (el corona). 

Cuando salí me sentí raro. Era de las primeras veces, por no decir la primera vez, que veía a la gente (la poca que había en las calles) usar también estas mascarillas.

Y allí estaba yo. Caminando en medio de la nada. Como ya te dije, había no mucha gente por los alrededores. Mis oídos no pudieron percibir las risas de los niños que siempre a esas horas andaban con sus madres por el parque ni mucho menos los escandalosos chirridos de las mototaxis que barloventeaban por las calles en un vaivén sin fin.

Lo único que pude lograr oír fue el nada bullicioso sonido del ambiente. Un sonido que ni siquiera podía clasificarse como tal simple y llanamente porque no se escuchaba nada más que el algo fresco viento, y una que otra charla (casi en susurros) de la gente.

Estando aún anonadado ante semejante espectáculo, y moviendo mi cabeza de lado a lado sin poder ocultar mi desconcierto, pude notar que la mayoría de las tiendas estaban CERRADAS. Tan solo una que otra tienda había, digamos, abierto sus puertas. Y digo "digamos" ya que estas casi en su totalidad habían colocado una cinta adhesiva roja entre ellos (los vendedores) y nosotros (los clientes), como diciendo "De aquí no puedes pasar", hecho por el cual teníamos prácticamente que gritar para que el vendedor nos escuche.

Es más, no solo había una línea separadora entre los dueños de la tienda y nosotros, sino que los comensales también manteníamos cierta distancia entre nosotros. Por lo menos 1 metro según mis cálculos y la mayoría de nosotros llevábamos mascarillas ( y los que no, pues... eran imprudentes. O algo así.)

Y tras una larga espera. ¡Al fin! Era mi turno. Le pedí a la señorita de la panadería (fui a esa tienda) que me diera lo que necesitaba (pan, huevo, leche, yogurt, etc). 

No obstante, aunque sí pudo entender lo que quería comprar, tengo que admitir que fue algo complicado que lo hiciera.

De por sí, te cuento, yo hablo algo bajito, pero si a eso le sumas una mascarilla tapando mi boca, pues... jajaja. Ya te imaginarás. pero bueno, al final, gracias a Dios, todo salió bien y pude comprar todo lo que requería.

Así, con las mismas, me encaminé de regreso a mi casa, repitiendo desconcertado aquel mismo movimiento de cabeza que hice al salir de mi hogar, mirando cuanto tenía al frente desde un extremo al otro.

Un adolescente en cuarentena (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora