Capítulo 2: Damnatio memoriae I

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Lo efímero de un momento, siempre se hace eterno en la memoria

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Lo efímero de un momento, siempre se hace eterno en la memoria.

-Hector C. Aleívar.

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Tres años antes

Abrí mis ojos perezosamente cuando la luz del día comenzó a invadir mí habitación indicándome que ya era hora de despertar. Aún los mantenía cerrados cuando estiré mi mano hacía la mesita de noche y agarré el teléfono que descansaba sobre ella para comenzar a revisar mis redes sociales. Después de un rato, decidí buscar el número de Bela en mi lista de contactos y contarle como había sido mi cita de anoche con Lloyd.

Ella tenía razón, siempre atraía a los más estúpidos y arrogantes, y Lloyd no era una excepción.

Había perdido un año de mi vida teniendo una relación con ese imbécil. Casualmente, el idiota en cuestión, decidió que era una buenísima idea liarse con la camarera en la trastienda. Todo esto, mientras yo pagaba la cuenta a unos metros de distancia.

Digamos que no era una persona muy inteligente y por ello me preguntaba cómo había mantenido una relación seria con él.

Dejé de pensar en esto cuando comprobé que el número de Bela no se encontraba registrado en mi lista de contactos. Genial, probablemente ayer intentando borrar el número del imbécil había borrado el suyo.

Me vestí, y salí de mi cuarto en dirección al piso inferior.

El olor de la famosa tarta de manzana de Ada Bailey llamó mi atención una vez ingresé en la cocina. Como todos los años mi madre se encontraba preparando su tarta especial por mi cumpleaños.

—Felicidades mi niña, cada día estas más grande y preciosa —dijo sonriente una vez me vio atravesar el umbral del salón hacia la cocina.

—Gracias, pero creo que ahora mismo estoy de todo menos preciosa —dije señalándome de arriba abajo —. Mira mis pintas por favor, parezco un mapache—. Todo era culpa del imbécil de Lloyd. Creo que iba a empezar a llamarlo así "imbécil de Lloyd", le quedaba bien ese nombre compuesto.

Ella cambió su cara sonriente por una de 'mamá al ataque' a lo que la interrumpí antes de que fuera demasiado tarde. —Oye mamá, podrías darme el número de Bela, creo lo he borrado por error y necesito contarle lo de Lloyd.

Ella ignoró mi comentario. —¡Ese chico nunca me cayó bien, te lo advertí Azae! Después del divorcio con tu padre sé distinguir cuando un hombre es un completo imbécil. ¡Lloyd lo era, igual que tu padre! —añadió entre gritos, mientras agitaba un rodillo de cocina. Y yo ya sabía que había comenzado su monólogo, el cual yo titulaba "Odio hacia los hombres, por Ada Bailey".

La imagen de mi madre llena de harina y con un rodillo en lo alto me provocó una risa escandalosa.

—Mamá, para ti todos los hombres son unos imbéciles —argumenté mientras me llevaba un pedazo de tarta a la boca.

—Y por ahora no me he equivocado cielo —respondió ella con una sonrisa triunfante. Yo, por el contrario, desistí finalmente volviendo al tema inicial.

—¿Puedes darme el número de Bela? 

—¿Qué Bela cariño?

—Mamá, Bela —. En ese momento lo dije tan convencida...

—Azae, de verdad que no sé de quién estás hablando —. Su rostro reflejó confusión, cosa que no comprendí en un primer momento, hasta que caí en la cuenta. No podía decirle quien era Bela. No podía, porque yo no sabía quién era esa persona.

Un sabor amargo llego a mi boca y las náuseas me sobresaltaron. Mi cabeza funcionaba a mil por hora y no era capaz de frenarla.

Intenté recordar. ¿Quién era Bela? ¿Cómo era su cara? ¿De qué la conocía? ¿En qué momento la había conocido?

Rápidamente nacieron miles de preguntas a las cuales no tenía respuesta. Algo se había desencadenado y fui consciente por primera vez de que en mis recuerdos había enormes huecos vacíos. Tenía un nombre, pero no un rostro, había una persona, pero ¿Quién exactamente?

No podía llegar a alcanzar mis propios recuerdos, sentía que estaban ahí, pero antes de poder llegar a ellos se escurrían.

—¿Azae te encuentras bien? Creo que es mejor que te acuestes y descanses —. No sabía exactamente que estaba ocurriendo, mi cabeza era un completo desastre y cuando me di cuenta ya había subido las escaleras hacia el piso superior junto a mi madre y me encontraba recostada en mi cama.

—Voy a prepararte algo para desayunar —susurró a la vez que besaba mi frente. Cuando estaba por marcharse agarré su mano.

—¿Mamá quién es Bela? —pregunté totalmente aterrorizada, gesto que se reflejó en su rostro.

—No lo sé cariño, es la primera vez que mencionas ese nombre ­­—. Lo dijo tan bajo que apenas fue audible para mí. Su voz guardaba preocupación y miedo, pero rápidamente lo escondió con su habitual sonrisa.

—Duerme un rato, luego hablamos —sonrió de nuevo—. ¿Te parece bien? —. Antes de que pudiera contestar ya se había marchado.

Mi cuerpo se sentía exhausto, y mis párpados comenzaban a cerrase cuando algo captó mi atención. Sobre la cómoda situada frente a mí, había una cadena de la que colgaba un pequeño medallón con una estrella grabada. ¿De dónde había salido aquello?

Automáticamente me sentí atraída hacia ella, por lo que me levanté. 

En el momento en el que mis dedos hicieron contacto con el medallón, algo hizo clic en mi interior. Cerré mis ojos por la abrupta sensación, y recordé. Mi mente se llenó de imágenes borrosas e inconexas. 

Primero, sentí el frio del medallón sobre mi cuello, y  automáticamente, mi cuerpo recordó haberlo llevado consigo en otro momento. Después vino lo peor, recordé el tacto de unas manos rozando mi nuca, estas cerraban el broche de la cadena. Y finalmente, reviví la reacción que había causado en mi cuerpo aquella piel desconocida.

Después de lo que había parecido una eternidad abrí mis ojos totalmente aterrorizada, no sabía en qué momento había comenzado a llorar, pero ya no podía parar. Y no sabía exactamente por qué.

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