Prólogo

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Desde el comienzo de la vida en el universo, el destino siempre ha estado allí para guiar las acciones tanto de los mortales como de los seres divinos

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Desde el comienzo de la vida en el universo, el destino siempre ha estado allí para guiar las acciones tanto de los mortales como de los seres divinos. Todos creyendo que el destino tan solo fluye en una dirección incorregible.

Los dioses, en la víspera de su reinado sobre todas las cosas, juraron nunca arremeter en contra de las corrientes del destino. No importaba quien fuese, mortal o inmortal, el destino siempre ganaba, incluso si era de la forma más cruel posible. Fue así que en la creación de los primeros hombres, los dioses juraron ayudar a cumplir el destino de cada uno de ellos, teniendo un montón de aventuras que dieron como resultado tanto héroes de admirar, como monstruos que temer.


Atenas, Península de Ática

La gran polis de Atenas se alzaba con esplendor en el mundo griego. Mucha gente venía por distintas razones a la ciudad protegida por la diosa de la sabiduría y la estrategia en las guerras de los hombres. En la ciudad los mercaderes vendían sus mercancías con gusto, el uso de razón del lugar siempre remarcaba el gran valor de la justicia.

Los grandes edificios de mármol embellecían cada esquina donde el sol tocará, pero ninguna edificación era más visitada como lo era el gran templo en el centro de esta: el Gran Templo. La gente admiraba la gloria del edificio protegido tanto por la diosa patrona como también por sus fieles sirvientas y sacerdotisas.

Todos los hombres tenían sus ojos puestos en ellas mientras pasaban por las calles en una fila. Nadie podía siquiera pensar en acercárseles, sino era solo por buscar la guía de los dioses. Todas las bellas doncellas dedicaban un voto de castidad para servir en el templo, por lo cual no podían tener ningún acercamiento impuro con los hombres que tan solo buscaban satisfacer sus deseos carnales. Y ninguna doncella seguía sus votos mejor que la hermosa Medusa.

Alta, delicada y de cabellos tan hermosos que ponían celosas a todas las demás mujeres, incluso a las sacerdotisas. Medusa, de no ser de la existencia de la diosa del amor, seria sin lugar a dudas la mujer más bella de toda Grecia. No había ni un solo hombre que quedara encatusado con su belleza. Ella avanzaba junto a sus hermanas vírgenes por las escaleras de la entrada y se adentraron a la edificación.

Serpentearon ordenadamente por los pasillos hasta llegar a su objetivo que era el centro de todo. En la sala, se podía apreciar la gran estatua de Atenea. Tallada enteramente de mármol blanco de la más pura calidad y acompañada con hermosos detalles dorados en su peto guerrero, junto con su casco, lanza y escudo. Sus vírgenes sirvientas se acomodaron en dos columnas y se arrodillaron en el frío y  duro piso iniciando sus oraciones matutinas ante la estatua.

Medusa estaba hasta el frente, dejando cerca de la gran estatua todo tipo de vasijas y regalos sagrados, demostrando su gran devoción, de la cual la diosa misma se sentía muy orgullosa. La hermosa joven regreso junto a sus hermanas y con un par de oraciones a sus hermanas dio por terminada la sesión. Todas salieron de la sala, dejando a la hermosa Medusa a solas en sus pensamientos.

Desafortunadamente, la inocente cuidadora del templo no tenía idea de que su vida llena de pureza, devoción y lealtad hacia la que ella consideraba la más gloriosa de entre todas las diosas, sería destruida dentro de poco.

Sin embargo, tanto deidades como mortales, decidieron cambiar su destino. Muchos trataron de cambiarlo, pero muy pocos lograron conseguirlo...


Argos, Península del Peloponeso


Un rey venía caminando por los pasillos de su lujoso palacio. Ya con varias canas y una barba espesa de un gris apagado llego a sus aposentos azotando su puerta y demandando que ninguno se osará a molestarlo.

Acrisio no dejaba de murmurar y tartamudear las mismas palabras que el misterioso oráculo prominente de Delfos le había profetizado. "Oh dioses, no me hagan sufrir más de lo que ya estoy sufriendo" pensaba. Fue en busca de un camino con esperanza, no una sentencia de muerte. Su sentencia. Desde la muerte de su hermosa reina, el pobre monarca no ha podido concebir ningún hijo varón, más solo tenía el consorte de sus hermosa hija, Dánae.


"Sin importar que tanto lo intentes, Acrisio rey de Argos, jamás concebirás a ningún otro descendiente. Más el reino al que diriges no se quedara sin líder. Tu divina hija dará a luz a un hijo, del cual escucharás su risa y en un futuro este engendro será el artífice de tu propia muerte..."


Acrisio aún no era capaz de procesar las cosas como debería. Su propio nieto estaba destinado a matarlo.

― ¿Qué debo hacer?―decía mientras su antebrazo limpiaba las gotas de sudor que caían de su frente― Ya he luchado por este reino más de lo que alguna vez imagine. Incluso en contra de mi propia sangre.

>>No. Si los dioses están en mi contra... ¿qué me asegura de que no pasará? ¡NO, YO ME NIEGO A MORIR DE TAN VIL MANERA! ¡NÉSTOR!<<

Justo al llamado de su rey, entro un hombre joven, de aspecto muy delgado y de cabellos rubios se adentró urgentemente a los aposentos de su rey.

― ¿Qué se le ofrece mi señor?―preguntó preocupado.

― ¡Quiero que lleves a los guardias a los aposentos de mi hija! Asegúrate de que llegue al calabozo.―demando el viejo monarca.

―Pero señor, la princesa Dánae...

― ¡NO ME IMPORTA, NÉSTOR! ―gritó mientras que con su mano derecha arrinconó a su sirviente contra la pared agarrándolo por su cuello― ¡Quiero que la mandes al calabozo, sin importar que tanto lo implore, enciérrala donde nadie ose poseerla nunca! Es una orden de tu rey...

―S-sí m-mi señor.―dijo asustado mientras el rey lo soltaba para que este pudiera hacer la encomienda.

Néstor camino por los pasillos aun escuchando a sus espaldas la voz del rey que miraba hacia la ventana, directamente al cielo.

― ¡ESCÚCHAME, ZEUS, NO PERMITIRÉ QUE ESE BASTARDO TERMINE CON EL REINADO QUE CON SANGRE Y SUDOR OBTUVE! ¡YO NO VOY A MORIR!

JUSTICIA: Perseo y MedusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora