Capítulo 11: El Descampado

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—¿Que haremos con él?

El Animal contempló el cuerpo de su Hermano por tan sólo un segundo, antes de encogerse de hombros.

—Lo llevamos a un sitio que conozco y escondemos el cuerpo, eso bastará por ahora.

Me crucé de brazos, la abultada ropa de gimnasia que había tomado prestada del Animal dándome abrigo ante el repentino escalofrío que me recorría el cuerpo.

No había tenido muchos deseos de rebuscar entre la ropa del Animal, pero no me había quedado mucha opción cuando todas las prendas que encontraba eran cuatro talles más grandes que el mío. Por fin me había conformado con un holgado pantalón de gimnasia gris y una remera de suave algodón azul con una estampa de "Work Hard, Play Later" para luego tomar prestada una simple mochila negra donde guardé con cariño mis pantalones manchados. La remera ensangrentada y rota no tenía problema en tirarla a que se quemara en el fuego, no era nada más que un recordatorio de cuando ese Hermano casi me mata. Pero mis pantalones, ahora más manchados todavía, tenían en sus rodillas la sangre seca de mi hermanito y por más extraño que pareciera—incluso a mí— desprenderme de ellos significaba desligarme de lo único que me quedaba para recordarlo, por lo que no me podía animar a tirarlos todavía.

Había salido de aquella habitación para ver la sala en su mayor parte ordenada. Los pedazos de vidrio desparramado habían sido barridos y la mesa estaba en su lugar, la losa de mármol recolocada y limpiada de toda sangre. Sin embargo, los rayones en el piso de madera permanecían imborrables, evidencia de la violenta pelea que había ocurrido.

Eso y el cadáver del Hermano cuyo charco de sangre estaba manchando permanentemente el lustrado de la madera.

Mientras el Animal se encargaba de algo en la cocina, yo había permanecido allí, mirando el cuerpo del hombre al que había golpeado hasta matar. En mi nunca crecía la incomoda sensación de picoteo generada por la culpa, pero no podía ubicar si esa angustia era derivada de haber acabado con la vida de alguien o si me estaba forzando a sentirme así porque sabía que debía de sentirme mal. O por lo menos, sentir algo . El no poder darme cuenta me carcomía por dentro cuando volví a ver al Animal y realicé aquella pregunta.

—¿No sientes pena por él?

Las palabras se escaparon de mi boca antes de que pudiera contenerlas y el Animal levantó una ceja mientras manejaba en sus manos una pequeña caja de plástico sin tapa.

—No. ¿Tu?

—Digo...—No sabía que era lo que quería saber realmente—Él era tu compañero, tu Hermano, ¿su muerte no te causa dolor? ¿No se supone que tu pandilla se llaman Hermanos porque son más unidos que la sangre?

—No creas todo lo que escuchas—fue su única respuesta.

Frustrada resoplé y me llevé la mano a la garganta ante el repentino ardor que sentía aflorar allí a causa de los cortes.

—A ver, siéntate—hizo un gesto con la caja que tenía en sus manos y de manera recelosa, con mis ojos bailando entre el Animal y el hombre al que maté, me senté en el apoyabrazos del sofá.

Antes de venir hacia donde estaba encendió la luz con el interruptor de la pared y tuve que parpadear rápidamente para proteger mis ojos de aquella repentina y cegadora luz—hacía días que no me enfrentaba a un resplandor tan brillante, atrapada en la oscuridad como había estado. Cuando me tocó la garganta con un algodón empapado en alcohol me eché para atrás siseando y casi me caigo.

—Si no te lo curas se te va a infectar, mejor te aguantas el dolor.

Si, el alcohol sobre la herida había ardido, pero lo que más me sorprendió fue sentir sus manos sobre mi cuello y por instinto me había corrido. Para evitar decirle esto, ya que estaba tratando una parte muy tierna de mi cuello, me fui por otro lado.

Animal (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora