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Perseo no podía ver, sus cansados parpados se lo evitaban

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Perseo no podía ver, sus cansados parpados se lo evitaban.

A pesar de aquella dificultad, el joven semidiós se sentía increíblemente bien. No estaba seguro si había muerto ya y estaba en el inframundo, pero la sensación de suavidad en su pile eran muy relajantes. "¿Acaso estaba acostado en nubes?" se preguntaba.

Sin embargo, todo lo que pensaba era erróneo.

Pasados unos momentos suspirando cansado como si hubiese dormido una placentera siesta, el joven abrió los ojos solo para ser recibido por un enorme rayo de luz que atravesaba la ventana de una aparente habitación, un techo blanco con detalles floreados de color oro y el hermoso rostro de una mujer que nunca creyó ver.

Andrómeda esperó su despertar desde que la salvo hace dos días. No sabía por qué...pero cierta sensación cálida le llegaba cada vez que veía aquel bello rostro del joven. A pesar de la sangre y el cansancio que mostraba, las facciones de la cara del semidiós eran finas pero no dejaban de ser varoniles. Su hermoso cabello revoltoso de un color similar al roble le resultaba perfecto, junto con unos pómulos bien colocados y una nariz equilibrada. Incluso no pudo contener su sonrojo al ver el fornido cuerpo del muchacho.

Pero la duda que más le inquietaba a la princesa era esta: ¿cómo son sus ojos?

Ella permaneció a su lado dos mañanas y dos noches, pero aquel que la salvo no dejaba sus pensamientos. Era aquella curiosidad y buen sentimiento que la hacía volver a verlo descansar plácidamente. Pero justo fue en el tercer día cuando escucho de nuevo su voz, en la forma de un suspiro.

Perseo lentamente comenzó a levantarse pero un gran dolor se manifestó a través de su ahora dañado cuerpo, haciendo que Andrómeda lo asistiera de forma cuidadosa. Perseo la miró por unos instantes anonadado.

― ¿Afrodita?―preguntó el joven.

―No.―respondió calmada la princesa―Tienes que descansar, según el curandero, perdiste mucha sangre.

Perseo volvió a recostarse para después mirar al techo. "No estoy muerto..." reflexionó aliviado.

― ¿Dónde me encuentro?

―En el palacio real de Lemnos. En mis aposentos específicamente.―le contestó.

―Pensé que era el Elíseo...

Ante aquella respuesta Andrómeda sonrió. Miro de nuevo aquel rostro y su duda que la carcomía desde hace días se calmó al ver sus ojos. Eran extraños, muy extraños, como si se desatase una gran tormenta en su interior. Pero a pesar de eso, ella sabía con mayor certeza que él era perfecto. Era como un dios, un dios que vino a impartir justicia y salvarle la vida.

― ¿Cómo te llamas?―dijeron al mismo tiempo.

Ante aquello, ambos se sorprendieron y guardaron silencio al presenciarse mutuamente. Las mejillas de la pelirroja brillaron en rojo dejando a Perseo con una imagen que le hacía latir el corazón tan rápido como un caballo galopando.

JUSTICIA: Perseo y MedusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora