Capítulo 3: Lo Que Buscan

1.7K 230 48
                                    

Llevó un tiempo poder reunirnos todas.

Como mi celular todavía estaba siendo arreglado y no tenía forma de comunicarme, ni bien salí de casa me dirigí a lo de Barbie, quien vivía a tan sólo cuatro cuadras de distancia y ella envió un mensaje al grupo para lograr que, en tan sólo media hora, estuviéramos todas en la colina.

La hierba allí era corta y el aire, amortiguado por la altura, nos llegaba cargando una agradable frescura, inusual para una tarde de verano. Esa colina era nuestro lugar favorito para juntarnos; era lo suficientemente desconocida como para que no fuéramos molestadas, pero no tan aislada como para resultar peligroso. Era la zona norte en realidad, de la colina que separaba a nuestro barrio del resto de la ciudad.

A nuestras espaldas, el Barrio se podía vislumbrar bajando la colina, gris y triste como siempre. Pero adelante nuestro y tan basto como llegaba la mirada, estaba la contrastante realidad de las personas más acaudaladas y nuestra posición privilegiada a esa altura, nos permitía ver las primeras construcciones de los suburbios, con sus limpias extensiones de jardines verdes y casas hermanas prolijamente planeadas en el casco urbano, tan diferente a los abarrotados edificios de nuestro barrio, donde las casas se construyen torpemente unas sobre otras, en donde haya espacio.

La tranquilidad y silencio de ese basto lugar era un agradable refugio de nuestra vida diaria. Siempre que estábamos allí jugábamos a imaginar cómo sería nuestra vida viviendo en los suburbios. Viviríamos en esas enormes casas, con una habitación para cada una, televisores en todas las salas y pasaríamos las tardes de verano en esas enormes piletas turquesas, tomando sol en ese césped tan brillante y a la noche viajaríamos a la ciudad en nuestro auto a divertirnos. Algunas veces, cuando las cosas estaban particularmente difíciles, esas fantasías eran lo que me daban la fuerza para levantarme cada día, prometiéndome a mi misma que algún día yo viviría esa vida. Pero había momentos, en que volver a la realidad de mi casa con tan sólo medio pan y agua para comer... esas fantasías hacían más daño que bien.

―Esto es vida, ― suspiró Jennifer mientras se desplomaba en el pasto y encendía un cigarrillo, el humo desprendiéndose de sus labios de manera artística.

―Yo te diría que lo apagues,― señaló Daniela con un gesto de cabeza― ahí llega Abigail con la nena.

Jennifer se dio vuelta de pronto y su mirada acusadora se enfocó en la figura trepando el camino.

―Maldita seas Abi, me arruinaste el cigarrillo―. Se quejó, no del todo en broma, pero aún así apagó el pequeño tubo blanco en el césped.

―No te vendría nada mal dejarlo,― se quejó ella con una sonrisa mientras se paraba al pie de la colina para recuperar el aliento― ni a mí tampoco. Dios, esa subida me va a matar uno de estos días.

Abi tenía diecisiete años como yo, pero ya tenía una pequeña en sus brazos de tan sólo tres meses, nacida cuando Abi tenía todavía dieciséis. Al verla no podía evitar pensar en mi madre... y también en mi posible vida, como me ocurría cada vez que veía a alguna chica con un bebé en sus brazos o una prominente panza de embarazada. Cuando era pequeña solía temer que al cumplir dieciséis tendría mi propio bebé, por el simple hecho de que a esa edad mi mamá me había tenido a mí. Algo así como una maldición. Por lo que había hecho hasta lo imposible para que así no fuera, enfocándome en la escuela, en mis amigas y no en un chico de ojos dulces que sólo quisiera meterse entre mis piernas.

Así había ocurrido con Abi, había sido todo amor y caramelos hasta ver esas dos rayitas de la prueba de embarazo. Él le prometió que serían una familia, que jamás dejaría su lado y cuidarían a la pequeña juntas... pero ni un mes había pasado desde el nacimiento que él ya las había abandonado y ahora estaba con otra. Era lo que pasaba siempre. Era tan habitual que, a pesar de sus esperanzas, Abigail ya se había hecho a la idea antes de que ocurriera de verdad y ya para este entonces se había olvidado de él. O por lo menos, eso era lo que decía.

Animal (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora