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Delfos, Fócida

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Delfos, Fócida


Justo en la cima del monte Atlas, Perseo escalaba la superficie rocosa con sumo cuidado. Un paso en falso y terminaría con todo el progreso que llevaba en su aventura. Sus manos permanecían firmes aunque el cansancio lo agobiaba con creces. Su vista se centraba solo en mirar hacia su objetivo, la cima de la montaña.

Por un momento, sintió que ya casi estaba en lo más alto, pero al posar un pie en una roca suelta sintió como si lo jalarán hacia el abismo. Apenas pudo mantenerse con las dos manos pero el peso de sus armas le costaba la labor. Miró por unos momentos hacia abajo, sintió el verdadero terror, como si el mismísimo Hades aclamara por su alma mortal.

Pero no se dio por vencido. El fracasar en esta tarea no era una opción.

Empleando su mayor esfuerzo, Perseo se elevó. Aún no tenía dónde apoyar los pies, sin embargo eso no lo detuvo. Viendo un buen ligar donde colocar sus manos, se impulsó hasta llegar a ese punto arriesgándolo todo. Para su fortuna logro llegar y se estabilizó. El muchacho tan solo suspiro aliviado para continuar su camino hacia la cima.

No pasó mucho tiempo antes de haber llegado a dónde quería. Se incorporó cansado pero orgulloso. Sin duda los dioses favorecen a los que no se rinden nunca. Miro el paisaje que tenía frente de él. Parecía que la cima solo estaba desolada, solo podía verse pequeño árbol que ya no poseía hojas. Camino dubitativo a aquel árbol posando su mano en su espada por si había algún peligro que enfrentar.

Justo en el silencio de la noche, un gran rayo retumbo los cielos y se estrelló en el tronco ya muerto y decadente. Las llamas resplandecían de un color verdoso extraño iluminando un poco el oscuro ambiente y consigo unas dos figuras que yacían ocultas.

Perseo se maravilló con la belleza de las dos ninfas que logró ver. Eran muy parecidas, gemelas si se podía decir. Tenían una hermosa piel blanca, casi grisácea pero no le desagrado. Sus ojos resplandecían un hermoso color oscuro y sus cabellos ondulados le llegaban a la mitad de la espalda.

― Acércate, hijo de Zeus.―dijo la de la derecha.

Perseo avanzó firme y ya en confianza. Su espada no habría sido desenfundada después de todo.

― ¿Son las ninfas del rio Estigio?―preguntó el semidiós.

―Así es...mi nombre es Adara y ella es mi hermana Bryony. Nosotras resguardamos y vagamos por el largo rio.―dijo esta vez la ninfa de la derecha.

― Y sin embargo, ningún río está en su presencia.

―Ningún mortal puede ver el río que separa el mundo de los vivos del de los muertos, Perseo. Sabemos el motivo por el que apareces ante nosotras. Sin duda has progresado bien.

Perseo asintió un poco avergonzado pero mantuvo la compostura.

―Me dijeron que podían darme las herramientas necesarias para poder derrotar a la monstruosa gorgona.

JUSTICIA: Perseo y MedusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora