Wooyoung

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El mayor sonrió, dándole un fuerte abrazo al niño de ojos marrones, casi negros, al frente suyo. Luego procedió a dar pequeños saltitos en el lugar donde se encontraba, compartiendo una pizca de su alegría con su compañero de puesto.

—¡Mira! —le mostró el paquete que llevaba en su mano al separarse uno centímetros—. ¡Feliz cumpleaños, eres el mejor amigo del mundo!

Sintieron al mismo tiempo como sus cuerpos se enredaban en otro fuerte abrazo y la emoción en todo su ser aumentaba porque les encantaba estar cerca uno con el otro. Luego de un largo rato de estar silencio disfrutando la compañía ajena, el menor decidió susurrar un pequeño gracias, tomando la mano de su compañero y sentándose en su respectivo asiento.

Un buen recuerdo formándose en el universo dentro de sus cabezas.

—Está nevando —susurró Jongho al mirar por la ventana.

Él levantó su vista de la madera en la mesa a las blancas -más bien transparentes-, gotas que golpeaban contra el vidrio casi roto a un lado suyo. Respiró profundo y volvió su mirada al vacío cuenco de comida frente a él, pensando en que de pronto había pasado tanto tiempo desde que el invierno llegó sin intenciones de abandonarlos, pensó en cómo se había abrazado tanto a ellos que las demás estaciones no parecieron existir más. Repitió en su cabeza aquella frase que alguna vez escuchó a Yeosang decir "Parece que el tiempo se detuvo desde ese momento, incluso cuando intenté escapar de allí, sus cadenas me habían aprisionado ya para siempre."

Han pasado nueve meses, se dijo esa mañana cuando su reflejo en el espejo vio.

Han pasado tres trimestres de ese día, la suave voz de Mingi resonó junto a su oído en la incomodidad de su único sofá.

Ha pasado un tiempo desde que la primavera desapareció, murmuró al cielo congelado en el suelo de la terraza.

Había sido ese el lugar donde lo vio por última vez ese día. Justo allí sus ojos se unieron en unos segundos de sinceridad que no había logrado entender hasta horas más tarde. Porque la mirada que le había regalado no estuvo vacía, ni siquiera triste; sus ojos estaban llenos de amor cuando Yeosang le dijo un suave adiós, cuando le sonrió prometiendo estar con ellos pronto, cuando sin siquiera teniendo una palabra de por medio, le había dicho que le amaba, tanto como la tan ansiada primavera que habían experimentado al estar juntos desde su niñez. Y él también devolvió esa expresión, él repitió sin abrir la boca que le esperaría por el tiempo necesario para que llegase a su lado, que se tomara sus minutos para sí mismo. Ese día, a esa hora, ellos estaban unidos aún, se amaban aún, y su despedida no había sido violenta ni lo que se llamaría triste.

Entonces, ¿por qué ahora estaba golpeando su cabeza contra el barandal para evitar recordar sus momentos con él? Si no hubo nada que pudiese anticipar la llegada del invierno aquel día, si la última memoria es tan feliz como las otras.

Estaba perdiendo la cabeza.

—Te extraño —murmuró mirando a la calle, justo como él ese día.

«Te extraño tanto que podría tirarme desde aquí para estar a tu lado.» El pensamiento cruzó por su cabeza.

Le devolvió la mirada al cielo, queriendo llorar o tal vez rogarle que le diera una cura al tan inmenso dolor en su corazón.

El pequeño muchacho de doce años gritó al ver a su compañero darle la espalda.

—¡No te vayas! —le dijo tratando de tomar su helada mano.

Su amigo rio. —Sólo iré por un paquete de comida, no iré lejos, bobo.

—No me dejes aquí, por favor, tengo miedo.

Yeosang dejó de hablar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora