Capítulo 1

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La temperatura se eleva a medida que el sol se alza en el cielo, ya es casi mediodía. Camino tranquilamente por la playa, mis pasos quedan marcados en la arena unos segundos antes de que el agua me bañe los pies y borre las huellas. Soy la única en la costa a estas horas, incluso los pescadores han ido a prepararse para la cosecha.

La cosecha; el peor día en los Distritos y el mejor en el Capitolio. Es siempre la misma rutina, al menos en mi caso. Me despierto muy temprano y paso toda la mañana en la playa. Al mediodía vuelvo a casa y me preparo para ir a la plaza principal a la una, donde se lleva a cabo la selección de tributos.

Lo bueno de vivir en el Distrito Cuatro es que los chicos con dinero se preparan toda su vida para presentarse voluntarios, consideran un honor representar a su hogar. En mi opinión no son más que dementes, pero alguna de esas chicas podría llegar a salvarme de morir si mi nombre saliera elegido, así que en el fondo me alegra. Inhalo profundamente y dejo que la fragancia del mar llene mis pulmones una última vez antes de correr hasta casa.

Siento que el nudo de nervios que traigo en el estómago crece cuando llego a la plaza. La multitud está dividida en dos grandes grupos: quiénes son elegibles y quiénes no. Los chicos de entre doce y dieciocho años somos elegibles y nos ubican en el centro de la plaza formando dos grandes bloques frente al escenario. Los demás nos rodean y se desparraman por las calles aledañas. Casi puede respirarse el miedo, resulta asfixiante.

En el escenario reposan dos cuencos de cristal repletos de papeles cuidadosamente doblados. El de la izquierda es para los chicos; el de la derecha, para las chicas. Doce de esos papeles tienen mi nombre ya que he tenido que pedir teselas para mi padre y para mí cada año. No debería preocuparme tanto; solo una chica saldrá sorteada y aquí somos más de trescientas. Respiro hondo e intento tranquilizarme, las probabilidades están a mi favor.

La gente se calla de repente y veo que el alcalde se ha acercado al micrófono para comenzar el mismo discurso de todos los años. Me contengo de rodar los ojos al oírlo, las cámaras del Capitolio nos observan y no quiero tener problemas. Realmente no oigo el discurso, me dedico a mirar a la gente a mi alrededor, como al niño pelirrojo que se está comiendo los mocos a unos metros de mí o a la chica que está un par de filas adelante a mi izquierda, que está tan pálida que creo que se desmallará en cualquier momento.

Me obligo a clavar la vista al frente y prestar atención cuando la enviada del Capitolio, Amy Weel, se adelanta para seleccionar a los dos desafortunados que serán enviados a morir para controlar a las masas. Este año Amy lleva un vestido azul hasta las rodillas con un cuello tan alto que queda por encima de sus orejas. Sus tacones deben tener al menos unos veinte centímetros y tiene incrustadas pequeñas piedras que brillan en sus pómulos. La gente del Capitolio es sumamente extravagante, demasiado para mi gusto.

— ¡Felices Juegos del Hambre! —dice con su extraño acento. Luce feliz; siempre me he preguntado si realmente se sentirá así o será solo actuación. No creo que ser quien elije a dos chicos para que mueran pueda hacerte feliz. — ¡Y que la suerte esté siempre de vuestra parte! Ahora, como siempre, las damas primero.

The Red LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora