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Amora se movía inquieta alrededor del fuego del salón del espejo.

—¿como fue que un inocente chiquillo te puso ¡Como estúpido!? —grito exaltada. —armado con un clavo y ya —miró con los ojos aguados en lágrimas de irá a Mephisto —de tener un estoque*  ya tendría mi reino— rodeo el gran fuego y se acercó al hombre —te pedí que me lo trajeras ¡y tu lo dejaste escapar! —grito lista para ahorcarlo —¿se deslizó entre tus dedos débiles? —temblaba colerica y nerviosa —¿como? —preguntó en un susurro —Juraste qué ibas a protegerme —le recordó con una voz en hilo —¡POR TU HONOR! —grito apuntandolo con el dedo.

:—no tengo a nadie en quien confiar, no hay nadie— decía en voz baja, asustada. Caminaba de un lado a otro —ya no hay lealtad ¡No hay! —grito mirando llorosa a Mephisto —nisiquiera la tuya— le recrimino —¡DONDE ESTA ÉL! —grito a todo pulmón, ese grito raspo su garganta.

Amora lo miraba atenta con los ojos inyectados en sangre y lágrimas. Mephisto la miró nervioso —los soldados lo siguieron hasta el bosque tenebroso — Amora camino lentamente hasta el —y lo perdieron ahí —

Dando zancadas levantó su mano llena de anillos y cadenas de hierro y golpeó en el rostro de a Mephisto —¡De nada me sirve que este en ese bosque perdido! —gritaba golpeandolo una y otra vez hasta verlo en el suelo —¡Necesito su corazón! — grito dejando saltar varias venas de la rabia —¡y tuviste que fallarme!—

—¡¿Acaso no te lo he entregado todo?! —grito evitando el siguiente golpe y levantando su cabeza.

Amora, orgullosa, se inclino lentamente hasta acercarse lentamente, mirándolo, expresándole la gran desesperación y miedo que sentía.

—te equivocas ¿no soy yo quien te entrego todo?

Mephisto negó las lágrimas llenar sus ojos —lo siento —

—sh.. Silencio —tranquila y dulcemente —no tengo poderes en ese bosque — levanto el rostro del hombre tomando su barbilla —tu me traeras un hombre. Un hombre que lo conozca, un hombre que quiera cazarlo—

Mephisto asintió. Pues el y todos en cada rincón de los reinos sabían que sólo había una persona que se había ganado la fama de conocer aquel bosque como la palma de su mano.

—pagame el dinero que me debes—le ordenó el dueño del bar, arrojando lo fuera, a la calle. El hombre de gran tamaño exigía y gritaba.

Aquel que había caído al lodo de la calle se levantó tambaleante —bueno... Yo—arrastraba las palabras, se apoyo en uno de los hombres que miraba junto a la demás multitud —me lo he bebido todo —hipeo, tomo el tarro de cerveza que tenía en sus manos el hombre que utilizaba para mantenerse de pie —te lo devuelvo cuando vuelva a salir– borracho y sediento de más. Le dio un gran trago a la cerveza.

Intentando golpear al otro, el rubio ebrio dio un golpe débil que ni roso al contrario.

El dueño del bar le dio un golpe en el estómago, tumbandolo en el suelo.

—¡quiero que me pagues!

El rubio se levantó, tambaleante, dio la cara ante el hombre de gran tamaño—¡pues toma! —estampó la jarra de metal donde estaba servida la cerveza contra la cabeza del hombre.

Tomándolo de la ropa lo arrojó contra la pared. El rubio se levantó mareado, sintiendo la cerveza pelear en su estómago y tratar de escapar. Una patada lo mandó de nuevo al fango.

Levantándose tambaleante, arrojó a uno de los hombres contra el giganton, luego otro y otro.
El giganton derrumbó a cada uno, el rubio preparo su gancho derecho y arremetió contra el hombre de gran tamaño.

Este solo se movió un poco, el rubio ebrio terminó por golpear fuertemente a un caballo. Este molesto por el golpe lo golpeó con sus dos patas traseras y lo envió a un gran y algo profundo charco de lodo.

El rubio, aturdido y perdido solo escucho risas alejarse, sintiendo la sangre enfriarse junto con todo su cuerpo.

Se levantó asustado quién sabe luego de que tiempo, lo habían arrojado en el bebedero de los cerdos, para despertarlo. Casi ahogándose con el agua sucia, se levantó, más sobrio.

Pero ahora no estaba rodeado de sus cobradores y gente divirtiéndose de la paliza que le habían dado. Frente a él un hombre bien vestido y soldados de sombras lo rodeaban.

—la reina demanda tu presencia— dijo Mephisto.

Limpiandose el agua sucia del rostro y botando la que había entrado en su boca le respondio con un tono molesto —¿no han notado que me estoy bañando? — los soldados de sombras lo levantaron y lo arrastraron con ellos —¡oigan! —

Fue llevado al castillo, tiraban de sus ropas y empujaban con fuerza. Harto trataba de que ya no lo tocarán.

Frente a él la supuesta reina que él ni reconocía. Se cómodo sus ropas y la miró fijamente.

—Mephisto me dice que perdiste la memoria, no recuerdas ni tu nombre. Un ebrio. De los pocos que han hido al bosque tenebroso y salido con vida—dijo Amora mirándolo como si fuera inferior a todo bicho del palacio. —uno de mis prisioneros escapó ahí —

—ya está muerto —rió entre dientes.

—es un niño apenas— explicó

—con mayor razón entonces —se razco la barba. Pero no pudo evitar notar como la reina miraba enfurecida al hombre a su lado.

—buscalo. Traelo ante mí —dijo bajando la mirada.

—no, ya estuve en ese bosque. No voy a volver —dijo claramente.

Amora volvió a mirarlo —serás recompensado, en abundancia —

—¡¿y de que me servirá si estoy muerto y los cuervos se comen mis ojos?! —Amora lo miro fijamente, casi frunciendo el ceño —¿porque es él tan valioso? —

La rubia bajó la mirada y giro el rostro —eso es algo que no te interesa—

—Yo determinare que me interesa, gracias

Amora lo miro enfurecida —¡TU TIENES QUE OBEDECERME ES TU DEBER! —le grito.

El rubio negó —¿y su me rehusó? ¿Que? —los soldados de sombras lo rodearon con sus lanzas —se lo imploro hágame el favor—

—lo quiero de rodillas— dijo la reina entre dientes, lentamente apretando el metal de su trono con sus dedos.

Los soldados de sombras lo inclinaron ante ella. Manteniendolo ahí a la fuerza.

—¿quieres recuperar la memoria?

*estoque: espada medieval.

Blanca NievesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora