Dos demonios solitarios. Un par de tragos de más. Y un vacío que ninguno puede llenar.
Husk había perdido la habilidad de amar hacía años, según sus propias palabras, y eso no iba a cambiar muy pronto.
Angel Dust no cree merecer el amor verdadero de...
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En el momento en que la puerta se cerró detrás de él, la limusina comenzó a moverse. Angel no pudo evitar sentirse un poco aliviado cuando se alejaron del edificio, dejando atrás a Cherri y Fat Nuggets, donde era relativamente seguro.
Se sentó en su lado del vehículo, sosteniendo sus bolsos cerca y mirando a los otros dos demonios con él.
Estaba Vox, a quien ya había visto, ocupado encendiendo un cigarrillo. A su lado, Velvet estaba revisando de su teléfono, aunque sus ojos atravesaban a Angel mientras, inconscientemente, movía su dedo sobre la pantalla por costumbre.
Aunque en ese momento se sentía más que nervioso, Angel no pudo evitar mirar con asombro silencioso cómo Vox le daba una calada al cigarrillo, y se preguntó cómo funcionaba exactamente su rostro. Aparentemente sintiendo esa mirada de asombro en él, el señor supremo lo miró mientras lentamente retiraba el humo de sus pulmones.
Él suspiró profundamente.
—Val no pudo venir. Y deberías considerarte afortunado. No iba a ser gentil contigo—Vox sacudió la cabeza, frotando una mano en su pantalla con una expresión cansada—. Y honestamente, ¿estoy empezando a pensar que te gusta? ¿Puede ser que te atraigan los castigos?
—No me sorprendería—siseó Velvet, mirando su teléfono con desdén, como si Angel ya no fuera digno de su mirada—. En serio, ¿por qué Val tiene los idiotas más malcriados a su servicio?
—Puede que también le guste eso—se encogió de hombros mientras se llevaba el cigarrillo a la boca una vez más, tomándose un momento antes de volver a hablar, dirigiendo su atención nuevamente a Angel—. Independientemente de eso... estás libre de castigo. Por ahora. Considera esto como una advertencia.
El demonio araña asintió rápidamente, aún callado. Por lo general, era mucho más vocal, incluso frente a demonios mucho más poderosos que él, especialmente Valentino.
Pero algo le decía que Vox no era tan permisivo como Valentino, y que era mejor tener mucho cuidado con él.
Aparentemente satisfecho con esa respuesta sin palabras, Vox tomó una larga calada de su cigarrillo a medio fumar antes de tirarlo al piso y aplastarlo bajo su zapato. Cuando exhaló el último humo, una lenta sonrisa se extendió en su rostro.
—Sabes, le sugerí a Valentino una solución para tus... problemas de actitud. Es algo que tiendo a hacer con subordinados especialmente rebeldes.
—Oooh, ¿es lo de la antena?—Velvet parecía positivamente encantada con la idea, por una vez apartando la mirada de su teléfono para mirarlo con una sonrisa.
—En efecto. Es lo de la antena—le dirigió una mirada un poco molesta, casi imperceptible, antes de volver a centrarse en Angel—. Verás, la única forma de asegurarse de que algo se haga bien es hacerlo uno mismo. Pero no puedo estar en todas partes... no físicamente. Es por eso que, con un procedimiento bastante doloroso, instalo una antena pequeña en los cerebros mis siervos más desobedientes. Con esta, puedo controlarlos por completo. Nunca llegan a tener una sola pizca de poder sobre sí mismos.