Capítulo 4

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°

La plataforma que me llevará a la arena comienza a elevarse. Tengo que contar hasta treinta para no hacerme una bola y largarme a llorar. No puedo perder el control ahora, ya habrá tiempo para eso si sobrevivo. El sol me ciega momentáneamente cuando salgo a la superficie pero mis ojos no tardan en acostumbrarse al cambio de luz.

—Que comiencen los septuagésimo primeros Juegos del Hambre. —La voz de Claudius Templesmith resuena por toda la arena y sé que solo tengo sesenta segundos para trazar un plan.

Miro a mi alrededor para reconocer mi entorno. Como siempre, los veinticuatro tributos estamos posicionados en círculo alrededor de la Cornucopia. La arena parece ser una selva de montaña. Delante de mí, a unos setenta metros, comienza la espesa vegetación y más atrás puedo ver los puntos más altos del terreno. A mi izquierda la vegetación sigue pero hay un río de al menos treinta metros de ancho que cae en una cascada. Maldigo al darme cuenta de que estamos en un altiplano y que detrás de mí hay una abrupta caída del terreno. A mi derecha también hay selva, pero la vegetación parece mucho más difícil de cruzar. Busco a Tyler con la mirada pero debe estar del otro lado de la Cornucopia porque no lo encuentro.

Quedan quince segundos.

Estoy obligada a recorrer los setenta metros hasta la selva y para eso debo pasar cerca del baño de sangre. La advertencia de Finnick resuena en mi cabeza pero, dadas las circunstancias, no creo que pueda hacer otra cosa. Observo los objetos que hay alrededor de la Cornucopia y fijo mi atención en una mochila azul que queda justo en mi camino.

Cinco segundos.

Me pongo en posición de carrera y espero. Cuando el gong suena, mi cuerpo reacciona antes de que mi cerebro comprenda lo que está sucediendo. Casi todos corren a la Cornucopia, solo unos pocos vamos en otra dirección. Esquivo a varios tributos que ni siquiera me prestan atención y pronto estoy tomando la mochila con fuerza. Intento no detener mi carrera pero algo tira de mí hacia atrás y caigo al suelo. Es la chica del cinco, tiene un cuchillo y está a punto de rebanarme el cuello con él.

Ruedo sobre mí misma para esquivar su puñalada y la afilada hoja de metal se clava en la tierra. Ambas nos levantamos de un salto y nos miramos por una milésima de segundo antes de que una flecha le atraviese el pecho. Unas gotitas de sangre me salpican la cara, un grito de horror queda atorado en mi garganta. Retomo mi carrera hacia la selva, quedarme quieta equivale a morir. Una única flecha pasa en mi dirección pero no llega a tocarme.

Recorro los treinta metros que me quedan y me adentro en la relativa protección de la vegetación. No me detengo, sigo corriendo y esquivando árboles y raíces hasta que me arden los pulmones y las piernas me tiemblan. No sé cuánto he corrido pero no me parece suficiente así que me fuerzo a seguir caminando hasta que lo único que puedo escuchar es mi agitada respiración. Los cañones no han sonado todavía así que el baño de sangre no ha terminado. Eso es bueno, significa que los profesionales están ocupados bastante lejos de mí. Ahora tengo que encontrar agua y un refugio.

The Red LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora