Capítulo 1: La Vida Duele

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¡Muchas gracias a todos por su apoyo e interés en esta historia! Aquí tienen el primer capítulo, espero lo disfruten :)


—No, ya te he dicho que no puedes. Ahora vamos que estás volando en fiebre.

Tomé la manito regordeta de mi hermano Falcon que se extendía hacia los anaqueles de brillantes juguetes de colores y la apoyé contra mi pecho, el contraste de temperatura entre los dos volviéndome más ansiosa. El pequeño de seis años se quejó, pero no tanto como lo haría normalmente, puesto que la tos y fiebre que lo habían acosado durante los últimos tres días lo habían vuelto cansado y débil.

Le besé la pequeña cabeza llena de incipientes rulos color arena—como mamá—me recordó una parte de mí y sonreí a Marta quien terminaba de atender a su último cliente.

— Bueno bueno, a ver ¿Qué le está sucediendo al señorito?

Preguntó con tono juguetón la dueña de esta farmacia improvisada, la única de nuestro barrio y él único lugar donde sabia que podía conseguir lo que necesitaba a un precio que podía pagar. Marta era una mujer de cincuenta y seis años, con ocho niños ya grandes y divorciada. La conocía prácticamente desde que nací, al igual que su negocio el cual, a pesar de los pronósticos, había logrado sobrevivir aquí por mas de veinte años. La señora siempre había sido amable conmigo y mi familia y hasta me había dejado trabajar un par de veces en su tienda cuando papá no conseguía trabajos, a pesar de que a ella tampoco no le sobraba el dinero. Era por eso que había terminado allí a las once y media de la noche.

—El señorito tiene fiebre de treinta y nueve grados por quedarse jugando bajo la lluvia con sus amigos,— recriminé pero Falcon tan sólo emitió un débil gemido como respuesta y Marta se rió compadecida,— ¿Me preguntaba si no tienes ibuprofeno o algo para bajarle un poco la fiebre hasta que se le pase la gripe?

Marta me miró extrañada.—¿No lo has llevado a la salita?

La salita, el mismísimo lugar donde yo nací, era un pequeñísimo edificio, casi una casa, cuya entrada pintada de un verde blanqueado por el sol apenas si se diferenciaba por las otras construcciones si no fuera por el cartel blanco que lo señalaba como un centro de salud. Constaba de una sala de atención, un baño y un almacén que cada día era blanco de múltiples saqueos. Conocía a la enfermera que trabajaba allí noche y día, hasta había venido un par de veces a mi casa por urgencias y la había convencido de visitar a los hijos de Marta cuando enfermaron. La salita era usualmente el lugar a donde me dirigiría para una situación como esta, pero no entonces.

—Los robaron hace unos días y no les mandarán nuevos suministros hasta los primeros días del mes próximo.

Marta sacudió la cabeza, entristecida pero no sorprendida.

—Siempre es lo mismo,— suspira— ¿Y sabes que es lo que tiene?

Me acomodé a Falcon mejor sobre mi costado, que comenzaba a resbalarse. Toda la comida que conseguía para mi se la daba a él para que creciera sano y fuerte, dejando para mí las sobras. Esto causaba que Falcon, por suerte, se estuviera poniendo un poco regordete. Pero mis brazos, cada vez más flacos, les costaba adaptarse al peso.

—Me dijo que era una gripe común pero la fiebre no se le baja.

Ella asintió, entendiendo y me señaló con la cabeza la parte de atrás de su tienda, cubierta por una cortina móvil de plástico trenzado marrón y beige.

—Pasa a buscar algo atrás. Te advierto que son cajas que se están por vencer, pero para ahora le servirán.

—Gracias Marta,—suspiré aliviada— ¿cuanto te debo?

Animal (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora