Capítulo 2: Sigue Adelante

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Una semana había pasado desde aquel encuentro cercano con el Animal y aunque comenzaba a creer que no sufriría represalias por haber sido testigo aquella noche, continuaba mirando por encima del hombro cada vez que salía de mi casa, en cada lugar en el que me encontrara, sin poder evitar sentir que me estaban vigilando. Como si fuera una presa cuyo predador tenía en su mira y tan sólo debía esperar a que saltara sobre mí.

—Te estás volviendo paranoica,— dijo papá ese día cuando me sobresalté al escucharlo llegar. Tenía bolsas de compras en las manos y Falcon corrió para recibirlo, curioso de que había en ellas. No le había contado a papá lo que había sucedido para no preocuparlo, pero si lo había instado a que fuera extra cuidadoso, por las dudas.

—No tiene nada de malo ser precavida,— me excusé mientras tomaba una de las bolsas y junto con mi hermanito las llevábamos a la mesa, la única que teníamos en este pequeño ambiente que era tanto cocina, como comedor, como mi habitación donde dormía en el viejo sofá, con su espuma asomándose por las múltiples rasgaduras de la tela. La bolsa era pesada y ambos teníamos curiosidad por ver lo que había comprado.

—No tiene nada de bueno vivir con miedo hija,— dijo dándome una palmada en los hombros y tomando a Falcon de la cintura para hacerlo girar en el aire, la risa contagiosa del pequeño llenando el aire.

Los remedios que conseguí aquella noche en lo de Marta apenas si habían servido para bajarle la fiebre por unas horas, pero a pesar de la alta dosis, su temperatura había continuado subiendo hasta que papá llegó a casa. Al ver a Falcon con su carita roja y cubierta por sudor, declaró que había que llevarlo al hospital y allí fuimos. A diferencia de la salita de nuestro barrio, el Hospital General quedaba por la avenida principal, cerca del centro de la ciudad, a unos veinte kilómetros de distancia, pero en un mundo completamente aparte. Nunca habíamos tenido dinero para ir a la guardia, pero papá había conseguido un nuevo trabajo cortando leña y haciendo de peón en una granja en las afueras de la ciudad. Tenía que estar seis días afuera, pero la paga era muy buena por lo que parecía, así que yo no me quejaba. Gracias a su nuevo trabajo pudimos costear la visita al médico, Falcon había mejorado y estábamos comiendo mejor de lo que habíamos comido en mucho tiempo.

—¡No puedo creerlo! ¿De verdad compraste cheetos?

Saqué la bolsa metalizada asombrada, admirando los dibujos del paquete que solía conocer tan bien. Hacía años que no los comía ya que su precio se había vuelto exorbitante. Los únicos que probaba eran los que se vendían sueltos y en mesas de cumpleaños, pero ninguna marca sabía igual que la original.

—Recordé que eran tus favoritos,—se vio dubitativo por un segundo— ¿Todavía te gustan, verdad?

Asentí asombrada al registrar los contenidos de la bolsa; detergente de primera marca, harina, aceite y... ¡hasta carne!

—Este nuevo trabajo es una bendición ¿Por cuanto tiempo es el contrato?

Él se encogió de hombros.

—Es un trabajo más bien informal y puedo cortar durante todo el año. Así que ¿quien sabe? Lo importante es que pagan bien. Oye, ¿que no ibas a ver a tus amigas hoy?

—¿Hoy?— Respondí insegura. Con todos estos días tan pendiente de Falcon apenas si había salido al exterior, sólo en caso de ser extremadamente necesario. Había estado encerrada entre estas cuatro paredes, preocupándome por si la fiebre le volvía a subir. Algunas amigas me habían visitado, pero aún estaba preocupada por mi hermanito y mi vida social había pasado a otro plano.

—Tu hermano ya está mejor,— para enfatizarlo Falcon había agarrado los cheetos de mis manos e intentaba abrirlos torpemente. Se los saqué antes de que creara un desastre—. ¿Por qué no sales un rato?

—¿Por que tanto empeño en sacarme de casa?— Lo dije en forma de chiste, pero estaba honestamente curiosa. Papá no era la clase de preocuparse si salía lo suficiente o no, si veía a mis amigas o me quedaba en casa y este repentino interés era fuera de lo normal. Por no decir sospechoso.

—Oye si quieres quedarte, ¡quédate!— Se rió— Tan sólo no quiero que te desgastes, todo el día aquí encerrada,— suspiró y me miró a los ojos, su voz cargándose de tristeza poco disimulada— A veces me olvido de que eres una niña ¿sabes? Deberías de estar con tus amigas, saliendo y disfrutando, no quedarte aquí cuidando de tu hermano y tu viejo. Ahora tengo un trabajo y dinero, tomate un tiempo sin trabajar. Vive. No es justo que tengas que crecer tan de pronto.

Como tu madre.

Es lo que faltó decir, pero ambos lo sabíamos. Para mi edad ella ya era madre, ama de casa, mujer trabajadora. La recuerdo cuando yo era pequeña, ella era la mujer maravilla para mí, yendo de aquí para allá, solucionando esto y aquello. Papá no estaba tan presente en aquella época— su relación había sido bastante inestable desde el comienzo— pero aun así mamá siempre había estado con nosotros y nos había instigado a todos la importancia del estudio y el trabajo.

Jamás le hice caso a mi mamá cuando me hablaba de la escuela y ahora ya es muy tarde para volver atrás.

La recuerdo entonces, tendiendo la cama, sábanas floreadas flotando en el aire y aquel extraño desodorante de limón que ella amaba tanto y que luego de que murió no pude encontrar. Aquel día me estaba quejando de la tarea, algo sobre unos ejercicios de Literatura. No me daba cuenta en ese entonces, pero había un tono de amargo remordimiento en sus palabras.

Tu haz lo que yo no hice. Aprende de mis errores y estarás mejor que yo Vicky. Todos ustedes lo estarán.

¿Pero de que me sirve saber que es un tonto verbo o un sustantivo?

Para algo te servirá, ya lo verás. Ningún conocimiento es en vano.

¿Eso es lo que decía tu mamá, mami?

Su cara se había transformado de tal forma que hasta una pequeña como yo podía entender que el tema no daba para más.

Sofia, mi hermana mayor, me había contado una vez que los padres de mamá, nuestros abuelos, la habían echado de su casa cuando se enteraron de que estaba embarazada. Hasta el día de hoy, ni siquiera papá sabe quienes son nuestros abuelos o donde viven.

Mamá quería para todos nosotros una vida mejor y hasta nos había llevado una vez, cuando Falcon no había nacido siquiera, a visitar una universidad pública. Recuerdo haber visto aquel enorme y antiguo edificio, lleno de gente con pesadas mochilas y risas alegres y mi corazón se sintió más ligero, porque mamá nos aseguraba que ese era nuestro futuro. Y si mamá lo decía, entonces era verdad.

Lamentablemente, tanto Sofia de diecisiete como Yoel de catorce, mis hermanos mayores, habían fallecido antes de terminar la secundaria siquiera. Murieron junto a mamá, en un duro invierno en que la calefacción—una garrafa puesto que no había en el edificio conexión a gas— había fallado y el monóxido de carbono había causado que esa noche todos se acostaran para no despertarse jamás. Era la habitación donde papá dormía solo desde entonces.

—Unas horas no me vendrían mal.— Afirmé, sin antes mirar de soslayo a aquella habitación en la que odiaba entrar y pensar en que difícil era creer que me había olvidado tan rápido de ellos. Tres vidas, sofocadas de la noche a la mañana. Una familia, destruida. Pero habíamos tenido que salir adelante, si nos quedábamos en el dolor del pasado no podíamos vivir.

Eso es algo que aprendes aquí, desde antes que puedas siquiera hablar.

Siempre debemos seguir adelante.

Animal (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora