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Atenas, Ática

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Atenas, Ática


Ya han pasado un par días desde que Delia había visto a Medusa pasar a su casa y pedir dormir a su lado. No podría estar cada vez más y más aterrada de lo que alguna vez pensó estarlo. El día que siguiente se dio cuenta que estaba sola en su lecho mientras los primeros rayos del sol penetraron en su ventana y la despertaron.

Pensó que ella se había ido temprano, más se le hizo raro el que no hubiera dejado una nota de su partida. Se vistió con su usual peplo y partió en dirección hacia el Gran Templo y al llegar le extraño ver todo el santuario en un murmullo total. Más aún cuando trato de ubicar a Medusa en las demás partes del templo.

Ni un rastro de ella.

Más y más se había empezado a ganar un pánico, pero decidió tomar esto con la mayor calma posible. Transcurrió el día normalmente mientras hacia sus labores de sacerdotisa, rezando plegarias ante la gran estatua de su patrona, ayudar en los sacrificios y dar consejos espirituales a los que acudían en busca de los dioses.

Termino sus labores y fue tranquilamente a la casa de Medusa. Llego a la puerta y toco varias veces, de las cuales no hubo ninguna respuesta. Ya sin muchos remedios, le fue a pedir ayuda a uno de los guardias que termino por derribar la puerta.

Tampoco estaba allí.

Lentamente perdía las esperanzas de encontrarla con vida. "¿Qué te habrá pasado?" se preguntaba. Justo ahora estaba sentada en las escaleras que conducían a la entrada del Gran Templo, con las rodillas soportando sus codos y sus manos sosteniendo su mandíbula. No tenía ni idea de en qué otro lado podría buscarla.

―Dioses, por favor, denme una señal.―pidió al cielo―Ayúdenme a encontrarla.

Justo en esos instantes escucho un ruido prominente del interior del templo, apenas lo logró percibir. Era un ligero siseo, como el de las serpientes. Llena de curiosidad, Delia fue avanzando temerosa en la oscuridad, tan solo guiándose por el sentido del oído.

Los pasos se volvían lentos pero no terminaban por ser cien por ciento seguros mientras más se adentraba con tan solo una antorcha que tomo de la pared de uno de los pasillos. Y mientras se acercaba, podía distinguir como varios sollozos salían por dé tras de una de las puertas de su derecha.

Era la habitación de sacrificios.

Entro en ella y pudo distinguir una figura femenina, arrodillada en el frío suelo lamentándose. "¿Por qué?" llegó a escuchar. Rápidamente distinguió que era la voz de su amiga, de Medusa. Rápidamente corrió hacia ella soltando la antorcha, llegó a su espalda y la atrajo en un abrazo tratando de consolarla. Sus sollozos no le permitían hablar ni estar quieta, sus hombros temblaban conforme su respiración se entrecortaba por la tristeza.

―Medusa...―susurró en su oído―Ya, tranquila. Tranquila...

―D-Delia...―respondió la triste sacerdotisa―Vete, n-no deberías estar aquí.

JUSTICIA: Perseo y MedusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora