Tir ná Lia III

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Eredin la miró rabioso, Ciri no hizo menos, apartó la falda de su vestido que se entrometía entre sus piernas y levantó su espada, a la espera de la confrontación.

– Me tienes cansado, Zireael. Harto. Estúpida dh'oine que te crees más importante de lo que eres en verdad. Lo único que eres es un asqueroso útero para darnos un hijo. No creas que eres más que eso: una estúpida mujer destinada a engendrar. – el elfo se abalanzó sobre Ciri con una rapidez inhumana y la tomó de la muñeca, la trajo sobre él; entonces la bruja manejó su espada, atacándolo, haciendo que el General no tuviera opción contraria a soltarla y esquivar el ataque de la Golondrina. Ciri, lejos de quedarse tranquila, arremetió contra él con un grácil movimiento felino, llevando adelante una danza de fuego, primando la velocidad y agilidad, sobre la fuerza. Sus movimientos fueron tan rápidos, que dos sectores no cubiertos por la armadura del general se vieron afectados, cuando la hoja afilada cortó su piel.

- No tendrás nada de mí. Ni mi útero, ni mi cuerpo, imbécil. Solo llegará la muerte de mi mano. Holocausto para tu estúpido reino... Seré la destructora de tu nación. – dijo Ciri, apuntando con la Espada del Destino, mientras el general volvía a comprobar aquellos sitios que sangraban.

- Atacas como una llama de fuego... - susurró, rabioso, Eredin.

- Una llama que no puede ser herida, pero infringe dolor cada vez que toca... - terminó ella. – Sí. Y conocerás el dolor del mi ardor... - estaba diciendo cuando el elfo se tiró sobre ella, con la misma rapidez, y tomó su mano diestra, luchando por quitarle la espada. - ¡Argh! – gritó Ciri, mientras el otro la apretaba en un abrazo poderoso.

- ¿Qué eres sin tu velocidad? ¿Qué eres, sino una debilucha que puede ser sostenida y detenida solo con un abrazo? – ella le pegó un rodillazo sobre sus partes íntimas, obligándolo a perder fuerza en el agarre, enganchó su vestido sobre las botas metalizadas y cayó al suelo, sin perder el agarre en su espada. Agradeció que la empuñadura se adhiera con eficacia sobre la piel de su palma. Iba a ponerse de pie otra vez cuando:

- ¡¡Ciri!! – escuchó la voz de Avallac'h detrás de ella. No la había llamado "Zireael", sino Ciri, como ella siempre le había pedido. Y la bruja sintió pena. Porque a pesar de todo, ese elfo le era apreciado. - ¡Espera! Ciri, por favor. – Avallac'h corrió sobre aquellos dos, rodeados por jinetes rojos. – Te explicaré lo que sucede. Pero por favor, deténganse. – Eredin rompió en risas, recuperando la compostura, luego del golpe. El general se encontraba averiado, comprendió Ciri, debido al golpe que le había causado Jaskier en la rodilla... solo por ello la bruja era rival para este elfo... aquella idea la estremeció y vigorizó en partes iguales... escucharía al recién llegado, pero no sería tan tonta como para creer que tenía buenas intenciones para con ella. Avallac'h, como todos, la deseaban por su genética... nada más.

- Es una salvaje, Avallac'h. No tiene educación. Solo es una bestia inculta. Un mono sin razonamiento elevado. – escupió Eredin y la miró divertido. Ciri en el suelo le devolvió la mirada iracunda. El elfo la tomó de la otra muñeca y la puso de pie de un zarpazo. Ciri se quejó y a los pocos segundos estuvo sostenida desde su cintura por Eredin, quien, a través del yelmo, la miraba divertido y erotizado. Y fue en ese instante en el que la bruja sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y tuvo (otra vez) la misma sensación que cuando Bonhart la había mirado: la deseaba. Eredin la deseaba de un modo enfermizo, macabro.

- ¡Suéltame! – lo empujó y se tiró sobre Avallac'h, quien la sostuvo para que no siguiera retrocediendo, porque su falda se había vuelto a enganchar y ella había trastabillado. - ¡Me repugnas! ¿Me oyes? ¡No vuelvas a tocarme! - entonces Ciri se quitó de encima al otro elfo, se agachó y tomó la falda de su vestido para romper parte de la tela con el filo de Golondrina. Estaba harta de que se interpusiera en sus movimientos el vuelo de la pollera. Notó cómo Eredin observó sus piernas cuando éstas, quedaron al descubierto. Se repugnó... odiaba que la desearan de ese modo enfermo.

The Witcher: Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora