Prólogo

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Quisiera mentir y contarles que mi vida solía ser sencilla antes de conocerlo. Pero mi vida jamás ha sido sencilla.

Nací en la parte más pobre de la ciudad; un infierno de calles abarrotadas de niños y basura rancia donde cada lluvia hacia brotar el barro maloliente que se impregnaba a cada parte de tu casa y tu cuerpo, sin importar adonde vayas.

Mi madre tenía tan sólo dieciséis años cuando me dio a luz en una precaria salita médica, el único lugar en nuestro pequeño infierno donde había agua corriente en ese entonces. Y a pesar de tener un año menos de los que yo tengo ahora, ya tenía otros dos niños en su haber, ambos de los cuales fallecieron mientras yo crecía.

No todos podemos sobrevivir aquí.

Cuando naces en el agujero que Dios y la sociedad ha olvidado, te acostumbras a hacer lo que sea para no ser tú una cifra más en el promedio de mortandad.

Otro más que murió por desnutrición, por enfermedad. Peligros que la clase más alta ni siquiera conoce.

Es por eso que trabajamos juntos, no somos tontos, sabemos que si cada quien se vale por si mismo moriríamos en cuestión de semanas. Es por eso que, si hay algo bueno que tiene este infierno es que por lo menos nos quemamos todos juntos.

Nos enorgullecemos por tener una cierta clase de código, de humildad como les gusta decir a los políticos de camisa blanca y sonrisa perlada, cuyos lustrosos zapatos jamas han pisado nuestras lodosas calles. En las noticias hablan de la humildad de la persona pobre y los valores que comparten, pero puertas para adentro nos llaman ratas escurridizas que se niegan a tragar su veneno y hacer lugar para su brillante mundo.

Vivimos si, pero siempre junto a nuestro vecino, junto al verdulero, la maestra de jardín y al almacenero. Cooperamos y nos levantamos juntos de este apantanado suelo.

Es por eso que ellos son diferentes.

Las pandillas no son parte de nuestro barrio, son un cáncer que nos infesta y nos destruye lentamente con una violencia y malicia que no conoce de nuestros valores. Saquean nuestros negocios, roban a nuestra gente y no tenemos la fuerza para pararlos.

Hermanos se hacen llamar, pero de familia no tienen nada. Son unos psicópatas glorificados, creyéndose importantes al pavonearse con sus brazos al descubierto, exponiendo en el hombro la tinta que los marca como un Hermano, deleitándose en nuestra expresión de temor al ver esas malditas lineas negras. Tinta intercambiada por la vida de alguien, puesto que deben de matar para tener su insignia.

Monstruosos como son, no hay peor ni más temido que él.

Animal.

Nadie sabe su verdadero nombre, aunque dudo que alguien quiera preguntárselo. Su apodo se lo ganó de la misma forma que las decenas de tatuajes que recorren su descomunal torso y brazos; gracias a asesinatos fríos y escalofriantes que fueron los que le dieron a la pandilla el renombre que posee hoy en día. Es más temido aún por su corta edad de veinte años. Dicen que mató por primera vez cuando tenía seis. Dicen que sus primeros tatuajes se los ganó con la sangre de su padre y sus hermanos.

Él no se quebró, el nació así y no somos pocos los que tememos en lo que se convertirá. Temido incluso por sus compañeros, todo aquel que quisiera sobrevivir se mantenía lo más alejado de él como fuera posible y yo no era ninguna excepción.

O así fue hasta aquel horrible día que lo cambió todo. Aquel día en que mi mundo cayó y mi única esperanza de supervivencia quedó en manos de aquel quién yo jamás creí que podría protegerme.

El Animal es ahora mi única esperanza.

Animal (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora