I
El Rey de los Alisos, Auberon Muircetach miró al General de los Dearg Ruadhri (Jinetes Rojos), Eredin Bréacc Glas, cuando éste le anunció la presencia de dos hallazgos entre los humanos que habían sido capturados, quienes pertenecían al Aen Seidhe, el Pueblo de la Colina, el sitio de donde provenía, nada más y nada menos, que la Golondrina de Primavera para los Aen Elle, o Pueblo de los Alisos, el reino de los elfos de este mundo.
Ni el rey de los Aen Elle ni el General de los Jinetes Rojos iban a dejar pasar por alto aquella ¿coincidencia? Dos humanos masculinos provenientes del mismo mundo de la Golondrina, que acababa de entrar a su mundo finalmente. La historia de Lara Dorren no volvería a sucederse otra vez. Por supuesto que no. Así que, aquellos dos, serían piezas de su tablero de juego.
Auberon era un elfo que podía ser considerado inmortal, había vivido muchísimos años, hasta incluso para los estándares de su pueblo. Los años lo habían vuelto benevolente, a diferencia de Eredin, que rozaba alguna anomalía sádica, el rey podía verlo. Pero, así como la benevolencia había llegado con los años, también la astucia. – Tráeme a esos dos frente a mí. No quiero que los tortures ni maltrates, Eredin. – ordenó. El General hizo una reverencia y se alejó.
Luego de un tiempo, aparecieron dos hombres – humanos - sostenidos por otros elfos de armaduras oscuras y capas carmesí. Uno de ellos era rubio y corpulento, aunque parecía estar adelgazado para lo que debiera ser su contextura física, dados sus talles, y el otro vestía como príncipe con una capa carmesí mágica sobre su espalda, era morocho y no mostraba la contextura de un guerrero. Ninguno de los prisioneros forcejeaba o peleaba, solo mantenían la boca cerrada.
Auberon los inspeccionó en silencio durante mucho tiempo. El de mirada celeste no lo enfrentaba, el de mirada ambarina parecía querer comerlo crudo. Finalmente, el rey se puso de pie y caminó hacia aquellos dos. Los observó, los rodeó, incluso los olió para reconocer el aroma de cada uno. Y otra vez, el morocho esquivó el escrutinio, el rubio lo enfrentó rabioso. Al rey le pareció curioso la actitud de ambos. Cada uno hablaba por sí solo de diferentes cosas.
Tranquilamente, el rey volvió a su asiento y se sentó despacio, cruzó sus piernas, arregló sus finas ropas y de nuevo, el rubio no dejó de mirarlo y el morocho lo evitó a toda costa... interesante... Finalmente, el rey habló: - ¿Cómo se llaman? Mi nombre es Auberon Muircetach, rey de los Aen Alle, es decir, el Pueblo de los Alisos. Lamento las condiciones en las que los conozco, pero han de saber que no está permitido visitar mi mundo sin invitación. – ninguno de los prisioneros habló. El rey esperó, paciente, que lo hicieran. Pero no lo hicieron. – El dh'oine príncipe, por favor, acércate ¿Quién eres y qué reino está bajo tu dominio? – el morocho levantó la mirada durante unos segundos, pero volvió a bajarla. Era obvio que no quería que lo recordara, precisamente sería a quién más atención prestaría. El rey vio que el príncipe suspiró, vencido, y respondió:
- Mi nombre es Jaskier y soy poeta. No gobierno ninguna tierra. Visto estas ropas porque he enamorado a una condesa que quería convertirme en conde.
El rey guardó silencio durante largo tiempo, a la espera de que dijera más, pero no lo hizo. Tampoco le pareció que hubiera mentido. Que fuera poeta explicaba por qué no tenía cuerpo de guerrero y no carecía de belleza, podría haber sucedido aquel enamoramiento.
Auberon miró al rubio, al que lo miraba desafiante y éste habló solito, sin necesidad de que lo solicitara. – Soy Valdo Marx, bardo y mercenario. – el rey sonrió, pues el bardo le había aclarado que tenía dotes para la guerra. Osado. Incluso en su propio palacio se atrevía a amenazarlo.
El rey se acercó al mercenario bardo y tomó su mejilla, obligándolo a verlo, una vez más... había algo en aquel hombre... algo... Miró sus ojos, ambarinos como los había tenido su amada Shiadhal. Aquellos ojos le recordaron a ella, que había muerto hacía demasiados años... Percibió el aroma, algo familiar resultaba, ¿por qué? ¿Qué tenía este hombre que generaba un cosquilleo en la sangre del rey? Sin embargo, Auberon miró a Jaskier, era el de mirada celeste el que se comportaba de modo más sospechoso.
- ¿Conocen a la elfa que los trajo a este mundo? – quiso saber el rey. Jaskier y Valdo guardaron silencio, Auberon notó que se dedicaron una rápida mirada, de esas en donde hay complicidad... algo no encajaba ¿Realmente Naláh los había traído aquí? El hombre rubio quitó su mentón del agarre del elfo y no habló.
- Poco. – respondió Jaskier, sin enfrentar al rey con su mirada.
- Cuéntame... - pidió el rey. - ¿qué has sentido cuando ingresaste a mi reino? – se lo preguntó porque esta vez, no les creía el cuento. Auberon se acercó a Jaskier y ahora tomó su mejilla, obligándolo a verlo. No percibió ningún cosquilleo en su sangre, solo notó el intenso color celeste de su mirada que había intentado esquivarlo, pero ahora lo enfrentaba. El rey olió, una vez más, al poeta y recordó aquel aroma. Notó que el dh'oine se había incomodado por la cercanía de sus rostros y el elfo sonrió al percibir aquel rechazo por la unión del mismo sexo que tenía su raza. Siempre era igual, los dh'oine todo lo relacionaban de inmediato con el sexo, principalmente la estrecha cercanía. Eran tan básicos. Por molestar, el elfo no soltó la mejilla del morocho, obligándolo a él a quitar su rostro quien, finalmente, así lo hizo.
Los dos hombres guardaron silencio, pero finalmente el conde (según había dicho) fue el que habló: - Innatural. Un destello... como de aurora boreal... así me sentí al entrar a este reino, majestad.
- Y luego un sitio poliédrico, irreal... - siguió el rubio. – Y finalmente, este sitio. No tendríamos palabras para explicarlo. – sin "majestad", al final de su relato. Un rebelde, sin lugar a dudas.
Auberon sonrió. Y no necesitó mayor información. Habían dicho lo que necesitaba saber. Sabía con quiénes estaba tratando.
- Quiero a estos dos bajo mi mando. – sentenció el rey. – Yo me encargaré de darles sus correspondientes tareas. – los soldados asintieron y liberaron sus manos. – Muchas gracias, Eredin. Quédate a controlar el ingreso al palacio. Y avísame de inmediato cuando llegue la Golondrina.
- Majestad. – dijo el General. – Golondrina llegará cansada. Yo le recomiendo que me permita hacer que se sienta cómoda primero y luego venga a verlo a usted... ya sabe... Dado el objetivo de ese encuentro. Una mujer despabilada siempre resulta mejor que una rabiosa. – sonrió, malicioso. El rey sopesó sus palabras. – Además, no nos olvidemos que se trata de una dh'oine.
- De acuerdo. Tenemos tiempo.
El elfo de cabello oscuro y mirada de ave rapaz asintió y se despidió de su majestad. Luego salió fuera de la Sala de Audiencias.
El silencio se extendió dentro de la habitación vacía. Luego el elfo soberano habló: - Pronto conoceré a una mujer que he esperado durante muchos años... Zireael es su nombre. - dijo y notó que el morocho tembló finamente. Sonrió. Una pieza más del rompecabezas... – Una mujer que me está destinada... Conde, dime, ¿crees en el destino?
- Sí, majestad. – respondió quien dijo ser Jaskier. Auberon miró al rubio para que respondiera.
- Por supuesto. – dijo secamente, y otra vez se olvidó de mencionar "majestad". Le costaría caro el atrevimiento.
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The Witcher: Lanza una moneda a tus brujos
FanfictionHISTORIA COMPLETA (¡¡Spoilers de los libros!!) Empecé esta historia con ganas de simplemente escribir... Pero a medida que lo fui haciendo me he dado cuenta que la historia que quiero contar es la de Jaskier... y Ciri. Sería algo así como seguir el...